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Sexting

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¿La solución a un deseo s****l a distancia? ¡Sexting!

Leo y Martina son dos adultos que disfrutan muchísimo el mantener relaciones sexuales entre sí, la confianza y el tiempo juntos los había llevado a explorar cosas inimaginables para una pareja ordinaria.

Martina tuvo que salir de la ciudad por cuestiones personal alejándose por primera vez después de tantos años juntos, dejándoles como único desahogo la masturbación y el sexting pero esto no fue suficiente para la chica.

Durante una sesión de sexo virtual, Leo comienza a tener la sospechas de que Martina le estaba siendo infiel generando así una desconfianza tremenda y también el deseo de conocer la verdad.

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Quédate con él
— Pero ¿Qué le pasa a este hoy? Vaya caraja que lleva ¿no? Seguro que ha estado de fiesta, se ve que aún no se ha despertado. — No creo — musitó Adri casi para sí. — Pues hija, tiene toda la pinta, va medio dormido… bueno, voy a sacar las baguettes que creo que ya están. Adri agradeció que su compañera la dejara sola. Todavía no era hora punta en la cafetería y eso le permitía meterse en su mundo interior mientras trabajaba. Más tarde, apenas habría tiempo ni para pensar. Rememoró la escena ocurrida hacía apenas unos segundos. Leo había tomado café como cada día, pero hoy parecía cansado y preocupado. Ella se había fijado bien. Siempre estaba atenta a cada detalle y no, no estaba nada de acuerdo con su compañera. Aquello no era solo falta de sueño, que también: la mirada del chico denotaba tristeza, con la vista puesta en el vacío, mirando, pero sin ver. No era propio de él. Siempre disfrutaba de ese primer café antes de ir a trabajar. Y solía fijarse en los detalles que le rodeaban. Incluso a veces, dedicaba a Adriana una sonrisa que ella correspondía inmediatamente. Estaba claro que le pasaba algo serio. A modo de confirmación, lo vio girarse después de pagar el café y dirigirse a la puerta como un autómata. — Leo… Leo… Isabel tuvo que elevar el tono la segunda vez, porque parecía no haberla oído. El interpelado se detuvo sorprendido de escuchar su nombre. En realidad, parecía extrañado de encontrarse incluso allí mismo, en ese escenario, en la confitería del barrio y no en ese otro mundo del que lo acababan de arrebatar. — ¿Eh? — Fue el único sonido que fue capaz de emitir. — ¿No te llevas hoy el pan? — ¿Cómo? — Seguía sin estar allí. — Leo, el pan para tu bocadillo… — Ah, es verdad, dame… bueno, no, déjalo, igual hoy como en… Y se quedó ahí bloqueado, sin decidir… — Oye, ¿quieres tu barra o no? — No, déjalo, gracias. Y como un sonámbulo salió por la puerta. Después vino el comentario de su compañera, mientras Adri lo veía cruzar la calle a través de la cristalera. Se quedó parado en la esquina, esperando que la furgoneta de su empresa, viniera a recogerlo. Los hombros caídos hacia delante, mirando a la acera de enfrente en vez de a la calle por donde siempre venían sus compañeros. Rodeado de gente que ya empezaba a pasar, pero solo en mitad de su mundo. Era muy raro, él nunca se había comportado así. Y su compañera no entendía nada porque no se fijaba, pero para ella nada de esto había pasado inadvertido. Isabel podía equivocarse, pero ella no. Estaba atenta a cada suspiro de Leo desde hacía años. Nadie lo sabía, ni siquiera su compañera, que era lo más parecido a una amiga de verdad que había tenido nunca, pero seguía tan enamorada de él, como el día que estrenó sus labios de adolescente con aquel primer beso. Y una chica enamorada no se equivoca: ella dejaría de llamarse Adriana si a su Leo no le pasaba algo serio. Y estaba dispuesta a averiguarlo. * * * Martina trabajaba a destajo. Se multiplicaba supervisando varias tareas simultáneamente, además de echar una mano allí donde era necesario. La tienda estaba prácticamente montada, pero aún quedaban mil detalles menores por resolver. Se sentía muy agobiada, el estrés y la ansiedad la consumían, pero se negaba a parar. Se propuso terminar al mediodía. Si salía de Cuenca a la hora de comer, podría llegar a Madrid antes de que oscureciera. También era cierto que no se podía permitir hacer un alto. Temía desmoronarse como un castillo de naipes si paraba. Prefería estar ocupada, ya había pasado una malísima noche dándole vueltas a la cabeza. De repente, un sobresalto. Entre la cacofonía de ruidos y voces, distinguió la melodía inconfundible de su Smartphone. Se quedó un segundo paralizada, quieta como una estatua, hasta que pudo reaccionar y sorteando a todos, llegó hasta su bolso. Había perdido la cuenta de los mensajes y llamadas que desde anoche había hecho a su novio, hasta ahora sin respuesta. Nada, el vacío más absoluto. Casi hubiera preferido que la llamara para insultarla y desahogarse, para maldecirla y decirle que lo suyo se había acabado, todo era preferible a aquel silencio, a aquella falta de réplica desde su último mensaje: — No hace falta que vengas, puedes quedarte en el hotel, con tu amigo del calzoncillo. No recordaba haberse sentido peor en su vida. Aquel corto párrafo fue como un golpe en la boca del estómago, que la dejó sin respiración y con un punzante dolor en el pecho. Tardó unos minutos en recuperarse, eternos y preciosos minutos perdidos…era consciente que debería haber llamado al momento, pero ¿Qué podría decir? Lo primero que pensó fue en negarlo todo. El chico ya no estaba en la habitación y podría haber hecho una videoconferencia para tratar de calmar a Leo. Pero estaba la prueba, ese maldito calzoncillo. Las ideas más peregrinas acudieron a su mente, incluida la de poner la marca masculina a rotulador en unas de sus braguitas blancas tipo calzón y tratar de hacerlo pasar por una broma. Pero todo se le hacía tan absurdo que pensaba que el remedio sería peor que la enfermedad. Decidió finalmente, que nada era más malo que el silencio, así que lo llamó. Se enfrentaría a lo que fuera, era lo único que podía hacer. Pero Leo no había respondido a sus llamadas ni a sus mensajes, lo cual no sabía si la aliviaba porque le daba tiempo, o por el contrario la separaba cada segundo que pasaba de su novio. Tenía la horrible sospecha que era más bien lo último. Martina tomó el móvil y un gesto de decepción se reflejó en su cara. Era Víctor. Dudó si coger la llamada, pero como seguía insistiendo descolgó de forma impulsiva, más por acabar con los timbrazos que por ganas de responder. — Oye, estoy liada en este momento… — Hola princesa, no te preocupes, solo llamaba para saber cómo estabas… ¿Princesa? De que maldito cuento de Disney se había caído aquel idiota… — No muy bien, me falta tiempo y queda mucho por hacer, la verdad es que estoy un poco agobiada… — ¿Quieres que le diga a la jefa que me mande allí a echar una mano? — No, no es necesario, no necesito aquí a más gente, ya casi no cabemos con los que estamos. Nos estorbamos más bien. — Vale, ¿entonces te veo cuando acabes? Te llevaré a comer a un sitio guay y luego…bueno, podíamos continuar lo que empezamos anoche… todavía tienes habitación en el hotel ¿no? Martina suspiró: justo lo que necesitaba ahora, un pesado echando más carbón a la caldera. — Mira Víctor, me vuelvo a Madrid en cuanto deje esto medio organizado, ha sucedido algo… — ¿Te vas? Pero ¿no te quedas otra noche? Mañana es la inauguración y yo pensaba que… Este no escucha, pensó Martina. — Te digo que tengo una urgencia en Madrid, no puedo quedarme, de verdad que no… — Pero yo pensaba que íbamos a vernos esta tarde… Cielos, que pesado…le digo que tengo una urgencia y el tío ni se interesa, solo piensa con la polla… — Lo siento Víctor, pero no puedo seguir al teléfono, tengo mucho que hacer. Ya nos vemos en otra ocasión. — Vale, vale… ¿puedo llamarte si voy a Madrid? No cariño, mejor que no me vuelvas a llamar en la vida… — Bueno, si vienes por allí dame un toque antes ¿vale? Adiós. Cortó por lo sano sin darle tiempo a replica. Luego miró el chat de Leo. Seguía sin responder. Es más, ni siquiera aparecía la confirmación de haber leído sus mensajes. Le tembló el móvil en la mano. Se forzó a dejarlo en el bolso y sumergirse en la frenética actividad. Inició de nuevo la carrera hacia no sabía dónde, moviéndose entre la ansiedad y el estrés, preguntándose a cuál de los dos sucumbiría antes. * * * Leo se sentó junto a los compañeros. Era la hora del almuerzo. Sorprendidos, fijaron su vista en él. A casi todos les había quedado claro que algo le sucedía. No estaba concentrado y se novia de forma mecánica, sin iniciativa, como alelado y esperando que alguien le indicara cada cosa que tenía que hacer. No era propio de él. Para colmo, resulta que no se había traído comida hoy. Sus amigos le ofrecieron compartir la suya, pero Leo negó con la cabeza. No tenía hambre. Solo tenía sed, mucha sed. Se apañó con un dulce y una coca cola. Solo azúcar para el celebro y cafeína para mantenerse despierto. Un rápido vistazo al móvil, le permitió ver cómo había aumentado la lista de llamadas y mensajes de Martina. No había leído ninguno. Ni pensaba hacerlo. Una noche insomne no le había hecho cambiar de parecer. No tenía nada que hablar con ella. Era la única certeza entre tantas dudas. ¿Cómo podía haber hecho algo así? ¿Estaba enamorada o había sido un calentón? Que más le daba, no quería saberlo, nada podía consolarlo. Cada vez que lo pensaba un dolor agudo e intenso le oprimía el pecho. Por más que buscaba, no imaginaba ninguna razón, ninguna disculpa. Lo único que podía ayudarlo ahora era separarse de la fuente de dolor. Cuanto más lejos de las llamas mejor. Las quemaduras tardarían en cicatrizar, en dejar de doler, pero al menos, no se haría nuevas heridas. Volvió al trabajo consciente de que la jornada iba a ser muy larga. * * * Víctor acaba de salir de la tienda. Cerraban de 15:00 a 17:00. Tras un momento de duda, enfiló hacia el establecimiento que se iba a inaugurar al día siguiente. Estaba apenas a diez minutos si ibas en coche.   No acababa de entender lo que había sucedido. Cuando llamó, lo hizo ilusionado ante la perspectiva de una tarde / noche más que excitante. Y sin embargo, se encontró a una Martina cortante y borde, que de pronto había decidido volverse a Madrid.   ¿Fue por algo que él había hecho o dicho? Apenas la conocía y es posible que hubiera metido la pata sin darse cuenta. Algunas chicas son un poco especialistas.   Pero por más que le daba vueltas, no acertaba a ver en que podía haberla molestado. Cierto que se había puesto un poco pesado en la llamada, pero a ver, es que ya tenía sus planes, incluso había pedido salir un poco antes del trabajo y ahora le viene con que se larga a Madrid y lo deja plantado. No, no podía ser por eso, ella ya estaba ofuscada cuando descolgó el teléfono.   Era algo que había pasado antes. ¿Quizá la noche anterior?   No recordó que ella estuviera enfadada por nada que él hubiera podido hacer. Cierto que se puso un poco nerviosa con la llamada de su novio. Cuando le entraron los mensajes se quedó descolocada. Al final, parecía que tenía prisa porque él se fuera. Víctor se había hecho la ilusión de pasar la noche con ella, pero Martina, adujo que estaba muy cansada y que prefería dormir sola, que ya se verían al día siguiente.   Víctor no era muy sagaz, pero si lo suficientemente espabilado para darse cuenta de que ella quería llamar a su novio y se sentía incómoda con él allí. Así que se citaron para por la tarde, cuando acabaran el trabajo. Ella tenía intención de quedarse hasta la inauguración el día siguiente y eso, les daba suficiente margen para continuar lo que habían empezado.   Pero algo había sucedido después porque ella, aunque incómoda, no parecía enfadada. Víctor llegó a la conclusión de que era una cosa que no tenía que ver con él. Posiblemente, fuera cierto que le había surgido alguna circunstancia grave y tenía que volverse corriendo. O también puede ser que tuviera remordimientos. A lo mejor, la noche le había permitido reflexionar y cambiar de opinión. A lo mejor, había tenido un mal sueño y se había levantado sintiéndose muy culpable.   En cualquier caso, hablaría con ella. Si realmente quería irse, pues nada, no le quedaría más remedio que aguantarse. Con que le permitiera llamarla cuando estuviera más tranquila tendría que conformarse. Si no podía evitarlo, al menos dejaría los puentes tendidos para tratar de cruzarlos más adelante, cuando estuviera más serena, sea lo que fuera lo que la había puesto tan alterada.   No pensaba renunciar a esa chica. Tenía la impresión de que en la pequeña Cuenca había agotado sus posibilidades de ligar. Era más un estado de ánimo que una realidad, por supuesto. Aún quedaban muchas chicas con las que pudiera intimar, pero sus últimas experiencias no habían sido muy buenas y como que necesitaba hacer algo con su vida. Todo se le quedaba pequeño allí. Por eso, la aparición de Martina fue como una señal, como una luz que más que llamar su atención, lo había deslumbrado. No es que fuera una chica espectacular, había tenido novias más guapas, pero era hermosa, descarada, y muy sensual. Alta y jamona, de las que se sabían sacar partido. Puro morbo. Víctor tenía muchos defectos, pero la timidez no era uno de ellos. Le tiraba la caña a toda la que le gustara, sin importarle las negativas o el miedo a hacer el ridículo. Un buen polvo compensaba un millar de desengaños o desplantes. Y sorprendentemente, cuando ayer se conocieron en la tienda, ella le siguió el rollo. Tanto, que acabó acompañándola a su hotel al terminar. Víctor no podía creerse su suerte, y más, cuando la tuvo medio desnuda encima de la cama. Por la mañana, amargado, y por la noche allí estaba, con una chica bien hermosa exhibiéndose ante sus ojos y diciéndole a su vez, que hiciera el favor de quitarse él también la ropa. Que quería ver lo que tenía entre las piernas. Por poco se corre de gusto solo de oírla. Lástima de la llamada cortarrollos del dichoso novio ¡que inoportuno! Eso hizo bajar un par de enteros, de momento al menos, la tensión s****l. Aparcó justo en la puerta, vaya potra, pensó. Pero ahí se le acabó la suerte. Martina se acababa de marchar, según le indicaron. Vaya una mierda…bueno, tenía su telefono. Decidió dejarla reposar un poco. No era cuestión de agobiarla con llamadas a la vista del último cambio de humor de esa mañana, pero tampoco quería que la cosa se enfriara.

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