Capitulo 4

1270 Words
Atlas se movió con sigilo, sus pasos silenciosos en la oscuridad. La voz en su cabeza le guiaba, indicándole el camino a seguir. —Gira a la izquierda— susurró la voz. —Avanza cinco pasos. Ahora, a la derecha— Atlas obedeció, su corazón latiendo con intensidad. No sabía qué la esperaba, pero estaba lista para enfrentarlo. —Recuerda, Atlas— dijo la voz. —Tu objetivo es la mujer. Debes protegerla a toda costa y salir de este lugar— Atlas asintió, su mano se cerró en un puño. —No dejaré que nadie me detenga— dijo. —He luchado demasiado para llegar hasta aquí. La manada me enseñó a ser fuerte, a las malas— De repente, escuchó un ruido detrás de ella. Atlas se dio la vuelta, su cuerpo tenso. —¿Quién está ahí?— preguntó, su voz firme. No hubo respuesta. Atlas avanzó, su sentido del... instinto guiándola a través de la oscuridad. De repente, sintió una mano en su hombro. Atlas se giró, su puño listo para golpear. —Ay niña miserable, ¿que tratas de hacer?– —Margaret libera a la mujer ¡Ya!— grito Atlas llena de furia —¿O que? vamos ¿que vas hacer Atlas?— sonrió la mujer acercándose cada vez más —Ta dije que no te me acercaras mas— Cierro abro mis manos sintiendo el calor de su cuerpo y la aparto de mi camino, —No te mato por mi padre— pateo sus piernas, paso por encima de su cuerpo mientras tomo a la mujer —Ven conmigo— —¿Quien eres?— dijo la mujer en medio de llantos —No soy nadie, solo preocúpate por ti— La mujer asintió, y juntas se dirigieron hacia la salida. Atlas se movió con confianza, su... instinto guiándola a través de la oscuridad. Finalmente, salieron al aire libre, y Atlas sintió el sol en su rostro. Sonrió, sintiendo una sensación de libertad. Pero la mujer ya no estaba a su lado. Atlas se dio la vuelta, buscándola. —¿Dónde estás?— preguntó. No hubo respuesta. Atlas se encogió de hombros, sonriendo. –Supongo que ya no necesitas mi ayuda– dijo, hablando consigo misma. Atlas continuó caminando, sus pies ardiendo por las estacas que estaban clavadas en el suelo. No sabía cuánto tiempo había estado caminando, pero sabía que debía seguir adelante. La voz en su cabeza le había dicho que debía encontrar un lugar seguro, un lugar donde pudiera sobrevivir. Pero el bosque parecía no tener fin. Los árboles se extendían en todas direcciones, sus ramas entrelazadas como si fueran dedos. Atlas se sentía pequeña y vulnerable, como si fuera una hormiga en un mundo de gigantes. De repente, escuchó un ruido. Un animal, quizás un conejo o un ciervo, se movía en la maleza. Atlas se detuvo, su corazón latiendo con intensidad. Sabía que debía cazar, que debía encontrar comida para sobrevivir. Se movió lentamente, su mano extendida hacia la maleza. Su sentido del tacto la guiaba, permitiéndole sentir el terreno y detectar cualquier movimiento. De repente, sintió un golpe en su mano. Un conejo, pequeño y tembloroso, se movía en su mano. Atlas sonrió, sintiendo una sensación de triunfo. Había cazado, había encontrado comida. Pero la sed era un problema diferente. Atlas sabía que debía encontrar agua, que debía beber para sobrevivir. Se movió lentamente, su mano extendida hacia adelante, buscando un río o un arroyo. –Creo que estoy cerca de algún lago, quiero agua tengo que beber— De repente, siento un cambio en la temperatura. El aire está más frío —Agua, agua, quiero agua— empiezo a caminar hasta que siento que alguien me está observando. Me levantó rápidamente, oculto el conejo detrás de mi y comenzó a llamar. —¿Quién está ahí?— grito pero mi voz sale temblorosa No hubo respuesta, pero Atlas sintió que la persona se acercaba. De repente, una figura emergió de la maleza. Atlas se tranquilizo al sentir que la persona era buena, su corazón estaba tranquilo y solo inspiraba dolor La mujer se acercó a Atlas, sin decir una palabra. Simplemente la tomó de la mano y comenzó a caminar con ella. Atlas se sintió débil y tropezó, pero la mujer la sostuvo firme. —Quiero agua— dijo Atlas, su voz débil. La mujer la llevó a una vieja laguna, donde Atlas bebió agua fresca y clara. La mujer permaneció en silencio, observándola mientras Atlas hablaba sin parar. —Me llamo Atlas— dijo. —He estado huyendo durante días, sin saber dónde iba. Estoy harta de caminar, mis patas deben de estar llenas de porquería— La mujer la escuchó en silencio, sin interrumpir. Atlas continuó hablando, contando su historia mientras lloraba. La mujer finalmente se movió, tomando un paño y lavando la cara de Atlas. Atlas hizo un gesto de dolor y la mujer le preguntó: –Te dejaron una cicatriz allí, pero con algo se te debe aclarar, y no hables así en mi presencia jovencita, y son pies no patas— gruño la anciana Atlas se quedó en silencio por un momento, antes de responder: —Es gracias a mi batalla, esa raja me la hizo la hijastra de mi padre— Atlas se colocó colocó cuclillas y se limpio la nariz —La mate— se rió —Mate a esa desgraciada— La señora la observo y le dio con una rama seca en la cabeza —¿Que le pasa?— grito Atlas —Deja de comportarte como una bestia— grito la anciana —¿Tu madre no te enseño modales?— —No tengo madre— La mujer la miró con compasión y le preguntó: —¿Cuántos años tienes tú, niña?" Atlas respondió: —Once. Acabo de cumplirlos— La mujer asintió y continuó en silencio, guiando a Atlas hacia su cabaña. Atlas se sintió agradecida por la presencia de la mujer, —¿Por qué estás descalza?— dijo la anciana —No puedo dejar mis patas en ca..— me tapo la boca ¿Como dijo que se dice? mm –Pezu,, mmm no— la detengo porque siento su rabia y su respiración es más pesada —¡Ya se! Piezas, no puedo dejar mis piezas en casa– siento un leve apretón en mis brazos —¡Pies! ¡Pies!— gruño la anciana —¿Para donde vamos?— —Camina— —¿Como se llama?— preguntó Atlas mientras siente todas las ramas secas y maleza en sus piezas —Solo camina y ya— —¿Vive sola? ¿tiene guarida o cueva?— —Una cabaña— la anciana la ve por un momento y siente compasión con la niña que tiene en su frente, —¿De quien huyes?— —De mi padre, de mi madrastra y de todos— —¿Ellos te hicieron esto?— la anciana toca la cicatrices en los brazos de la niña —No todos fueron ellos, unos fueron los lobos de mi padre— Me siento en la tierra y me muerdo el pie, hasta que siento algo duro en mi cabeza —¿Que paso?— —¡DEJA DE MORDERTE!— grito la anciana espantando a las aves del lugar —¡Párate!— suspiro —¡Párate Atlas!— —Es que me picaba— Atlas sonrió —Ay señor, no quería mascota y ahora me trae a esta— La anciana sigue con la niña habladora y llena de cicatrices
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