CAPITULO 2| DESAGRADABLES PRESENTACIONES

3383 Words
¡Qué hombre tan mas odioso! Ludmila miraba sin ganas la televisión pasando de un canal a otro con furia. ¿Qué era lo que había dicho? ¿Qué no era algo digno de ver? Maldito infeliz, ella era Ludmila Salerno, la mujer más deseada de toda la Toscana, no la conocía como para poder deducir cosas sobre ella, sabia que era deseable y eso alimentaba aún más su ego, un ego enorme. —Señorita, debe soltar el control—dijo una mucama al observarla mantener presionado el botón de cambio y como la pantalla plana parecía haber enloquecido. Se aclaró la garganta, furiosa presionó el botón de apagar. Estaba inquieta, esos penetrantes ojos cafés parecían atormentarla con vehemencia, lo había mirado la noche anterior luego de irse a la cama, la había atormentado en sus sueños con esa sonrisa socarrona que por unos momentos la sedujo, recordaba su barbilla provista por esa sensual barba bien delineada y es corte de cabello que resaltaba su sedosidad. Agth, bastardo. La mujer se puso de pie, estaba tan enojada sin saber el porqué, que ni siquiera usaba tacones, estaba descalza caminando por la casa con ese pijama de seda largo y para nada seductor, su cabello claro era contenido por un moño mal ajustado solamente peinado por sus propios dedos. Pocas veces se le miraba de esa forma y era un claro incidió de que la principessa había amanecido de mal humor. Furiosa consigo misma, terminó sentada en uno de los asientos oscuros del enorme gimnasio de la casa, Leonard corría en la cinta y Luca levantaba las pesas con los audífonos puestos, al mirar a su hermana menor no dudo en quitárselos y en saludar. —Buon Giorno, tesoro (Buenos días) —saludó haciendo que su hermana bufara. —Cuidado Luca, parece que la fiera está enfadada—comentó Leonard deteniendo la cinta para luego tomar la toalla que le tendía un sirviente, limpio su frente, —¿tuviste un mal juego ayer? —Tuve un amargo despertar ayer, mucho más cuando mi hermano se divertía con una zorra en la piscina donde tomo mis baños. —Lo siento, me dejé llevar por la emoción, no siempre soy bueno conteniéndome. Leonard sonrió levemente. Para luego sacar la sudadera de su cuerpo, sus tatuajes relucieron, para su hermana era común aquello, mirar a sus hermanos pasearse por la casa le había aumentado sus estándares en cuanto a hombres. Eran dioses andantes en todo sentido, no esperaban a alguien con menos hombría que ellos para estar con su hermana. —Vamos a Milán, Ludmila—informó su hermano al mirarla aburrida y sin ánimos—es el cumpleaños número treinta y cuatro de Lucían, estoy seguro de que te encara visitar muchas tiendas y gastar dinero, es lo único que te he visto disfrutar verdaderamente. Por un segundo su comentario la hizo sentir vacía, miró a su hermano con sus ojos levemente brillosos y entonces agregó: —¿Qué superficial parezco? Leonard miró en sus ojos la tristeza. —Estoy bromeando, se que amas tocar el piano y el violín—Luca riño a su hermano con la mirada. —¿Qué tienes? No sabía qué era lo que tenía. —Años viviendo con Ludmila y parecen que no saben qué jodida fecha es hoy—la voz de Lucían los hizo mirarse entre ellos y entonces Leonard corrió a por su teléfono, era día cinco. —Cinco—informó. —Giornate rosse (Días rojos) —Luca acaricio su cabello. —¿Te duele? Negó, no, no tenía cólicos, pero si sentía que su humor decaía. Aun recordaba lo que había pasado cuando cumplió catorce años, su madre había muerto siete años, era la única figura femenina en la casa, recordaba lo terrible de ese día, al despertar encontró su cama manchada de sangre y no pudo hacer más que gritar, gritó tan fuerte que sus hermanos irrumpieron en la habitación encontrándose con aquella escena. Lucían analizó la situación. Leonard que en ese momento tenía diecinueve no supo cómo explicarlo. Luca, que casi tenía la misma edad que su hermana, pensó que alguien la había apuñalado. Los tres hombres se encontraron en una situación compleja, no había nada que Lucían en compañía de Leonard no pudieran resolver, sin embargo, en aquel momento fue el hermano mayor quien tuvo que explicar a su hermana que era lo que estaba pasando. Ahora que había crecido, se daba cuenta lo incómodo que había sido para él explicarle aquello, mucho más cuando sus dos hermanos presenciaban aquel momento. Para que no entrara en pánico la habían seducido con regalos, cientos de regalos porque ninguno de ellos sabía cómo controlar a una mujer en pánico, menos a una adolescente, luego, se encargaron de que el ama de llaves le explicara qué era lo que procedía después, debido a que Lucían y menos Leonard se atrevieron a hacerlo. Sus cambios de humor se debían a la llegada de la menstruación, pero había algo más que la inquietaba, ese hombre. Era la primera vez que lo miraba en el Nazione y eso era lo que había bastado para que se afianzará en su cabeza, sintió que su tacto quemaba, cuando la sujetó para evitar que se cayera su agarre le transmitió una corriente eléctrica que la inundó. Necesitaba verlo de nuevo. Franco se mantenía de la misma forma, por alguna razón solo pensaba en esos ojos grises mirándolo con cierta superioridad, era una mujer dura y eso podía notarse de lejos. Era como una diosa del lago, una ninfa de mal carácter, una fiera salvaje que necesitaba ser domada por alguien. —Los negocios se caen, perdemos dinero, los Salerno matan a nuestros hombres, pero parece que mi hijo solo tiene tiempo para jugar tenis—su padre estaba molesto, no tenía porque reclamarle, él había hecho su parte y había hablado de negocios con Orlando Ferri, invertiría más dinero, lavaría más riqueza para él. —No es mi problema, te he dicho que esos hombres que dominan los clanes no tienen la coordinación de Lucían Salerno, te aseguró que, si buscaras la manera de armarlos y de unificarlos a nosotros sería mejor, ahora prácticamente somos un pastor buscando a dónde demonios están las ovejas, no hay coordinación. —¿Piensas que hago un mal trabajo? —Pienso que no es la gente correcta a la que has contratado, mantienes sicarios y cazafortunas, gente solo contratada por cierto tiempo, asesinas y eliminas gente como si se trataran de hormigas, desconocen el negocio, descuidas el territorio, no creo que sea una buena forma. Un bufido brotó de la boca de su padre. Ese insensato… —No eres nadie para decirme que hacer con mis negocios. —No lo soy, solo te digo esto para que no me culpes del fracaso—supo que no le agradarían sus palabras, —hemos perdido un cargamento de cinco toneladas, que ahora está en los almacenes de los Salerno. Nunca me escuchas, ahora no me recrimines nada. —¡Maldito mocoso! ¡¿Cómo te atreves a hablarle así a tu padre?! Fabricio golpeó la mesa. —No he dicho nada incorrecto. —¡No digas nada más, no cuando no te he pedido la opinión! No dijo más, se quedó callado, cuando perdía la cordura no era prudente poder tener una conversación con él. Se puso de pie y abrochó el botón de su traje. —Tua sorella (Tu hermana) —articuló su padre—habló de Leisel, ¿Tienes intenciones de conocerla? Ahora que Fabiola ha muerto, estaba pensando en decirle a su madre que la traeré conmigo a Italia. Franco apretó los puños. —Si aprecias algo a esa hija que has tenido con la extranjera, será mejor que no pienses siquiera en traerla a la Toscana, no la pasara bien—respondió, no porque él tuviera intenciones de sobajarla, realmente no era atractivo vivir con su padre, podría estar rodeada de lujos, pero también plagado de toda clase de abusos, abusos que solía infundir su padre cuando llegaba ebrio. De alguna manera siempre hubo cierta envidia por parte de Franco y de Fabiola en dirección a su hermanastra, sabían que su padre le destinaba una suma considerable de dinero, era libre en Alemania, disfrutaba de los beneficios de ser hija de un padrino, pero sin estar sometida al peligro ni a los abusos de este. Cuando era pequeño su madre intentó llevarlos consigo, pensaba que ese fue el punto de quiebre de su relación, Rosella se había dado cuenta que el poder y la ambición habían segado al hombre que amaba, Franco tenía seis años cuando Fabricio le propinó la primera golpiza, desde aquel momento supo que debía huir y lo intentó, pero cuando su padre supo que se había marchado la siguió, mandó a sus sabuesos a rastrearla hasta que dieron con ella. La golpeó, la golpeó tanto que la dejó inconsciente, sangrando en el suelo. —¡Puedes marcharte tú, pero nunca pienses en llevarte mi sangre contigo! —gritaba Fabricio mientras con fuertes patadas irrumpía el estómago de su madre, ella se quejaba y él era demasiado pequeño para defenderla. Cuando se recuperó lo abrazó tan fuerte que parecía que deseaba asfixiarlo, Fabiola apenas era una bebé. —Escucha, escucha Franco, me quedaré aquí, nunca te dejaré, debes siempre mantenerte a lado suyo, en algún momento morirá y tú tomarás el control de esta familia. Voy a arriesgarlo todo por ti y no seré egoísta—musitó acariciando el regordete rostro de su hijo. Iba a arriesgarlo todo por el bien de Franco y de Fabiola, sin saber que solo los arrastraría más al infierno. No tenía lindos recuerdos con su padre y tampoco en familia, su hermana había sido su muro de contención y ahora estaba muerta, estaba enojado, lo había dejado solo. Ahora sin ella debía encontrar en el futuro una razón para mantenerse a lado de su padre, delante de los socios él era su heredero, pero dejando de lado aquello, para su padre, nadie debía ser más grande que él y eso incluía a sus hijos. Su narcisismo era superior al de cualquier otra persona. El pesar de los días no amedrento al recuerdo de la mujer, esa mujer de ojos fieros que no quería abandonar su cabeza, a pesar del malestar de su padre le encantaban los deportes no solo el tenis, también la equitación, el tiro y de vez en cuando el box, el cual practicaba con un entrenador personal. Era un hombre siempre vivaz por los placeres de la vida y una buena adrenalina. Sin darse cuenta, cierto día cuando se encontraba en el Nazione se encontró preguntando por la mujer con la que se había encontrado, no sabía su nombre. Mientras acariciaba la cabeza del enorme caballo de r**a volteó a mirar al gerente del club, al escuchar que un Contti se encontraba allí no dudo en ser él quien fue a conversar con él, ya que solicitaba la presencia de algún administrador del lugar. —Me gusta el club, es…elegante—dijo iniciando la conversación. —Nos agrada mucho que sea de su agrado. —He escuchado que el Belmont Nazione tiene problemas, económicos—Belmont Nazione era el dueño de aquella cadena de clubes, Franco era inteligente y precavido por lo que sabía que para poder obtener lo que quería sin parecer indiscreto debía primero comenzar con una plática casual. —El señor Nazione, siempre ha tenido problemas con los casinos, es un adicto al juego. —Todo el mundo sabe de su amor por el Poker, eso se comenta incluso en Roma. —He escuchado que tenía una membresía allí—comentó el hombre. —Si, estuve en la capital atendiendo unos negocios importantes—respondió Franco—allí me enteré de su desafortunada perdida en los casinos de Montecarlo. Es una pena. Espero que esa problemática no arrastre a esto a la quiebra. El caballo soltó un relinchido, Franco sonrió, visualmente era hermoso. —¡Oh, no, no!, confiamos en la capacidad del señor Belmont para solucionar esta problemática, no tenga dudas de que nada alterara su membresía aquí—Franco apartó sus manos del semental para luego centrar toda su atención en el gerente —Eso esperó porque he pagado mucho dinero, demasiado. Su tono hizo sentirse nervioso al hombre. —Le aseguró que su dinero no corre peligro. —Dile a Nazione que en caso de estar en apuros siempre puede confiar en mí como una fuente de dinero, estaría interesado en comprarle este lugar o incluso en darle una fuerte cantidad con esto como aval, tengo planes interesantes—en esos planes interesantes estaban crear negocios legítimos con dinero ilegal, era una buena forma de lavar dinero y de asegurar el ingreso a pesar de las incautaciones de la policía. Su padre no parecía estar interesado en ello, de hecho, parecía centrarse más en hacer dinero sucio que en lavar el que ya tenía almacenado, según el pensar estratégico de su hijo eso era una mala opción. —Claro señor, en unos días estará aquí, regresará de Mónaco. A lo lejos observó a una rubia treparse rápidamente a un caballo, aprovechó esa oportunidad para poder soltar la pregunta que llevaba guardada en su mente desde el inicio. —Hay muchas mujeres lindas aquí—dijo señalando en dirección a la dama que salía de las caballerizas en dirección a la pista de salto, —todas me parecen interesantes, lo que me lleva a preguntar por la identidad una que me dejó intrigado. —¿Una mujer? —Una mujer de intensa mirada grisácea—Franco comenzó a narrarle los pormenores del encuentro haciendo que el gerente con cada palabra se quedará más consternado, al escuchar la descripción de la mujer no dudo en aclararse la garganta. Era incomodo responder, mucho más porque sabía que las relaciones familiares entre ellos no eran buenas, los Salerno odiaban a los Contti, los Contti a los Salerno, clanes mafiosos que llevaban en guerra desde hacía ya mucho tiempo. Ludmila Salerno bajaba del auto con rapidez, había soportado varios días con aquella curiosidad, deseaba verlo de nuevo, deseaba desnudarlo, porque era la única forma que, según la mujer, te llevaba a conocer a profundidad a otra persona. Giuseppe su guardaespaldas la había llevado allí tomando la responsabilidad de aquello. —Les he dicho que estarías en el Spa todo el día, no he avisado que ha salido antes, puedo meterme en problemas, no me ponga en una situación complicada—solicitó el hombre cerrando la puerta tras la mujer, un vestido ceñido al cuerpo cubría su desnudez, una sonrisa apareció en sus labios. —No tengo ni un plan malicioso, solamente tengo curiosidad de algo, espera aquí. El guardaespaldas asintió mirándola alejarse. Ludmila Salerno era como una niña pequeña, a veces feliz, a veces con rabietas, pero siempre con un carácter interesante. Giuseppe había hecho amistad con ella luego de que lo asignaran como líder del grupo de guardaespaldas, proteger a la menor de los Salerno era una ardua tarea, excepcional y el hombre había ganado méritos defendiendo a otros miembros de la familia antes por lo que era confiable. Si le preguntaban a ella diría que fue él lo más cercano a un amigo, alguien que la protegía y que la acompañaba en sus travesuras que hasta ese momento no escalaban más que escapar de la vista de su hermano mayor y acostarse con algún socio suyo sin que lo supiera. La mujer entró al inmenso club sola, ganándose la atención de la recepcionista quien rápidamente salió a su encuentro. —¡Señorita Salerno! No recuerdo tener agendada su visita el día de hoy. —He venido de manera sorpresiva—respondió la mujer—¿se encuentra Nicola?, tengo una duda que quisiera que me respondiera. —El gerente se encuentra ocupado con uno de nuestros clientes. —¿Qué tan distinguido puede ser ese cliente como para que no puedas ir e interrumpirlo? —preguntó con un deje de molestia—dile que Ludmila Salerno lo busca, estoy segura de que vendrá de inmediato. —Señorita—Franco era igual de importante que ella, no había punto de comparación para que él pudiese guiarse, enfrentarse a cualquiera de los dos colocaría al gerente en una mala posición, una que ponían en riesgo la seguridad del club que se le había asignado administrar. Al observar que la mujer no se encontraba muy convencida la italiana no pudo contenerse más. —Lo buscaré yo mismo. ¿Dónde está? —En las caballerizas. Asintió evitando la mirada sorprendida que le daba la mujer, por primera vez la miraba entrar sola, sin un solo guardaespaldas cuidando cada dirección. La mujer regresó a su posición un poco nerviosa, pensando en si debía llamar a Nicola y advertirle de la presencia de una solitaria Ludmila, al final se contuvo. —Hay muchas mujeres en nuestro club—Nicola, temeroso, intentaba librarse de responder aquella pregunta—muchas con ojos grises y mirada hostil, creo que podría buscar un par de imágenes. —No creo que haya habido otra mujer con esa descripción que te estoy dando—lo interrumpió Franco quien no tenia ni un solo cabello de estúpido, había notado los nervios y la expresión que se había formado en su rostro mientras le describía a la mujer—¿no puedes responderme? —No es eso, es solo que no estoy seguro… Miró a sus guardaespaldas a unos cuantos metros, distraídos observando a una dama montar a las afueras. —¡No seas idiota! ¡No creo que haya una mujer con una mirada más soberbia en toda Italia, se claramente que podrías darme la identidad de esa mujer, a menos que no conozcas a tus jodidos clientes! —la vena se su cuello se alteró, era un hombre con poca paciencia y eso acababa de quedar demostrado. Nicola se puso pálido. La verdad era que luego de pensarlo por varios días y de que la imagen de aquella mujer lo persiguiera no pudo evitar aceptar que su encuentro le había causado cierta fascinación por ella, fue un eclipse, un embrujo, con solo mirarla una vez bastó para desatar sus más bajas pasiones, quería comprobar que había debajo de aquella toalla, quería comprobar que tanto podía durar su soberbia y egolatría, quería verla desnuda, ante él. El italiano desconocía que esa fascinación era mutua. —Parece que al final si quieres descubrir qué es lo que esconde la toalla—la voz, la voz de la mujer los interrumpió, había escuchado toda esa línea de conversación y pareció complacida al notar que ese encuentro no solo le había afectado a ella. Nicola tragó saliva. Franco conectó su mirada oscura con esos ojos grisáceos. —Se equivoca—se encontró atrapado—buscaba su identidad para no regresar nunca más a la misma hora que tú. Ludmila sonrío notando su evasiva. —No lo creo, parecía demasiado interesado en que Nicola le dijera mi identidad, no ha sido necesario escuchar mucha conversación para saber que la mujer a la que buscas soy yo—Ludmila no era tonta, al mirar su sonrisa burlona Franco miró al gerente buscando una explicación, entonces la mujer se le adelantó—habla Nicola, dile que quien soy, nos conoces a ambos, es obvio que debes ser el encargado de hacer las presentaciones. Ludmila se paró delante de Franco, le tendió su delicada mano esperando la presentación. —Señor Contti—la sonrisa de Ludmila se borró al escuchar el apellido, sin embargo, por alguna razón no bajó la mano para impedir el saludo, quería sentir esa corriente nuevamente, esa corriente que sentía cuando su piel se tocó por primera vez, Franco estrechó su mano—le presentó a Ludmila Salerno, señorita Salerno, le presentó a Franco Contti. No sabían con seguridad quién de los dos había sentido el trago más amargo, si ella o él. A pesar del incómodo y hostil momento ninguno pudo evitar sentir ese ardor, esa sensación que solo podía ser provocada de una sola manera: Uniendo sus cuerpos y rozando su piel, la una con la otra.
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