CAPITULO 1| EL NAZIONE

3795 Words
No había ojos más inquisidores que los ojos grises de ella: Los ojos de Ludmila Salerno. Había sido la última hija que Beatrice le había dado a su marido, Gianni, la única mujer de su estirpe con unos ojos tan grises que se asemejaban mucho a los de sus dos hermanos mayores, Luca y Leonard. Conocida en toda Italia por ser la mujer más protegida y consentida de Florencia, sus voluptuosas curvas eran cubiertas solo por ropa de marca, una sola falda de su costoso armario valía mas que lo que un italiano promedio ganaba al mes y en algunos casos ni siquiera trabajando seis meses se lograba conseguir tanto dinero. No había nada que sus hermanos no hubieran hecho para complacerla, dinero, viajes, lujos y toda clase de riquezas fueron presentadas a sus pies desde el primer momento en el que nació, uno que otro sirviente se atrevería a decir que bebió en biberón de oro y posiblemente no fuera más que un rumor. Su soberbia era desmedida, tenía claro que no había nada en el mundo que ella deseara y que no pudiera obtener, simplemente tenía que chasquear los dedos para obtenerlo y era por esos factores que se había ganado el título que ostentaba con tanto orgullo: Principessa. Sus hermanos mayores lideraban a la familia, la ostentosa familia Salerno, aquel apellido había comenzado a adquirir un poderío notable desde su padre, Gianni Salerno, quien había convertido a un pequeño clan mafioso en la organización criminal que controlaba Italia, ese poder, al morir años más tarde, había pasado a manos de su hijo mayor, su primogénito, Lucían quien como si se tratara de un m*****o de la realeza había sido educado por su propio padre para que pudiera controlar todo sin el más mínimo margen de error. Asesinatos. Torturas. Drogas. Pero lo más importante, la familia. En un negocio como ese, afianzarse de lo más valioso era importante, no se podía manejar las cosas solo y por suerte el matrimonio de sus padres había sido jugoso, dio como fruto a cuatro hijos que los convertían en una familia numerosa, Lucían debió aprender que para decir que se tenía poder, primero debía tener la facultad de proteger a su familia. ¿Qué caso tenía decirse poderoso si no se tenía ni la más mínima autoridad para proteger a los que amaba? Esa educación y esos gestos, llevaron a Lucían a convertirse en el hombre frívolo que era. —No me gusta, me parece de hecho incluso aberrante, —exclamó mientras daba un tragó a su copa de vino—la tela es hostil y por si fuera poco el diseño parece corriente, incluso vulgar. La mujer que llenaba sus armarios se aclaró la garganta. ¿Cómo podía decir eso de la colección de Balenciaga? Evitó sentirse ofendida, no era la primera que pasaba por ese puesto, la paga era jugosa, ni siquiera vistiendo a una reina podrían ganar el sueldo que ganaban vistiendo a Ludmila Salerno. Tenía un gusto elegante y particular por la moda, ese gusto era el que compartía con su hermano mayor, el hombre que solamente vestía con trajes a medida que las marcas creaban en pro de su trabajada y musculosa figura. Un vestido de Chanel cubría su figura, una que había heredado de su madre pero que había perfeccionado con el gimnasio y con alguna que otra visita al cirujano. Su rictus era severo, demandante y poco agradable pues con la mirada podía denotar cuando sentía desprecio por alguien y como nunca se le había puesto un alto en sus deseos, era obvio que no le importaba herir sentimientos. Era sincera con su pensar, sumamente transparente. —Señorita, es una de las mejores colecciones, vale una fortuna, —comentó la mujer tomando la cola del vestido de noche satinado, era un color vino, pero con estampados que según los exigentes ojos de Ludmila eran de pésimo gusto—no pudo darme el lujo de tirarlos a la basura. La chica sonrió. Claro que podía. —Llévatelos a casa si tanto te duele tirarlos a la basura, no tengo dudas de que antes que eso entre en mi armario mejor me pongo un costal como prenda o mejor aún, una linda hoja de banano y unos cocos como sostén. Se puso de pie haciendo que el suelo timbrara ante el andar de sus tacones. Justo cuando caminaba rumbo a su habitación habiendo dado por terminada aquella conversación se encontró con una escena poco agradable, pero a la que ya estaba acostumbrada. Leonard permanecía en la piscina, con su cabello castaño oscuro mojado mientras una mujer, sentada en las orillas de la alberca, besaba sus labios de manera pasional. ¡Uy! Que detestable. La castaña dibujo un gesto de indignación, nunca cambiaría y Luca menos, tenían pocas cosas que hacer como para preocuparse por algo más que no fuera donde meter el m*****o. Era temprano, cerca de las diez de la mañana, lamento su dura situación y por qué tenía tan pocas amistades. Ser quien era no tenía nada de fácil, había tenido amigas o más bien intentos de amigas porque todas al final resultaron ser embusteras que solo querían abrirse de piernas a sus hermanos y la única vía que encontraron para ello fue intentar hacerse de una amistad con la mujer que tenía el poder que ninguna de ellas alcanzaría nunca, el poder de persuadir a los hombres de la familia. —Nuevamente has desechado la ropa. —No me ha agradado. —En algo nos parecemos, —una sonrisa apareció en los labios de la mujer quien no tuvo que darse la vuelta para saber de quién se trataba, sintió un beso en su cabeza y cerró sus ojos recibiendo los buenos días de su hermano mayor—a este paso, la pobre mujer a la que has contratado va a renunciar. —No es tan complicado, simplemente tiene que escoger ropa para mí, pero parece que he tenido mal ojo, tiene un pésimo gusto. Lucían llevó las manos a sus bolsillos mirando a través del ventanal y corroboró que era lo que había llamado la atención de su hermana. Mierda, esperaba que por respeto esa mujer no fuera desnudada en la piscina donde Ludmila solía tomar el baño. Unos ojos grises se conectaron a través del cristal con una mirada azulada, eso basto para hacer que Leonard dejará los labios de la chica. Las reglas eran claves, no cogerse a ninguna mujer donde su hermana estuviera presente. —¿Cuánto tiempo te mantendrás en casa? —¿Quieres que me vaya? Ludmila negó. —Todo lo contrario, no quiero que te marches. Por lo menos ahora no tengo que mirar a mujeres semidesnudas pasearse por todos lados, me irrita a veces, pero otras pienso en que posiblemente me esté comportando de manera egoísta con Luca y con Leonard. —No me importa si tu no estas en casa, pero no me agrada que traigan zorras al mismo techo donde habita nuestra hermana. Cuestión de respeto solamente. Luego lo entenderás, son libres de follar con quien deseen, pero antes deben de mirar bien donde lo hacen. —¿Y qué hay de ti? —¿De mí? —No miró mujeres entrar y salir de la casa como con ellos, —una sonrisa apareció en los labios del italiano—parece que ni siquiera le pones interés a los placeres del cuerpo. Si supiera. Había olvidado el número de mujeres aquella semana, solamente que nunca las llevaba a casa, ninguna era importante como para darle ese placer. De hecho, solamente las había visto el tiempo que había durado el sexo, no más. —Un hombre debe aprender a ser discreto, no gano nada dejando saber a la gente que soy un lascivo. Recuerda, quien come en silencio, come dos veces. La mujer río. Qué proverbio tan mas extraño pero real. Lucían se despidió y ella subió a la habitación, aquel día tenía cita en el club para jugar golf. Era un deporte atractivo para ella, le hacía matar el tiempo que le sobraba y además podía tomar un poco el sol y meditar en silencio mientras intentaba hacer un hoyo en uno. Cerca del mediodía el auto aparcó en la entrada, la hermosa camioneta color negra esperaba impaciente la salida de la menor de los Salerno, dos minutos más tarde, la mujer hizo acto de presencia. Una falda corta color blanca con franjas azul marinas cubría su trasero, tenía unas ligeras tablillas que resaltaban sus largas piernas, mientras que sus pechos eran los encargados de ocultar sus prominentes pechos en un provocador top fresco y transpirable, llevaba una gorra para el sol color blanca y unas gafas negras. Detrás suyo Giuseppe montaba su bolso de golf a la cajuela del auto. —Vamos al club Nazione—informó al conductor. —Claro señorita. El club Nazione era el club deportivo más prestigioso de toda Florencia tenía enormes campos de un verde intenso donde los amantes del golf podrían fácilmente pasar sus tardes, además, contaba con canchas para tenis y también un hipódromo para aquellos amantes de los caballos y la equitación. Aquel sitio era la zona de concurrencia de los más adinerados de Italia, su alto costo en la membresía lo hacía poco accesible para personas de cartera modesta por lo que sólo un cierto número reducido de la élite podía darse el lujo de pagar tal muestra de glamour y sofisticación, porque eso era lo que significaba ser m*****o de un lugar tan prestigioso. —Buenas tardes Ludmila, como siempre es un placer recibirte. —Muchas gracias Pierre, siempre es un placer verte—el entrenador le hacía compañía, era un agradable hombre de cuarenta años que era un excelente jugador y que había sido contratado por ella para poder tener con quien entretenerse. Sus hermanos lo habían aceptado cerca de ella por una sencilla razón, Pierre era gay. De no serlo nunca le hubiera dejado respirar a lado de Ludmila. —¿Qué te parece el día? —preguntó la chica. —Es un grandioso día en la Toscana, se harán buenos hoyos hoy. —¿Crees que pueda ganarte? —Oh vamos, siempre te he dejado hacerlo—Ludmila río. Durante bastante rato estuvieron recorriendo el campo en sus carritos de golf, a lo lejos le seguían sus guardaespaldas sin perderla de vista ni un solo momento. Había mucha gente en diversos puntos, pero sin duda al mirar a la seguridad de la chica, solo podían hacer ademán de alejarse cuando ella llegaba. —Wow, ese ha sido un grandioso tiró—exclamó el hombre aplaudiendo al mirar la pelota volar y luego aterrizar de forma perfecta en el hoyo a un metro de distancia de la zona de caída—, parece que hoy será tu día. —Ya lo creo, amanecí con el pie izquierdo. Mi nueva ropa ha sido un fiasco y para terminar de arruinarlo mi hermano casi se tira a una zorra en mi piscina, por suerte Lucían le ha reñido antes de que lograra hacerlo, terrible—al escuchar la mención de los hermanos Salerno, Pierre, miró con aire soñador el paisaje que se ceñía delante de ellos. No había hombres en toda la Toscana que igualaran el porte, la belleza y el aura s****l que emanaba de esos tres, solo una vez había olido a uno de ellos y eso bastó para alterar sus hormonas. Olían y se miraban de maravilla. —Hay gente que se preocupa por otras cosas aparte de la ropa, es bueno que tu solo tengas esas vanas preocupaciones. —No creo que tengas una vida complicada. —No lo hago, pero sin duda no rechazaría nunca un armario repleto de Balenciaga ni en mil años, es un placer que solo unos pocos dioses pueden darse, —musitó en voz baja—tú incluida en esa lista claro está. —Las cosas no son tan divertidas como el mundo cree, el poder de la casa lo tiene Lucían, Leonard y Luca, yo me dedico solamente a gastar y a ser su sombra. Llega cierto momento del día donde por una vez desearía ser una mujer normal, tal vez así llevaría una vida más divertida. —¿Piensas que te falta diversión? —Digamos. En cuanto a hombres siempre se las arreglaba para tener a los que deseaba, era una maquina s****l en todo aspecto, hombre que miraba hombre que lograba tener sin importar el costo, a veces se mostraban displicentes, no porque no la desearan sino porque una mirada azulada y un par de ojos grisáceos siempre estaban pendientes de sus pasos y pocos hombres se arriesgaban a perder tanto por unos cuantos minutos de placer, sin embargo, al probar lo que la mujer estaba dispuesta a dar, sentían que había valido la pena el riesgo. Cerca de las dos de la tarde un grupo de personas hizo aparición en la entrada de Nazione, del auto bajó un hombre quien miraba la enorme y elegante construcción que le daba la bienvenida. Franco se quitó los lentes de sol y los trabo en el cuello de su polo. En su cabeza solo se repetían los constantes discursos de su padre, los constantes discursos plagados de venganza que a pesar de el paso de los meses no se habían extinguido, la muerte de su hermana, Fabiola se mantenía presente en la cabeza de su padre, como un recuerdo imborrable del que debía cobrar venganza. Fabiola Contti había muerto tan solo un par de meses atrás víctima de un disparo, un disparo salido del arma de uno de los hombres de la familia Salerno. Había ocurrido un incidente con el menor, un roce de bala había lastimado el brazo de Luca, despertando la ira de Lucían, una ira que vio mermada matando a la hija de su máximo rival, Fabricio Contti, padre de Fabiola y Franco. —Señor, bienvenido a Nazione. —Gracias—Respondió aceptando la bienvenida de los empleados. Tenía membresía del mismo club, pero en Roma, Nazione tenía una cadena de clubes y Franco que se había vuelto adicto al tenis había decidido que ahora que estaba de vuelta en Florencia continuaría con su rutina. Había estado en Roma debido a negocios que su padre le había encomendado. Era un hombre capaz e inteligente, pero sin importar lo que hiciera esto no parecía complacer a su padre que siempre estaba pidiendo más y más, exigía a su hijo tanto que en ocasiones dejaba de comportarse como un padre para hacerlo como un jefe. A diferencia de Lucían, Franco había tenido un padre autoritario, que desde pequeño golpeaba a su hijo cuando las cosas no se hacían de manera correcta. Cuando su madre intentaba defenderlo inmediatamente él la golpeaba y la golpeaba, hasta que la mujer quedaba en el suelo semi inconsciente y en ocasiones vomitando sangre. Al crecer comprendió que no debía cometer errores con su padre, para que este no dañara a los que amaba, de la misma manera que había dañado a su madre. Una de esas ocasiones después de tantas golpizas y de tanto sufrimiento, Rosella Contti había terminado muerta, luego de que su cabeza impactara con fuerza contra la pared. Por suerte esa ocasión y esa furia no había sido causada por algún mal actuar de su hijo, porque de ser así, Franco nunca se hubiera perdonado. Desconocía porque discutían esa noche, posiblemente por todas esas amantes que su padre solía presumir, importándole poco lo que la gente dijera de su madre. Ese día había quedado para jugar tenis con un viejo amigo, Orlando Ferri, un magnate italiano conocido por ser hijo del dueño de la cadena de centros comerciales más importantes de Italia, como ya es de suponerse su dinero no había estado hecho de la manera más limpia por lo que su conexión no era extraña, de hecho, Fabricio había cubierto muchas deudas del padre de Orlando a cambio de que este lavara dinero del tráfico de armas. Ambos hombres jugaron tenis hasta que el corazón amenazó con salirse de su pecho. —No dejas pasar una sola, —jadeó Orlando reconociendo la buena mano de su amigo para golpear la pelota—eres de la misma forma que con las mujeres. No puedes dejarlas pasar solamente. ¿Qué ha pasado? ¿Tienes una nueva conquista? Las mujeres del servicio del club se apresuraron a servirles aguas en vasos de vidrio. Franco negó, no había tenido tiempo, había estado demasiado ocupado últimamente. —He tenido poco tiempo Orlando, estando bajo los ojos de papá es imposible no sentirse asfixiado—confesó dando un trago a su bebida. Orlando quien continuamente visitaba el club, tenía conocimiento de las personas que entraban y salían, conocía a toda la elite que frecuentaba esos lugares. —Hay muchas mujeres lindas aquí. —Las hay también en Roma—interrumpió el italiano, recordando a todo el repertorio de mujeres que habían visitado su cama en los meses pasados. —¿A que no tienes idea quien frecuenta este club? —Tienes razón, ni la más remota idea. Orlando rodó los ojos con un poco de exasperación. —La mujer mas seductora en mi puta vida, sus caderas y esos enormes pechos que tiene me ponen duro con solo mirarla a lo lejos. Puedo decirte que es una belleza andante que cualquier hombre disfrutaría tener en su cama, —narró para luego suspirar, si el dinero pudiera comprar un respiro de ella en su dirección lo haría sin dudarlo—hablo de Ludmila, Ludmila Salerno. —Estás loco. ¿Quieres morir? —Sobre ella, claro que quiero. —Eres un idiota. —Franco no la conocía, la mujer salía poco y tampoco era como que ambos tuvieran amigos en común para encontrarse, de hecho, eso era imposible, pues el amigo de un Contti era el enemigo un Salerno y viceversa—Posiblemente tenga el mismo carácter odioso que sus hermanos y su belleza es opacada por la sangre que corre por sus venas, la sangre de un Salerno, que maldito fiasco. —Lo dices porque no la has visto. —Lo digo porque ni siquiera estoy interesado en verla, —afirmó con seguridad dejando su raqueta sobre la mesa que había establecida a un lado de la cancha—tengo que ir al baño. Le pidió una breve explicación para poder llegar, no quería ir acompañado, quería ir solo. Rápidamente su amigo le explicó la dirección. —¡Demonios Franco, no tienes que enojarte! —escuchó a lo lejos como Orlando intentaba corregir su error. Decir semejantes estupideces provocaría su jaqueca, suspirando de agobio y un poco de enfado el italiano entró al baño. Hechó un poco de agua en su rostro refrescándose del calor intenso que lo agobiaba debido al juego. —Una Salerno, que jodan a todos los que llevan ese maldito apellido—siseó recordando que fueron ellos los que mataron a sus hermanos. ¡Maldita ella, malditos todos los que compartían su sangre! Cuando terminó secó su rostro con una toalla, la humedeció por completó en la llave y luego la llevó a su nuca. Que maravillosa sensación. Cerró el grifo y emprendió su camino de regreso, pero antes de que pudiera salir de los lujosos baños de mármol y plata un pequeño cuerpo impactó con su fuerte torso haciéndolo maldecir. Antes de que la mujer perdiera el equilibrio la sujetó del brazo y la apegó a su cuerpo. ¡Uy! ¡Aquello había estado realmente cerca! Al mirarla la observó, estaba en toalla, desnuda, con el cabello húmedo y esos grises un poco rojizos por el contacto con el agua. De su cabellera emanaba un olor magnífico, a flores tal vez. Era menuda, pero con pechos prominentes y por la forma en la que la toalla se apegaba a su cuerpo curvilínea también. Sus pestañas caían sobre sus ojos como una cortina. Era atractiva, como una jodida ninfa. Era imposible no notarlo, mucho más cuando esa mirada que tenía no era nada similar a lo visto antes en alguna otra mujer. —¿Acaso no te fijas por donde caminas? —dijo ella quitando cualquier pensamiento prudente que él hubiera tenido hacia su persona. Su voz era melodiosa, pero cargada de un tono soberbio que lo hizo enfadarse. —¿Así me agradeces haberte sujetado? —¿Debo agradecerte? Casi caigo por tu culpa, es lo menos que puedes hacer—inquirió con esos ojos grises mirándolo con rabia. En el fondo Ludmila lo había hecho para intercambiar palabras con él, era una mujer complicada e instintivamente esa fragancia masculina que la abrazó impidiéndole caer le había despertado curiosidad. Había terminado el juego con Pierre, era hora de tomar un baño y regresar a casa. Usualmente a esa hora los baños estaban vacíos y ella podía tomarlo cómodamente, además poco le preocupaban los pervertidos cuando claramente si alguien le insinuaba algo ya sabía a qué atenerse, de hecho, muchos temían incluso cruzar miradas con ella. No había de qué preocuparse. Vaya que era un hombre atractivo, muy atractivo. Atractivamente ocho o diez años más grande que ella. Se tomó el tiempo para analizarlo. Ese rostro bien delimitado, con una barbilla prominente y delineada, nariz recta, cejas pobladas y esos grandes y sumamente intensos ojos cafés claros, un café que claramente se notaba, eran unos ojos profundos e intrigantes, ahora su mirada denotaba enfado y eso hizo a la castaña sonreír para sus adentros. —Vaya, pero que gracioso—espetó Franco soltándola—, claramente has sido tú quien no se ha fijado, además mírate, en toalla en un baño público de un club, agradece que solamente hemos chocado, cualquiera hubiera tenido otras intenciones menos…casuales. —¿Quién eres para decirme donde debo pasear en toalla o no? Pero qué mujer tan más exasperante. —Solo digo, que podrías causar molestias. —¿Te incomodó? —Me incomodaría si fueras algo digno de ver. Agradece mi comentario de buena fe, ahora si me permites debo irme. —Un gesto de indignación apareció en el rostro de la chica. ¿Qué acababa de decir? ¿Qué no era algo digno de ver? —¡¿Cómo demonios te has fijado que no soy algo digno de ver si cargo una toalla, infeliz?! Franco se detuvo, miró su reloj. Esa mujer claramente era odiosa, con un alto temperamento y el disfrutaba dejar sin palabras a esa clase de mujeres. Una sonrisa atractiva apareció en sus labios, Ludmila contuvo su ira al notar que claramente, él se estaba burlando de ella. —Lo deduje, pero tal vez próxima vez puedas quitártela para decirlo con certeza, ahora no tengo tiempo. ¡Imbécil!
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