Atlas se sentó en la cabaña, rodeada de la calidez del fuego y el aroma de la comida que la anciana preparaba. La anciana no dejaba de hablar, contando historias y anécdotas de su pasado, pero Atlas no la escuchaba. Estaba perdida en sus pensamientos, recordando los latidos de esas personas que había conocido en el bosque.
Eran tan interesantes, esas voces gruesas y la forma en que podía sentir la mirada tensa de esas personas. Atlas se estremeció al recordar la forma en que se habían acercado a ella, con una mezcla de curiosidad y miedo.
De repente, la anciana le dio con el cucharón en la cabeza, sacándola de su ensimismamiento.
—¿Qué piensas? —preguntó la anciana, con una sonrisa divertida.
Atlas se frotó la cabeza, confundida.
—Defendí a unas personas en el bosque, estaban apunto de ser devoradas por una loba—dijo finalmente.
La anciana se puso alerta, pero se tranquilizó cuando Atlas le dijo que no la habían visto.
—Pero habían unas personas muy interesantes —agregó Atlas.
La anciana se rió con amor, su rostro arrugado por la edad.
—¿Y esa risa? —preguntó Atlas, curiosa.
La anciana se quedó en silencio por un momento, pero luego le preguntó:
—¿Cómo es esa persona? ¿sus rasgos? ¿sus ojos?.
Atlas gruñó, levantándose de su asiento. La anciana se rió mientras le decía:
—Dije algo malo, ¿verdad?
La anciana se rió con risas, su rostro iluminado por la luz del fuego.
La anciana se acercó a Atlas mientras le hacía una coleta, esperando que ella terminara de comer. El sol estaba en su punto más alto, y la anciana no podía evitar hacerle cumplidos a Atlas.
—Eres una verdadera dama, Atlas —dijo la anciana, sonriendo—. Ya no eres un animal, sino una joven hermosa y fuerte. Pronto vas a ser una loba hermosa, y todos te admirarán.
Atlas se atragantó con su comida, ya que le daba miedo ser una loba. Era mucho para ella, y no estaba segura de si estaba lista para aceptar su verdadera naturaleza.
Justo en ese momento, varias pisadas fuertes resonaron en el bosque, y Atlas se puso en alerta. Cogió su espada y se puso en cuclillas, caminando hasta la ventana para ver qué estaba pasando.
La anciana la observó con preocupación, viendo cómo varios lobos asquerosos con poco pelaje se acercaban al pueblo. Atlas se levantó en silencio, su rostro decidido.
—Tengo que ir a ayudar —dijo Atlas, su voz firme.
La anciana se asustó, agarrando a Atlas por el brazo.
—No debes ir, Atlas —dijo la anciana, su voz temblorosa—. Es demasiado peligroso.
Pero Atlas se liberó de su agarre, abrazando a la anciana como pudo.
—No te preocupes, tata —dijo Atlas, sonriendo—. Estaré bien.
En medio de los aullidos y gritos que empezaban a retumbar, Atlas salió de la cabaña y se lanzó hacia los lobos, dirigiéndose hacia el pueblo. La anciana la miró con orgullo y preocupación, sabiendo que Atlas estaba lista para enfrentar cualquier desafío que se le presentara.
Atlas se quedó paralizada al sentir la mala energía y peste que había en el pueblo. Los gritos eran alarmantes y parecían venir de todas partes. Pero entonces, escuchó a lo lejos un llanto de un bebé, seguido por unos gruñidos. Sin pensarlo, Atlas se arrastró por debajo de los lobos, saltó paredes y giró en su propio cuerpo hasta llegar al bebé.
La madre del niño yacía muerta en el suelo, y Atlas se sintió un impulso protector hacia el bebé. Lo tomó en brazos y se preparó para defenderlo. Pero entonces, sintió dos muros grandes que le impedían seguir. Sin embargo, Atlas no se rindió. Hizo una maniobra, dio un salto y pasó por encima de los muros.
Los Alfas, Kristen y Cristian, la siguieron mientras aniquilaban a todos los lobos que se les acercaban. Pero entonces, alguien tomó al bebé de los brazos de Atlas y las personas del pueblo empezaron a gritar y a decir que la anciana era la maldición del pueblo y que se quería llevar al bebé.
Los Alfas se colocaron al frente de Atlas y de la anciana, mientras le hacían preguntas a ella. Pero ella no hablaba. Hasta que alguien golpeó a la anciana y Atlas sacó su verdadero poder. Todo se volvió gris y la nieve empezó a caer como lluvia. Las personas quedaron sorprendidas y con temor.
Pero la anciana se levantó como si nada hubiera pasado y entregó al bebe a los Alfas. Su rostro estaba sereno y su mirada era intensa. Atlas se sintió un impulso de protegerla, pero la anciana no parecía necesitar su ayuda.
—No te preocupes por mí, Atlas —dijo la anciana, su voz suave pero firme—. Estoy bien.
Atlas se sintió un poco más tranquila, pero todavía estaba lista para defender a la anciana. Los Alfas se acercaron a ella, sus ojos llenos de curiosidad y respeto.
—¿Quién eres? —preguntó Kristen, su voz suave.
Atlas se encogió de hombros. No sabía cómo responder a esa pregunta. Pero antes de que pudiera decir algo, la anciana habló.
—No es un animal salvaje ¿Ho si?— añadió la vieja y los Alfas la detallaba cada vez más
Cristian miró a su alrededor, viendo cómo los lobos salvajes se habían ido y todo había vuelto a la normalidad. Las personas del pueblo solo miraban a Atlas y la anciana, con una mezcla de curiosidad y miedo. Atlas aún tenía la capucha puesta, solo se veían sus labios carnosos y rojos.
La anciana le dio un codazo amistoso a Atlas, y ella elevó la cara, dejando ver su rostro liso pero con una pequeña cicatriz en su mejilla. Los mellizos gruñeron mientras daban vueltas, pero la anciana sonrió.
—¿Quien te lastimo?— intervino Kristen
Atlas seguía en silencio, pero los Alfas dijeron que querían hablar con ella. Sin embargo, las personas del pueblo empezaron a negarse, y los Alfas gruñeron y los mandaron a callar.
Fue entonces cuando Atlas habló. Su voz fue fuerte y firme, desprendiendo poder. Todos la miraron, pero ella solo captó el ambiente amargo.
—¿Ahora quieren hablar? —dijo Atlas—. Pensé que querían matarnos. Pero así es la injusticia. Ustedes pensando en que éramos la maldición de este pueblo, y nosotros ayudándolos a que no les pase nada.
Atlas hizo una pausa, mientras se colocaba la capucha
—Gracias se dice —continuó—. Y con permiso, nos retiramos. Vamos, tata.
Dicho esto, Atlas se dio la vuelta y se alejó, dejando a los Alfas en silencio. El beta se rió de ellos, ya que nadie los había enfrentado de esa manera. Los Alfas se miraron entre sí, sorprendidos y un poco avergonzados.
—Creo que hemos encontrado nuestra pareja ¿Como te llamas?— grito Kristen
—Maldición— añadió la vieja
Cristian asintió, también sonriendo.
—Sí, definitivamente hemos subestimado a maldición..