Los Alfas, Kristen y Cristian, se dirigieron hacia su hogar, exhaustos después de pasar toda la noche buscando a la mujer misteriosa que desapareció en medio del bosque. Aunque no habían encontrado nada, todavía recordaban su aroma a flores silvestres y su mirada perdida.
—No entiendo por qué desapareció de esa manera —dijo Kristen, sacudiendo la cabeza.
—Sí, fue como si la hubieran llamado, ¿Viste como mato a esa mujer?—agregó Cristian, frunciendo el ceño.
—Y ese aroma... —dijo Kristen, cerrando los ojos—. Era como si estuviera rodeada de flores silvestres.
—Sí, era increíble —dijo Cristian, sonriendo—. Me hizo sentir como si estuviera en un campo de flores.
Los dos Alfas se rieron, recordando la noche anterior.
—Bueno, supongo que tendremos que seguir buscándola —dijo Kristen, serio.
—Sí, no podemos dejar que desaparezca sin saber quién es ¿y si la bruja la ataca? —agregó Cristian.
—Y qué quiere ella, ¿sabrá de nosotros? —dijo Kristen, mirando a su hermano.
Cristian asintió, entendiendo.
—Sí, tenemos que saber qué quiere y por qué está aquí —dijo.
Los dos Alfas se detuvieron frente a su hogar, una gran casa cubierta por la nieve
—Bueno, supongo que es hora de descansar —dijo Kristen, sonriendo.
—Sí, mañana seguiremos buscándola —agregó Cristian.
Los dos Alfas se despidieron y se dirigieron a sus respectivas habitaciones, exhaustos pero decididos a encontrar a la mujer misteriosa.
Mientras tanto, en el bosque, una figura se movía sigilosamente. Era la mujer misteriosa, con su aroma a flores silvestres y su cuerpo inclinado. Se detuvo frente a un árbol y miró hacia arriba, como si estuviera buscando algo.
—¿Dónde estás? se que estás aquí—susurró, su voz apenas audible.
De repente, un susurro respondió.
—Estoy aquí —dijo la voz—. Y te estoy esperando.
La mujer misteriosa sonrió nerviosa, mientras caminaba en silencio para donde se encuentra la otra persona
—Voy hacia ti —dijo, y se dirigió hacia el árbol, desapareciendo en la oscuridad del bosque.
Cuando Atlas llegó al árbol, la anciana la recibió con un zapatazo en la cabeza, haciendo que Atlas gruñera de dolor.
—¿Qué haces ahí escondida? Ya te dije lo peligroso que es este lugar —regañó la anciana, su voz severa—. ¿Por qué te escondes?
Atlas se levantó, frotándose la cabeza dolorida.
—¿Qué haces tú aquí también? —preguntó, su voz baja y gruñona—. Tú estás enferma. ¿Cómo te levantaste?
La anciana la miró con una expresión severa.
—Tuve que ir a buscarte —dijo—. No puedes estar escondida aquí, sola y sin protección.
Atlas se puso alerta al ver como la anciana olfateaba el aire.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz baja y cautelosa.
La anciana la miró con una expresión divertida.
—Es tú quien apesta —dijo—. Eso es lo que pasa cuando cojes pulgas, seguramente debes tener hasta callos en el ombligo, dime algo ¿ya no besas el suelo?— se burló la anciana
Atlas se sintió irritada, pero la anciana la tomó del brazo y la llevó hacia el bosque.
—Vamos —dijo—. Tenemos que encontrar algo para que te duches, ¿acaso estuviste en una pelea?— dijo la anciana
Atlas se dejó llevar, pero no podía evitar sentirse inquieta.
Los Alfas, Kristen y Cristian, salieron de la casa, sintiendo una extraña sensación en el aire. La nieve estaba espesa y sus botas se hundían en ella, pero no les importó. Se transformaron en lobos mientras se miraban, y siguieron el aroma y las risas que no sabían de dónde venían.
Los pinos altos que rodeaban la cabaña parecían estar vivos, y los Alfas podían sentir la energía de la naturaleza que los rodeaba. De repente, el beta, Isaias, se acercó a ellos, jadeando.
—Alfas, tenemos noticias —dijo—. Varias manadas han confirmado su asistencia a la fiesta de aniversario, pero hay algo más.
Los Alfas se miraron entre sí, tensos.
—¿Qué es? —preguntó Kristen.
Isaias intervino pero se detuvo, como si no supiera cómo continuar.
—Hay rumores de que otro ataque está cerca —dijo finalmente—. No sabemos quién o qué es, pero tenemos que estar preparados.
De repente, un grito resonó en la plaza del pueblo, y los Alfas se pusieron en alerta. Salieron corriendo hacia la plaza, donde varias personas estaban reunidas, hablando y gesticulando.
—¿Qué pasa? —preguntó Cristian, acercándose a la multitud.
Una de las personas se volvió hacia él, con una expresión de miedo en el rostro.
—Otro ataque —dijo—. Ha habido otro ataque en el pueblo, y mire como asesinaron a todos. No sabemos quién o qué es, pero tenemos que hacer algo.
—Esto se está volviendo como Lunadeplata– bufo Kriste
—Lo que falta es que alguien muera— añadió Isaias
—¿No lo ves?— hablo con sarcasmo Cristian mientras se acerca a Isaias —Hay 7 muertos ¿Quieres más?—
—Nah.. Eso es nada en New York han matado más de 12— se burló Isaias y los mellizos gruñeron bajo
Los Alfas se miraron entre sí, decididos. Sabían que tenían que actuar rápido para proteger a su manada y a los demás pueblos. La caza había comenzado, y no sabían qué les esperaba.
La voz femenina resonó en la plaza, llenando el aire con una mezcla de miedo y rabia.
—¡Eso es obra de la bruja y de su aprendiz! —gritó la mujer—. ¡Tienen que quemarla y así el pueblo se librará del mal!
La multitud comenzó a murmurar y a asentir, algunos incluso comenzaron a gritar y a exigir justicia. Los Alfas, Kristen y Cristian, se dieron la vuelta y se fueron, dejando a todos atrás y en silencio.
Mientras se alejaban, podían escuchar las teorías y las conversaciones de la multitud.
—¿Cómo vamos a llegar a la bruja? —preguntó alguien.
—¡No lo sé, pero tenemos que hacer algo! —respondió otro.
—¡La bruja es demasiado poderosa! —dijo una mujer—. ¡No podemos enfrentarla solos!
Los Alfas se miraron entre sí, ansiosos y sin saber qué decir. Sabían que la situación era grave y que tenían que actuar rápido, pero no sabían cómo.
—Tenemos que hablar con la manada —dijo Kristen finalmente—. Tenemos que decidir qué vamos a hacer. También debemos matar a esa anciana porque la chica misteriosa anda por ahí y le puede hacer algo
Cristian asintió.
—Sí, y tenemos que hacerlo rápido. La situación me tiene mal ¿Crees que necesitamos ayuda?—
—¿De quien?— añadió Kristen serio
—¿Saul y Soul?— preguntó Cristian
—Ay señor— murmuró Isaias
Los Alfas se apresuraron a regresar a la casa, sabiendo que tenían que tomar una decisión importante y rápida para proteger a su manada y al pueblo.