4. Viaje

1825 Words
El fin de semana pasó lento y tedioso. Ansiaba que llegara el lunes lo antes posible y que el día fuera corto pues quería... no, no solo quería, necesitaba verla. Sobre todo, después de lo compartido el viernes. Cada minuto recordaba los momentos vividos. A las ocho puntual, estacioné fuera de la casa de Monserrat, un guardia me hizo entrar, ella ya me esperaba. ―¿Me das un minuto? Hago una llamada y estoy contigo. ―Fue el saludo con el que me recibió. ―Adelante ―acepté comprendiendo que los negocios no esperan. No se alejó para hablar. ―Aló, señor Suarez, sí, Monserrat Aliaga al habla. ―Hizo una pausa eterna―. Sí, bueno, en ese caso tendría que viajar a Valencia, yo tengo que ir a Madrid la próxima semana, ¿qué tal si nos vemos allá? ―Nueva pausa―. No, no hay problema, de todos modos, el miércoles tengo que estar en Madrid en una reunión, el jueves podríamos vernos. ―Al parecer fue interrumpida―. Ah, perfecto, entonces, nos vemos en Madrid el jueves. Nos comunicamos. Hasta pronto. Guardó su móvil en la cartera y clavó sus verdes ojos en mí. ―¿Pasa algo malo? ―consulté preocupado, sabía que el color de ojos que tenía en ese momento, por muy lindos que parecieran, yo sabía que eran como la calma antes de la tempestad. ―Hay un tipo español que quiere hacer negocios conmigo, pero no se quiere presentar, quiere que viaje y que allá nos encontremos. Y aparte estoy teniendo problemas con algunos proveedores y resulta que tengo que ir yo a arreglarlo todo. Aunque lo prefiero, porque si no hace las cosas uno personalmente, no resultan. ―Mira qué casualidad, yo también tengo que viajar, aunque tengo que estar el viernes con un diseñador en Madrid, ¿qué tal si nos vamos juntos? Nos vamos el lunes, llegamos el martes para pasear, del miércoles al viernes nos dedicamos a los negocios y nos quedamos el fin de semana y nos vamos a bailar por ahí para pasar los malos ratos. Los ojos de Monserrat se aclararon de forma muy notoria, aunque fue lo único en su rostro que mostraba signos de vida, pues no hizo ningún gesto, ni siquiera pestañeó. Luego de un tiempo que para mí fue una eternidad, sonrió. ―Me parece ―aceptó displicente. Poco me faltó para saltar de alegría, sin embargo, solo me limité a sonreír. ―Entonces, arreglaré todo para viajar ―ofrecí feliz. ―¿Compraremos los pasajes juntos? ―Obvio, así nos vamos juntos; yo lo hago, no te preocupes. ―Está bien, pero del hotel me hago cargo yo ―dispuso tan alegre como yo. ―Ningún problema. Creo que no podría sentir más orgullo por ella. Era una mujer independiente y aunque se dejaba atender, ella también hacía su parte. Por ejemplo, el viaje: dejaba que yo me hiciera cargo de los pasajes, pero ella se haría cargo del hotel. El viernes dejó que yo pagara la cuenta del restorán, pero ella pagó la salsoteca. No era una mantenida, pero tampoco era una feminista que veía a los hombres como enemigos, más bien los veía a su mismo nivel. Y eso me hacía admirarla cada vez más. ―¿Vamos? ―interrumpió ella mis pensamientos al tiempo que se colgaba de mi brazo. La observé unos segundos antes de comenzar a caminar hasta el vehículo. ―¿Dónde quieres ir? ―le pregunté él al momento de abrirle la puerta del auto. ―Donde tú quieras. ―¿Segura? ―Sí, segura, hoy te toca decidir a ti, yo lo hice el viernes. Quedé embelesado, eso era precisamente lo que me gustaba de ella. Aunque no la había visto en esta faceta personal solo como empresaria, Monserrat siempre era igual, no por ser mujer esperaba todos los privilegios, ni tampoco aceptaba todo lo que yo decía por el simple hecho de ser hombre. Mantenía un equilibrio tal que cada día me enamoraba más. La cena fue en un cálido local exclusivo donde su especialidad era la comida francesa. Ella me dejó escoger a mí el menú. ―¿Te gustó? ―le pregunté al terminar la cena. ―Exquisito, y el lugar es maravilloso, nunca había estado aquí ―contestó mirando todo a su alrededor. ―¿De verdad? ―me sorprendí, era un lugar obligado para empresarios. ―De verdad, este lugar no lo conocía. ―Me alegra haberte traído hasta aquí entonces. ―Me encantó, tendremos que venir más seguido. Me quedé sin palabras, ¿acaso estaba aceptando de antemano invitaciones futuras? ―Como tú digas ―balbuceé como un idiota, esa mujer me dejaba sin cerebro. Monserrat me dedicó una displicente sonrisa. ―¿Vamos? Se hace tarde y mañana tengo que madrugar, para mí será un laaaargo día. ―¿Y eso? ―Llegan mis papás de visita ―respondió con fastidio y tintes negros en sus ojos. ―Pareciera que no te gustara la idea. ―Para nada ―afirmó frunciendo los labios. Yo no supe qué decir, si eran como Lorenzo, entendía muy bien que no quisiera verlos, además, si ellos no la querían, ¿a qué venían? Si ella quisiera, podía acompañarla tal como hice con su hermano, pero no sería algo que yo propusiera, me parecía que ese tema era algo doloroso y un poco vedado para mí todavía. Me levanté y ella me imitó, al llegar al auto, se volvió y clavó sus hermosas pupilas negras en mí mientras yo sostenía la puerta. ―¿Quieres pasar el día conmigo mañana? ―Me invitó un poco incómoda. ―Sabes que sí. ―Estará mi familia en pleno. Y no será agradable. ―Eso no es problema para mí. Suspiró, parecía que le costaba hablar y expresarse.  ―¿Puedo pedirte un favor? ―dijo al fin. ―El que quieras. ―¿Puedes hacerte pasar por mi pololo? Quedé con la boca abierta. ¿Yo su pololo? ―Si no quieres no importa, de verdad ―aseguró bajando la cabeza. ¿Yo no querer? ―Por mí no hay problema ―afirmé presuroso reaccionando a lo que me había dicho―. ¿Puedo preguntar por qué? ―Es una historia larga. ―Y tú debes madrugar. ―Llévame a mi casa y te lo cuento. ―Por mí encantado. Ella terminó de subir y yo cerré la puerta. Si hubiese podido gritar de felicidad, lo hubiera hecho, pero no quería espantarla. ―Pero eso no significa... ―me advirtió cuando eché a andar el auto. ―No te preocupes, me interesa saber por qué ―insistí. ―El viernes llegó mi hermano, lo sabes, este fin de semana llegaron mis sobrinas, mi hermana y mi cuñado. Mañana llegan mis papás y mi hermana menor ―explicó. ―La familia en pleno, como dijiste ―comenté socarrón. ―Vienen al matrimonio de mi hermana chica. ―¡Ah! Qué bien. ―No, qué bien nada ―replicó molesta. ―¿Por qué? ―No entendí. ―Porque el novio de mi hermana es el hermano de mi ex... Y también viene. ―Ah, ya, y quieres sacarle celos conmigo. ―No seas ridículo. Lo que pasa es que no quiero que me vea sola, siempre que nos vemos, él está con una mujer distinta. ―No ha encontrado una verdadera mujer después de ti. ―De mí solo se burló. ―¿Quién te dice que no se le dio vuelta la tortilla y nunca te olvidó? ―Nunca me amó, jamás le importé y si así fuera, me daría lo mismo, al final, yo ya no lo amo ni me importa. ―¿Estás segura? ―Por completo. ―¿Y si te pidiera volver? ―No lo hará. ―Pero ¿y si lo hiciera? No contestó. Estacioné el coche frente a la casa de Monserrat y la miré fijamente. ―Dime, Monserrat, si él quisiera volver contigo, ¿tú volverías? Bajó la cara. Eso me dio la respuesta a muchas cosas, pues, aunque dijera que no, ella seguía enamorada de ese tipo, por eso no había vuelto a tener pareja, ni lo quería. Por eso quería que él fuera su novio de mentira... para celarlo. ―Me voy ―dije molesto más ante mis pensamientos que a lo que ella pudiera sentir, ella nunca me había prometido nada. ―¿Estás enojado? ―inquirió con voz suave. ―No, no tengo por qué. ―Sí lo estaba, y mucho. ―¿Me ayudarás? ―Sí, seré tu novio de mentira, no te preocupes. Nos vemos mañana. ―contesté más tosco de lo que pretendía. ―A las once es el matrimonio, te mando la dirección por mensaje. ―¿Te paso a buscar? ―ofrecí sin pensar. ―¿Seguro? No quiero que te molestes más de la cuenta. ―Eso es lo que menos me molesta ―aseveré con firmeza. ―A las nueve y media, ¿puedes? Es camino a Valparaíso, queda como a cuarenta y cinco minutos desde acá y debo llegar antes. ―Ningún problema, estaré aquí a las nueve y cuarto, tampoco vamos a llegar con el tiempo justo. ―Esa es mi idea. Aunque tengo algunas cosas que arreglar desde acá, verificar que llegó todo, no quiero llegar temprano allá. ―Bueno, entonces te paso a buscar y ahí decides a qué hora nos vamos. ―Gracias, buenas noches. La observé detenidamente unos segundos. Yo estaba enojado, celoso y ella no tenía la culpa, ella nunca me dio esperanzas, al contrario, siempre me previno de ellas. Aun así, sentía una opresión en el pecho al pensar que ella estaba enamorada de otro, sus ojos tenían un color extraño, un color que jamás había visto. Escaneé el resto de su cara y me di cuenta de que estaba triste. Y supe por qué ese tono grisáceo me era desconocido, nunca la había visto así. ―Que descanses ―me despedí de ella al fin. Ella se acercó y me dio un dulce beso en los labios que no pude corresponder, por enojo, por sorpresa, por idiota... ―Buenas noches ―dijo ella con tristeza al bajar del auto. ―Buenas noches ―respondí confundido y celoso. Me fui de allí con la rabia a flor de piel. Ya quería tener al tipo ese frente a mí. Estaba seguro de que no solo se presentaba ante ella presumiendo nuevas conquistas, sino que también tiene que haberle enrostrado en la cara que no era capaz de encontrar a un hombre que la quisiera. Pero ya lo tenía. Y yo lucharía por ella y por su amor contra todo y contra todos. Sobre todo, contra ese infeliz incapaz de amar que marcó a Monserrat y la hacía cargar con un peso que no debía llevar.
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