¿Qué demonios hago aquí? pensó, tragando saliva, mientras se abría paso entre cuerpos que parecían flotar.
Matt ajustó el antifaz n***o por tercera vez, como si el problema estuviera en la máscara y no en el nudo que le apretaba el estómago.
El club interno Winterhaus respiraba un tipo de lujo que no había visto ni siquiera en la mansión
Unas cuarenta personas se movían por el salón principal, la mayoría con una copa en la mano y una máscara cubriéndoles media vida.
Risas ahogadas, susurros cargados de complicidades y secretos.
Recordó el sobre, n***o, grueso, con el emblema Winterhaus marcado en relieve en el centro.
Lo había encontrado esa mañana en su recámara, sobre la cómoda, sin remitente.
Dentro, solo una tarjeta, la dirección, la hora, el código de acceso… y ninguna explicación.
Una mirada, o varias se deslizaban sobre él.
La vio antes de que su cerebro procesara que era ella.
Kendall emergió de un grupo de máscaras doradas cerca de la barra, con un vestido n***o que se aferraba a sus curvas como una segunda piel y un antifaz que dejaba al descubierto sus labios tensos.
Sus ojos lo encontraron entre la multitud con una precisión quirúrgica.
La expresión que cruzó su rostro fue una mezcla de shock, furia y algo que se parecía demasiado al miedo.
En cuestión de segundos estuvo frente a él.
—¿Qué demonios haces aquí, Matt? —escupió en un susurro tenso, mientras lo tomaba del brazo con fuerza, hundiendo los dedos en la tela de su traje.
El tirón lo descolocó.
Matt apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que ella lo arrastrara hacia un costado, bordeando la pista y llevándolo a un corredor iluminado por una luz azul fría que les daba a ambos un brillo espectral sobre la piel.
—Recibí una invitación… —murmuró él, tratando de liberarse sin hacer un escándalo.
Kendall se detuvo, lo miró de frente y su mandíbula se marcó con dureza.
—¿Una invitación? —repitió, con la voz baja pero cargada de veneno—. ¿Quién te invitó? Tú todavía no... perteneces a este ambiente.
Esto no puede estar pasando. Él no debería estar aquí. Si lo ven… terminara muy mal. Pensó, sintiendo cómo la adrenalina le subía por la espalda.
La luz azul delineaba las cejas tensas de Kendall, su antifaz bordeado en dorado, el temblor casi imperceptible en la comisura de sus labios.
Matt la miró, confundido, perturbado de una forma que iba más allá de la sorpresa.
—Kendall, yo solo… pensé que era una fiesta de la familia, del equipo. No decía nada más en la invitación —intentó explicar, con la voz apenas firme, aunque al mirar la reacción de su cuñada dudo si hizo bien en asistir...
Ella lo escaneó de arriba abajo, como si evaluara no solo su presencia, sino el peligro que representaba.
Mientras Kendall volvía a tirar de su brazo para seguir avanzando por el corredor, Matt giró la cabeza, atraído por una de las habitaciones principales a la derecha.
Las paredes eran enteramente de cristal, formando un cubo transparente que parecía una pecera de lujo, iluminada por luces rojas y doradas que bañaban el interior con un resplandor casi carnal.
Dentro, dos figuras estaban pegadas a la pared.
Ella tenía la piel clara, casi luminosa bajo el reflejo rojizo, el cabello oscuro recogido en un moño elegante, un antifaz dorado cubriéndole la mitad del rostro y unos pendientes largos de oro que brillaban cada vez que movía la cabeza.
El vestido, corto y ajustado, estaba subido lo suficiente para dejar ver la espalda baja.
Y allí, pequeño, delicado, peligrosamente familiar, el tatuaje de una mariposa.
El mundo se detuvo.
Matt reconoció la espalda de Eva como si fuera una cicatriz en su propia piel.
La curva, el tono, la forma en que se tensaban sus músculos cuando contenía la respiración y esa mariposa.
No puede ser…, pensó, sintiendo cómo el pecho se le comprimía hasta doler.
Detrás de ella, un hombre enmascarado, cuerpo atlético, traje desajustado, la empujaba contra el cristal con una urgencia casi violenta.
Sus manos se aferraban a su cintura, hundiendo los dedos en la tela, guiando el ritmo de unas embestidas que eran todo menos discretas.
Su pene entraba y salía de Eva con fuerza, visiblemente mojado, golpeando sin tregua contra su cuerpo, mientras ella gemía y reía, con la boca entreabierta de placer.
—¡Más duro… más! —gritaba ella, sin pudor, arqueando la espalda contra el cristal, empujando hacia atrás para recibirlo más profundo.
Alrededor, tres hombres con antifaces oscuros observaban la escena, con copas en las manos y sonrisas de aprobación.
Dos mujeres, una pelirroja con liguero y otra con un corset de encaje n***o, se acercaron a la pared exterior del cubo y miraban la escena como si admiraran una obra de arte vivo, comentaban entre ellas en voz baja, excitadas, casi hipnotizadas por la crudeza del acto.
A un costado, otro hombre, enmascarado y completamente vestido, se masturbaba abiertamente, sin quitarle los ojos de encima a Eva, jadeando con la boca entreabierta y el rostro rojo de deseo.
Desde el otro lado, Matt alcanzaba a ver cómo el vidrio vibraba ligeramente con cada nuevo impacto contra la pared.
Las respiraciones turbias se notaban incluso a través de la separación, por la forma en que los hombros de Eva se levantaban y caían, por el leve arqueo de su espalda, por la manera en que el hombre la sujetaba para no dejarla escapar mientras la penetraba.
Mi esposa…, pensó, y el pensamiento no llegó a completarse, como si su mente se negara a terminar la frase de lo que estaba viendo.
Sintió que el piso desaparecía de debajo de él, como si alguien hubiese arrancado la realidad de cuajo.
El ruido de la fiesta se volvió un zumbido lejano.
Sus manos se tensaron a los lados del cuerpo, y por un segundo tuvo la absurda sensación de que el cristal lo miraba a él, devolviéndole la imagen de un hombre ridículo con un antifaz n***o y el corazón hecho trizas.
Kendall notó que él se detenía de golpe, con el cuerpo tenso y la mirada fija.
Siguió el rastro de sus ojos, giró la cabeza hacia la habitación de cristal y lo entendió todo en un solo segundo.
Otra vez ella. Siempre ella y con cualquiera, idiota... pensó, con una mezcla de repulsión y cansancio amargo.