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Una niñera para el Magnate

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Cuando Raina consigue un trabajo de verano como niñera en la lujosa mansión del magnate Fabiano Kingsley, no esperaba encontrarse cara a cara con su pasado. Resulta que Fabiano no es solo el dueño de una cadena de relojes internacional, sino también el hombre con quien compartió la mejor noche de su vida meses atrás, y que está casado. A medida que luchan con la intensa atracción que los une, Raina se ve obligada a confrontar sus propios deseos y valores morales. ¿Podrá resistirse a la tentación de volver a caer en los brazos de Fabiano, o sucumbirá a la pasión y al deseo prohibido?

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Capítulo 1: Primer día de niñera
La casa era enorme. Una mansión con elegantes postes, tres pisos y llena de ventanas de las que no se veía nada desde afuera. Sí, ese tipo de lujo. El hombre en la puerta me revisó completa antes de dejarme pasar. Caminé por el pequeño sendero hasta la casa, admirando todo a mi paso. Los árboles, las flores, lo cuidado que estaba el pasto… ¡Había hasta una fuente con una estatua de un ángel! Como dije, una cantidad de lujo impresionante. Según lo que averigüe en internet, Fabiano Kingsley era el magnate de una cadena de relojes de lujo a nivel internacional. Uno de sus relojes valía lo mismo que toda mi carrera. Pero lo más impresionante no era su valor, sino el hecho de que había gente que los compraba. Quería ver fotos de él, pero en todas salía de espalda. Apenas llegué a la puerta, la cual era tan grande que fácilmente entraban unas diez personas a la vez, intenté esconder mi expresión de asombro para que no pensaran que les podría robar. Una mujer de unos treinta y tantos años me miró de arriba abajo. —Debes ser Raina —dijo ella con la voz tan fría que podría haberme congelado en ese mismo instante. Era preciosa, con un cabello completamente n***o y ojos azules que parecían el mismo hielo. Diría que ambas tenemos la misma altura, pero ella está sobre los escalones. Viste de traje, uno que deja ver una buena figura. No me siento intimidada por su belleza, yo también lo soy. Sobre todo por la forma en que ella me mira. Como si fuera su competencia. ¿De qué? Seguro que solo ella lo sabe. —Sí —respondo con una gran sonrisa. La he perfeccionado toda mi vida. Me han dicho que mi rostro está hecho para sonreír y que mis sonrisas son naturales. Me gusta sonreír, la vida es demasiado corta para negarse cosas o ser infeliz. A diferencia de ella, mi cabello es de un rubio platinado que me cae en ondas hasta los hombros. Mis ojos son de color verde que se asemejan al verano, o eso dice mi padre. Tengo buen cuerpo, soy corredora, así que todo está muy bien puesto. —¿No eres demasiado joven? —pregunta enarcando una ceja—. ¿Eres, al menos mayor de edad? —Lo soy —respondo, sin borrar la sonrisa de mi rostro. Ella rueda los ojos hastiada y se da vuelta para caminar hacia el interior de la casa. Asumo que debo seguirla, así que lo hago. Ni siquiera me dedico a mirar alrededor de la casa, simplemente la sigo por las escaleras hasta que llega a la habitación de quienes supongo, son los niños que debo cuidar. Son gemelos. Una niña y un niño que no deben pasar los cuatro años. Cuando escuchan el sonido de la puerta se voltean asustados, eso me hace fruncir el ceño. Miran a la mujer con un miedo que no deberían sentir los niños a esa edad por sus padres, porque estoy segura de que es su madre, a juzgar por el cabello n***o y los mismos ojos azules de la niña. El pequeño tiene los ojos verdes, y el pelo de un color castaño oscuro. —Estos son los niños que debes cuidar —dice, apuntando hacia ellos como si fueran cualquier cosa. Ellos me miran y yo les doy una sonrisa cálida. —Hola —saludo levantando la mano. Ellos no dicen nada y saltan cuando ella les habla. —¿Son tontos? Saluden —espeta. —H-hola —dicen ambos al mismo tiempo. Siento unas tremendas ganas de impactar mi puño en el rostro de esta estúpida. A los niños no debe hablárseles así, y ellos se ven adorables. Y tan tristes que me aprieta el pecho. Me encantan los niños, creo que son el sustento y las almas más puras de la sociedad. La bruja me mira. —No quiero que me molestes con cosas estúpidas. Saldré y no sé a qué hora volveré —dice mirando su reloj—. De todos modos, en la casa hay de todo lo necesario. Fabiano debe llegar en una hora. No espera mi respuesta y sale de la habitación. La miro mientras se aleja y luego vuelvo a mirar a los niños. Doy un paso hacia ellos y me siento en el suelo para que ambos entren en confianza conmigo. Son tímidos y creo que muy heridos. Supongo que tener a esa perra como madre debe ser horrible. —Mi nombre es Raina, ¿cuál es el suyo? —les pregunto con amabilidad. —Amara —habla ella. —Eiran —dice el chico. Asiento con la cabeza y agarro mi bolso sacando dos chocolatina que compré por el camino. Tienen forma de ositos, así que decidí comprarlos. Me encantan esos chocolates, aunque me da mucha pena comerlos, es decir, ¡son ositos! —¿Les gustan los chocolates? —les pregunto cuando solo lo miran. Amara asiente, pero es Eiran quien habla. —Madre no nos deja comer chocolates. Quiero hacer una mueca, sin embargo pongo mi mano en la boca como si les estuviera contando un secreto. —Pero ella no está aquí, ¿verdad? —digo con complicidad—. Será nuestro secreto, ¿bien? Por primera vez en todo este rato, sonríen como los pequeños que son y toman los chocolates que les doy. Converso con ellos y dejo que me muestren los juguetes que tienen. Miro alrededor del cuarto y veo que está dividido en dos, rosado en un lado y celestre del otro. Esta habitación es lo suficientemente grande para que, incluso haya espacio para una pequeña sala. Me cuentan lo que hacen y lo mucho que quieren a su padre. Lamentablemente, no pasa mucho tiempo en casa. —¿Qué edad tienen? —le pregunto. Ambos levantan sus dedos para formar el número cuatro. Acerté, como siempre. —Cumplimos en diciembre —dicen los dos. —¿Cuándo cumples tú? —me pregunta Eiran. —En septiembre —contesto. La puerta de entrada suena y veo la hora en mi celular. Se supone que debería ser el señor Fabiano, y los niños seguramente reconocen sus pisadas porque se ponen a dar saltitos y se miran emocionados. Sin embargo, el rostro que veo me deja perpleja porque es el hombre con el que tuve un encuentro de una noche hace unos meses. Una de las mejores noches de sexo de mi vida. Me fugué, apenas él se durmió, y ahora lo tengo frente a mí, mirándome tan sorprendido a como estoy yo. Mierda.

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