5. Vaya familia

1495 Words
A las nueve y diez detuve el auto frente a la casa de Monserrat. La tuve que esperar un rato, se daba vueltas por la casa como una pequeña ratoncita que buscaba comida. De pronto, a la sexta vez que pasó por el lado mío sin reparar en mí, la detuve del brazo. ―¡Sebastián! Buenos días ―me saludó con gesto sombrío. ―¿Cómo amaneciste? ―le pregunté preocupado al verla así. ―Me amanecí, literalmente ―respondió con sinceridad y bajó su rostro.  ―¿Y eso? ―Puse mis dedos bajo su mentón y levanté su rostro. ―No lo sé, no pude dormir. ―¿Por qué no me llamaste? ―¿Molestarte de madrugada para que te enojaras más conmigo? No, gracias. ―No hubiera sido molestia y no estoy enojado contigo. Deberías haberme llamado. ―No ―contestó lacónica y se fue a terminar de preparar algunas cosas. Volvió con su bolso y una chaqueta gruesa. ―¿Lista para enfrentar a tu ex? ―Supongo ―contestó no muy convencida antes de subir a mi automóvil. ―Dime algo, ¿por qué terminaron? ―le consulté antes de echar a andar el motor.  ―Él terminó conmigo porque en realidad nunca me quiso, simplemente quería burlarse de mí, me apostó y perdió, tuvo que pololear conmigo. ―¿Tú lo sabías? ―¿Crees que si yo lo hubiese sabido, habría estado con él? La apuesta era el año escolar. Me hice muchas ilusiones, le entregué todo. Y a fin de año me dejó frente a todo el liceo y me confesó que había perdido en una apuesta y por eso había tenido que pololear conmigo, que yo lo único que le daba era asco. Todos mis compañeros se reían de mí, de mi estupidez, todo el mundo sabía lo de la apuesta, menos yo. Me grabó y lo mostró a los demás... ―Yo... lo siento. ―Yo no estoy enamorada de él, sería muy tonta si lo siguiera estando. ―En el corazón no se manda ―comenté pensando en mi propia historia, donde a pesar de todo, me costó mucho dejar de amar a mi exesposa. ―Ha pasado demasiado tiempo. Ya él no me importa. ―A ver qué tal está tu ex. ―Hoy conocerás a mi querida familia; lo quieras o no, ya estás dentro. ―¿Qué pasó? ―¿Qué pasó con qué? ―Con tu familia, me da la impresión de que no estás feliz de verlos. ―No, no lo estoy, durante mucho tiempo busqué su aprobación, pero yo era la inútil, la idiota de mi familia; después que salí de la universidad, que tuve mi propio negocio y empecé a prosperar, ellos se acercaron a mí, aun así, tampoco era suficiente, pues como no me casaba ni tenía hijos, no era una mujer de verdad. ―Eso no es así, no porque no tengas hijos eres menos mujer. ―Díselo a ellos. ―Eres demasiada mujer. ―Gracias... ―contestó de un modo extraño. ―Y sí, serías muy tonta si siguieras enamorada. ―No lo estoy, ya te lo dije. Sus ojos se enverdecieron, así es que antes que estallara la tormenta, eché a andar el auto y salí de allí. Ella me fue dando las indicaciones del viaje y de lo que haríamos al llegar y encontrarnos con su familia. ―Te aseguro, Sebastián, que no será bonito ―recalcó una vez más al detenerse el coche. ―Si estás conmigo, no será tan terrible ―aseguré. ―Espero que tú tampoco me dejes sola, ellos querrán que lo hagas. ―No lo haré ―afirmé seguro de que esa familia no me separaría de Monserrat. Nos bajamos del automóvil y la tomé de la mano entrelazando nuestros dedos. Yo me alegré de ir de n***o, con camisa y accesorios blancos, pues así hacía juego con Monserrat, como si lo hubiésemos acordado. Nos acercamos a un grupo de personas que conversaba o, mejor dicho, discutía. ―Buenos días, familia ―saludó Monserrat con algo de sarcasmo en la voz. ―Monserrat ―saludó sin ganas un hombre mayor. ―¿Qué tal..., papá? Te presento a mi prometido, Sebastián Beltrán ―me presentó como su ¿prometido? ―¿Sebastián Beltrán, el de la ropa? ―inquirió ―Sí, señor, un gusto ―saludé no de muy buena gana. ―Yo soy Ingrid Donoso, la mamá de la Monse ―intervino la mamá, estirando su mano, emocionada de estar con alguien “conocido”. ―Un gusto, señora. Monserrat me presentó a sus hermanos, con sus respectivas familias y a un par de primos. Leonardo no se encontraba entre ellos. Un hombre muy vulgar, con sonrisa irónica y paso ridículo que me recordó a Tony Manero, se acercó a nosotros. ―Monserrat Aliaga, ¿cómo estás? Cada día más regia, todo un bombón... es lo que dejaste de comer ―se burló con una sonora carcajada. La familia de la joven lo siguió, como si hubiese sido un gran chiste. Yo, en cambio, abracé a mi novia de modo protector, sin una mínima sonrisa. ―No te enojes, hombre, ella sabe que son bromas, ¿cierto, gorda? ―se siguió burlando el ex. Se acercó y le iba a dar un beso en la mejilla, ella le hizo el quite y yo la apreté más contra mi cuerpo, en tanto extendió la mano para saludar al hombre, aunque más que nada para mantenerlo alejado. ―Hola, soy Sebastián Beltrán, novio de Monserrat ―me presenté a mí mismo. ―¿Novio? ―Se quedó serio en un nano segundo. ―Sí, su novio, ¿por? ―Porque ella se va a casar conmigo. ―¿Ah, sí? ―Sí, la tengo pedida y todo. ―Ella no se ha enterado, ¿o sí, preciosa? ―le pregunté directamente a Monserrat. ―Y no tiene por qué, yo ya hablé con su papá y está todo arreglado. ―¿Ni siquiera le vas a preguntar a ella si quiere o no? ―cuestioné sorprendido. ―¿Para qué? Si sus papás están de acuerdo, eso basta. ―No estamos en el siglo quince, estamos en el veintiuno y ella es independiente y toma sus propias decisiones, además, ella es mi prometida y conmigo se va a casar. ―No pueden ―replicó. ―Claro que sí. ―Mira, Sebastián, ella, aunque tú no lo quieras reconocer ni aceptar, sigue enamorada de mí y tú, o eres una pantalla para sacarme celos o eres un pasatiempo. ―¡Eso no es verdad, Brayan! No estoy enamorada de ti y no utilizo a la gente como lo haces tú, mucho menos me burlo o juego con ellos. ―Mira, gordita, no tienes que fingir, yo sé que tú me amas a mí, no tienes que negarlo. Tampoco ha pasado tanto tiempo como para que te hayas olvidado así, tan fácil de mí. ―Es cierto, no te he olvidado, olvidarte sería olvidar que gracias a ti estoy donde estoy, por demostrarte que sí valía como persona y mujer. ―¿Valer? Tú sin mí no vales nada ―se burló descaradamente. ―Yo valgo mucho más que tú. ―¿Te olvidas de que yo te recibí cuando no eras más que una guatona asquerosa y fea a la que nadie habría amado jamás, que para lo único que servías era para darse un follón? ―Y tú eres un imbécil que cree que porque tiene pinta de choro trae locas a las mujeres y a las únicas que logras conquistar es a las que tienen baja autoestima, a las que su único fin es tener un marido y llenarse de hijos. ―Es que ni para eso sirves ―la acusó―, no pudiste siquiera darme un hijo. ―¡Jamás hubiera tenido un hijo tuyo! ―No, porque ni tú habrías estado segura de quién hubiera sido el crío. ―Tuyo no, porque tú ni mereces ser padre, no eres lo suficientemente hombre para una mujer como yo. ―No digas esas cosas, Monserrat ―la reprendió su padre con desagrado―. El hecho de que tú te comportaras como una callejera no fue por culpa del Brayan, tú siempre fuiste poca cosa, siempre te ha gustado ir en contra de la corriente, agradecida deberías estar que él quiera volver contigo, otro en su caso te deja y no vuelve más. ―Lo siento ―intervine molesto y a riesgo de que Monserrat se enojara conmigo―, Monserrat no tiene por qué soportar esto. Inicié el camino al estacionamiento con ella pegada a mi costado. ―¡Si se va, se olvida de su familia! ―gritó el padre de modo amenazante. Yo me di un cuarto de vuelta. ―No necesita una familia así ―afirmé con convicción.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD