**Capítulo 1: Sospechas Iniciales**

732 Words
Estaba caliente, la estufa estaba encendida. Le daban un aire, pintorezco. Cristina miraba con el ceño fruncido como las boletas; las cifras eran descomunales. A pesar de que ambos tenían un buen sueldo, estaba siendo difícil llegar a fin de mes. Ella frunció el ceño y miró hacia su esposo, quien estaba comiendo con tranquilidad, mientras ella tenía un nudo en la garganta y no podía ingerir bocado debido a las sospechas que tenía hacia él. Él levantó la vista un poco confundido y la observó cariñosamente. Él le preguntó, "¿Por qué no comes? Se enfría y te quedó muy rica la comida", murmuró con una sonrisa coqueta como siempre. Ella lo miró pero dijo, "Podemos hablar más tarde", tosca, ignorando que su esposa aún estaba comiendo. Él respondió, "Puedes esperar a que termine, y después hablamos". Ella replicó, "Te dije que ahora, por favor", murmuró interrumpiéndolo. Él la miró con sospecha, asintió y dejó el plato a un lado, asegurándose de que la comida no se enfriara. Luego, decidió que quizás sería mejor hablar con su esposa. Tomó una silla que estaba a unos metros de distancia y la colocó frente a ella. "Dime", murmuró. Ella suspiró antes de tomar un profundo respiro y comenzar a hablar, "Las cifras están siendo difíciles. A pesar de que tú ganas más dinero que yo, siempre nos falta dinero. No entiendo dónde va a parar el dinero que ganas. Además, yo también te ayudo". Él suspiró, "El asunto es que todo está muy caro. Ya verás cómo empezamos a salir de esta brecha financiera. Solo confía en mí", dijo con una sonrisa alegre, pero ella solo frunció el ceño. Se puso de pie con los brazos cruzados, dudosa, mientras su esposo se dirigía a su habitación. Cristina finalmente se dio cuenta de que no quería ser ama de casa toda su vida para un hombre que gastaba más dinero del que ganaba. Dejó el plato de comida a un lado y se fue a dormir sin prestar atención a los vasos sucios sobre la mesa y las migajas de pan en el suelo. Simplemente quiso descansar y sabía que se lo merecía. Al día siguiente, estaba trabajando en el mismo lugar de siempre, una clínica donde ella limpiaba. Llevaba puesto su uniforme y ya hacía calor. Agitaba un abanico con su mano derecha mientras suspiraba. Melisa, como su mejor amiga, se acercó a ella y la observó. "Te veo más cansada que otros días. Toma un vaso de agua", murmuró, ofreciéndole un vaso de plástico. Cristina agradeció y aceptó. "Gracias, igual ya casi es nuestra hora de descanso", respondió. Momentos después, Melisa insistió: "Bien, vamos ahora a nuestra hora de descanso", tomando la mano de Cristina, quien tuvo que soltar el palo de la escoba. Las dos amigas se dirigieron por el largo y estrecho pasillo hasta llegar al comedor. Allí, Cristina se sentó pensativa, mirando hacia su amiga, quien también la observaba con curiosidad. Las manecillas del reloj resonaban una y otra vez mientras ella buscaba las palabras adecuadas para compartir sus preocupaciones, algo que nunca había hecho. Finalmente, Cristina habló, ¡Yo…” "Ahora me dirás qué te ocurre". Melisa notó su pesar y respondió, "Es complicado", con pena, sintiendo el deseo inmenso de llorar, pero conteniéndose con valentía, consciente de que tenía que salir adelante y no sentirse así. Su mejor amiga la miró con intriga y dijo, "Es Eduardo, siento que algo me está ocultando", mientras se tocaba la cabeza. "¿Es otra mujer?", preguntó Melisa, y Cristina la interrumpió, "No, solo que no sabe controlar el dinero". Melisa suspiró y cuestionó, "¿Y dónde va a parar ese dinero que él gasta?", con curiosidad. Cristina se encogió de hombros, "No lo sé, esa es la cuestión", respondió mientras buscaba alguna respuesta que nunca encontraba. Su amiga la miró con intriga, ya que nunca la había visto tan preocupada. Ambas se observaron durante algunos segundos hasta que finalmente una de ellas habló, "Entonces, ¿qué es lo que está ocurriendo?". "Ya no lo sé", admitió Cristina. "No lo sé. En primer lugar, no logró conseguir ese trabajo importante en la empresa, y a pesar de ganar más que yo, siempre me está pidiendo dinero que no le alcanza. Él gana casi el doble que yo, Melisa, no lo entiendo". Melisa asintió, pensativa, y dijo, "Es raro..."
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