—No mires más —susurró Kendall, casi gruñendo, y lo tomó del brazo con mucha más brusquedad.
Lo arrancó de la escena como si le estuviera salvando la vida, o al menos lo que quedaba de ella.
Lo arrastró por un corredor lateral, bordeado por cortinas oscuras que amortiguaban el ruido, hasta una pequeña barra secundaria donde un mesonero enmascarado servía champaña sin hacer preguntas.
Kendall arrebató una copa de la bandeja y se la puso en la mano a Matt.
—Toma —ordenó—. Respira.
Las manos de él temblaban alrededor del cristal.
Las burbujas subían lentas, casi burlonas, mientras él intentaba no derramar el contenido.
Mi esposa… así… frente a todos… y nadie dice nada, pensó, sintiendo una punzada de asco recorrerle la garganta.
Kendall lo empujó suavemente hacia una puerta lateral que daba a una terraza estrecha.
El contraste fue brutal, el aire frío de la noche lo golpeó en la cara, cortándole la respiración por un segundo.
Afuera, las luces de la ciudad parecían lejanas, ajenas a lo que ocurría dentro de ese club ubicado dentro de la gigantesca mansión Winterhaus.
Ella lo observó en silencio unos instantes, viendo cómo su mundo se desmoronaba en tiempo real.
Le dolía más de lo que quería admitir, no por Eva, más bien por él.
No es justo. No para alguien como él, pensó, apretando la mandíbula.
—Ahora vas a decirme exactamente quién te invitó —dijo al fin, cruzándose de brazos, imponiendo su tono frío, característico de los Winterhaus.
Matt parpadeó un par de veces, intentando ordenar las ideas.
Con la mano todavía temblorosa, se llevó la copa a los labios, pero el alcohol apenas rozó su lengua.
Después metió la otra mano en el bolsillo interior del saco y sacó la carta negra.
Kendall la tomó.
Reconoció el sello al instante.
—Esto no es una invitación cualquiera —murmuró, pasando el dedo sobre el emblema Winterhaus en relieve—. Esto es… una invitación especial, una interna.
Su mente empezó a correr.
Alguien lo había metido adrede.
No era un error, ni una gentileza, ni un gesto inocente.
Era una jugada.
Una advertencia.
O un juego enfermo.
¿Quién está moviendo las piezas ahora? pensó, sintiendo que el peligro crecía como una sombra detrás de ellos.
—Pensé que era una celebración del equipo… algo de la familia, sí, pero… —Matt se detuvo, con la voz quebrándose, mientras intentaba comprender lo que sucedía—. No era esto lo que imaginaba.
Kendall levantó la vista hacia él, clavándole los ojos.
—No, Matt. Esto es el corazón de esta familia. Aquí se decide quién vive, quién cae… y quién se vuelve una estrella y quien se destruye —respondió ella, sus palabras eran directas, pero se sentía un poco de miedo en cada palabra, que pesaba más que la anterior.
Él tragó saliva.
—¿Y lo que vi…? —logró preguntar, con la garganta cerrada, como si cada sílaba cortara por dentro.
Kendall se acercó un paso.
Levantó ambas manos y tomó su rostro con firmeza, obligándolo a mirarla directamente.
—Olvídalo —dijo en voz baja—. Y no digas una sola palabra. Si hablas… te matan.
El viento frío les desordenó un poco el cabello.
Matt la miró, sin poder decir nada.
Sentía que estaba a un par de palabras de romperse por completo.
Sus ojos ardían, no de llanto, sino de humillación y rabia. Kendall lo sostuvo, literalmente, como si temiera que se desmoronara frente a ella.
—Necesito que me mires y me escuches bien lo que vas a hacer ahora —añadió, su tono grave, cargado de una emoción que intentaba esconder.
Él obedeció, atrapado entre el dolor, la confusión y una extraña sensación de protección viniendo de ella.
Kendall… ¿por qué pareces más preocupada por mí que mi propia esposa? pensó, sintiéndose aún más perdido.
Ella, por su parte, luchaba con su propia tormenta interna, una mezcla de deseo reprimido, miedo por él y rabia visceral contra su familia.
Un leve reflejo en el cristal de la puerta llamó la atención de Kendall. Giró la cabeza apenas, y el pulso se le disparó.
Detrás del vidrio, todavía dentro, una figura alta con una máscara plateada los observaba.
Inmóvil.
La mirada fija.
La presencia, pesada, intimidante, como una sentencia silenciosa.
Mierda. Nos vieron, lo van a descubrir, pensó, sintiendo cómo el cuerpo se le tensaba de inmediato.
Matt siguió su línea de visión y tragó saliva.
—¿Quién es ese hombre? —preguntó Matt, sintiendo cómo el estómago se le apretaba—. A pesar del antifaz… juro que se me hace conocido.
La puerta se abrió con un movimiento lento y medido.
El hombre de la máscara plateada salió a la terraza, el traje impecable, el porte dominante, como alguien acostumbrado a que el mundo se incline a su paso.
Sus ojos, invisibles tras el antifaz, se clavaron primero en Kendall y luego en Matt.
—¿Y él? —preguntó, con un tono grave, entrometido, cargado de una sospecha que no se molestaba en disimular—. No lo había visto antes.
Kendall reaccionó sin dudar.
Le dio a Matt un pequeño pellizco en la parte interior del brazo, un aviso mudo para que se mantuviera en personaje, y sonrió con la soltura de quien ha mentido toda su vida.
—Es el nuevo jugador estrella que firmará con nosotros la próxima temporada —dijo, con voz segura, casi despreocupada—. Hay que incentivarlo a firmar con los mejores.
El hombre sonrió, una curva lenta, incómoda, con un matiz lascivo cuando volvió a mirar a Matt.
Extendió la mano.
Matt la tomó.
Sintió una presión fuerte, dominante, como si el apretón no fuera un saludo, sino una prueba.
—Un placer —dijo Matt, forzando un tono más firme, ajustando su postura, adoptando de golpe ese lenguaje corporal de atleta seguro de sí mismo—. Espero darle alegrías al equipo la próxima temporada.
—Así será, amigo mío —respondió el hombre de la máscara plateada—. Disfruta, tienes a la mejor junto a ti, la hermosa Kendall Winterhaus.
El comentario se quedó suspendido en el aire como una mancha.
Kendall sostuvo la sonrisa, pero sus dedos se crisparon levemente sobre el brazo de Matt.
Imbécil asqueroso, pensó.
El hombre se retiró, volviendo al interior con el mismo paso seguro, perdiéndose entre las luces ámbar y las sombras doradas.
En cuanto desapareció, Kendall apretó con más fuerza el brazo de Matt.
—Tenemos que irnos de aquí. Ya —dijo, con la voz tensa, apurada, protectora.
Lo guio hacia una escalera lateral que descendía por detrás del edificio, lejos de las miradas principales, lejos del cristal que todo lo veía.
Sus pasos resonaron en el metal, cada peldaño cargado con la sensación de que acababan de escapar por muy poco de algo mucho peor.
Mientras bajaban, Matt solo pudo pensar en una cosa, golpeando una y otra vez contra su cráneo.
Mi esposa estaba con otro hombre… en este lugar… y nadie lo ve como un problema.