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“El aroma de Sebastián Drake”
La piel rasposa de las manos de Sebastián, tomaron con posesividad las suaves mejillas de Eva. Sus pies intentaron moverse hacia atrás buscando la manera de zafarse de su agarre, sin embargo, su enorme cuerpo se lo impidió. Un suspiro largo brotó desde lo más profundo de la garganta del lobo, el sabor de aquella joven era demasiado exquisito para su gusto, tanto que le era casi una tortura separase de ella.
Su lengua recorrió las brillantes mejillas internas de la joven, mientras que el deseo de ir más allá de lo esperado empezaron a consumirlo. Un pequeño gruñido se escapó entre sus labios una vez sus manos hicieron contacto con las diminutas caderas de la pelinegra.
De un instante a otro las feromonas de Sebastián rodearon su cuerpo impidiéndole tan siquiera pensar. A su alrededor se escuchaban algunos murmullos de aquellos habitantes de la comunidad de Sunny Village que los veían con asombro; jamás se imaginaron que la señorita Smith era ese tipo de mujer, y menos con un hombre que le llevaba casi diez años, aunque en realidad, le llevaba más de trescientos.
—Señor…
Ella susurró, al notar que ni siquiera podía pensar con claridad.
—Quiero más…
Dijo, expulsando con mayor fuerza su olor, los ojos de Eva se abrieron cuando una extraña sensación de éxtasis la invadió rápidamente, sus manos, rodillas, y mentón temblaban sin cesar. Su rostro se levantó, entretanto sus facciones aturdidas no la dejaban tan siquiera pronunciar palabra alguna.
Casi de ipso facto, su débil muñeca fue rodeada brutalmente por la basta mano de su vecino, obligándola a arrastrar sus pies hacia un oscuro, y húmedo callejón. Su espalda chocó brutalmente una pared de concreto que se hallaba detrás de ella.
Ambos se quedaron viendo por un segundo, antes de fijarse en los lunares que los acompañaban desde su nacimiento. —¿Qué está pasando? —ella preguntó, pero, la única respuesta que obtuvo fueron los gruesos, y masculinos labios del pelinegro sobre los suyos. Su pecho se hundió porque jamás se imaginó estar en esta posición.
Los negros ojos de Sebastián la detallaban con oscuro deseo, sus manos la tocaban como si de esto dependiera su vida, sus dientes mordisqueaban el labio inferior de la virginal mujer hasta que algo más allá de lo imaginable se despertó.
—Mierda.
Escupió el lobo, al notar que su polla se había endurecido como una jodida roca.
—¿Qué? ¿Qué?
Exclamó ella sin notar que sucedía.
—Así que este es el efecto que tienes en mí… —Sus bocas volvieron a pegarse, pero esta vez Eva sintió una dolorosa pulsada en su estómago, algo notoriamente enorme la obligaba a retroceder. La mano derecha del hombre delante de ella tomó su mentón para profundizar su beso, y aunque normalmente la diferencia de estatura era un impedimento para lograr llegar hasta lo más profundo de su garganta, Sebastián tiró de sus brazos para subirla a sus pies y así nivelar un poco aquel problema.
El olor a flores y masculinidad embriagó a la joven, sin embargo, y de manera repentina un golpe fuerte impactó el rostro de su vecino. Sus ojos se abrieron llenos de sorpresa, jamás pensó que sus feromonas fallaran de tal manera.
—¿Qué me hiciste?
trató golpearlo nuevamente, pero esta vez logró detenerla.
—Te di lo que querías…
—¿Qué? ¡No seas animal!
—Créeme, esa no es una ofensa para mí.
Eva sonrió a un costado, quizás al pensar en la posibilidad que las bebidas que consumió en el bar estaban tan caducadas que terminó besándose en un callejón oscuro con su sexy nuevo vecino. Sus pasos retumbaban al tratar de alejarse de él, aunque su enorme mano se instaló en su espalda baja impidiéndole moverse más de lo que tenía planeado.
—¿A dónde vas? Yo no he terminado contigo…
—¿A mi casa? ¿Eres ciego?
La chiquilla dio un par de zancadas hasta llegar a la calle principal, sin embargo, de la nada se detuvo. Sus ojos se abrieron enormemente al notar como su cuerpo había quedado inmóvil. Miró por encima de su hombro al percatarse como su vecino estaba detrás de ella, cruzado de brazos, y con una sonrisa llena de satisfacción de oreja a oreja.
—Ven aquí… —Susurró, llamándola con su dedo índice.
Eva odiaba que la llamaran de esa forma, odiaba el hecho de pensar que las personas la trataran como un jodido perro faldero, pero, odiaba mucho más el hecho que lo hiciera un hombre.
Su espíritu salió prácticamente de su cuerpo al notar como sus pies no obedecían a sus pensamientos. —¿Lo ves? —Soltó el hombre, tomando su mentón, —eres tan sumisa ante mis pretensiones… Ahora… Irás a casa, subirás las escaleras, entrarás en tu habitación, luego, te quitarás la ropa, entrarás al baño, y te masturbarás pensando en mí.
Un frío fúnebre recorrió su espina dorsal al escuchar tales palabras tan obscenas, pero, para su sorpresa su cabeza asintió.
—¿Qué harás ahora?
Indagó, divirtiéndose en el acto.
—Iré a mi casa, cerraré la puerta con seguro, me desnudaré, y me masturbaré en el baño pensando en ti.
Su lengua dejó un rastro de saliva sobre sus labios.
—Buena chica, Eva, eres una buena chica… —Su espalda volvió a estrellarse contra la pared al recibir un profundo beso de par del lobo, Sebastián se quitó la cazadora para cubrir la casi desnudez de Eva, y luego sin más, la dejó en la puerta de su casa.
Su respiración se hallaba entrecortada, su mirada fija en la puerta de su casa, aunque sus pensamientos estaban sobre ese hombre de uno noventa de estatura de ojos oscuros como la noche. Apenas atravesó el umbral de la puerta, sus padres se levantaron del sofá, pero, al notar las feromonas de Sebastián sobre ella ninguno de los dos hizo pregunta alguna.
La pelinegra dio pasos fuertes en cada escalón que la llevaría hacia el segundo piso en donde se hallaba su habitación. Con una de sus manos cerró con seguro la puerta, mientras que sus hombros subían y bajaban sin parar.
Se detuvo delante de su casa, tomando la iniciativa de arrancar el primer botón de su camisa. Su mente quería gritar, “Por qué estaba haciendo esto” “¿Por qué su problemático vecino tenía tanto poder sobre ella” “¿A caso esto era lo que llamaban en la iglesia la brujería?”.
Su respiración se cortó al percatarse que ni siquiera se fijó en que momento quedó totalmente desnuda; caminó hasta la puerta del baño de su recámara, y cuando abrió la regadera, y el agua cayó como cascada sobre su cabeza los gemidos empezaron a salir.
Su mano derecha se sostuvo contra la pared, mientras que con su mano libre acariciaba generosamente su coño ahora humedecido. Eva contaba con muy poco tiempo libre para hacer este tipo de cosas, así que realmente nunca se había planteado masturbarse pensando en alguien que le caía tan mal como Sebastián Drake.
De repente, uno de sus dedos entró más allá de lo debido, su espalda se encorvó deliciosamente, entretanto los espasmos, y una exquisita sensación la invadía. Sus párpados se apretaron al frotar con demasiado entusiasmo aquella zona enrojecida en el nombre de su nuevo vecino.
Sus piernas se separaron, para introducir su dedo índice con mayor profundidad, odiaba el hecho que le gustaba esa sensación, y los fluidos que se escurrían entre las piernas lo confirmaban.
Su mente recordaba los momentos con él, y como su boca devoraba la suya, y sus manos tocaban lo que nunca antes nadie tocó.
—Ah… Tsk… Ah… Ah… —Susurró con el sonido que se escapaba en medio de sus dedos que cubrían sus adoloridos labios. —Mierda, mierda, te odio… Te odio… —Sus ojos se fijaron en su cepillo dental, —No, no, de ninguna… De ninguna manera.
Una de sus manos viajó hacia el delgado artículo, y luego de mirarlo con horror pronunció: —¡En nombre de Sebastián Drake!
El agua chorreaba sobre su cuerpo, tanto como el líquido que salía de ella escurría contra sus muslos internos. Sus dedos se comprimieron contra la pared, sus ojos se tornaron blancos al pensar en la idea de lamer los pezones de aquel descomunal hombre, y cuando menos lo esperó, un enorme chorro salió de ella.
—Joder… Joder… Mierda… Hijo de perra.
Graznó, cayendo de espalda contra la pared, y en menos de lo que esperó, se quedó totalmente dormida.
(***)
Eva gritó al darse cuenta que se había despertado tarde para ir a clases en la universidad. Tomó rápidamente un vaquero, una camiseta básica y sus tenis deportivos, para luego hacerse una coleta alta.
Su madre la detuvo para darle un poco de pan, pero, solo agarró su bolso junto con sus libros y su teléfono, porque si se retrasaba más iba a llegar tarde a su primera clase de arte dramático.
Acomodó algunas cosas dentro de su bolso escolar, sin embargo, sus pies se detuvieron al percibir el aroma de Sebastián delante de ella.
—Buenos días…
El bolso se le cayó al suelo al escuchar la voz profunda de su vecino.
El lobo llevaba un vaquero n***o, con una camisa polo a juego, se veía demasiado atractivo con el cabello cubriendo sensualmente su frente, y mucho más por las gafas de sol que cubrían sus ojos.
—Sube.
—No.
—No es una pregunta.
Eva volvió a maldecirse al parpadear y encontrase ya dentro del coche.
—¿Cómo te fue anoche?
—No sé de qué hablas.
—Claro que lo sabes. —Sacó del asiento trasero una bolsa de papel que contenía un sándwich y café. —come algo.
—¿No tiene veneno?
—Claro que no, lo menos que quiero es hacerte daño… No como ese cepillo de dientes, ¿Mi coño está bien?
Eva se enrojeció de inmediato.
—¡Animal!
Él se río.
—Ya te dije que ese no es insulto para mí, —ahora sacó algo de la papelera, —toma, esto te ayudará… —ella enteró la cara al ver el antiséptico—, ¿Te gustó?
Su cuerpo se tensó.
—¿Qué cosa?
—Por Dios, Eva, lo sabes bien… Meterte los dedos pensando en mí.
—Salvaje… Pervertido…
—¿Pervertido yo? ¡¿No eres tú la que se metió un cepi…?!
Eva le cubrió la boca, y ambos quedaron en silencio.
Sebastián sentía demasiada electricidad en su cuerpo cada vez que estaba cerca de ella; sentía que estaba perdiendo el control de la situación.
—¿A qué hora sales de clases?
—No te importa.
—Eva.
—¿Qué?
—Dime señor…
Tragó en seco.
—…Se… —Se negaba a decirlo, pero un aroma a cítricos la invadió, —Se… Señor…
Él sonrió a un costado.
—Buena chica, irás a clases ahora, y no le hablarás a ningún hombre… Asiente con la cabeza si entendiste.
Ella lo hizo.
—Si algún hombre te dice algo, solo podrás responderle con tres palabras… Si dices más de tres cosas, ¿Sabes lo que va a pasar?
—No… Señor.
—Vendré aquí, y te castigaré, y créeme, señorita Smith, eso no te va a gustar.