CAPITULO 3| DESEOS INSANOS

2114 Words
Había cierto candor en el tacto. Una corriente de excitación al simple roce, uno que ninguno de los dos pudo pasar por alto. Franco fue el primero en apartar el firme agarre de la mujer, se sintió traicionando a su sangre por el simple hecho de parecerle agradable. Ella, con toda la soberbia emanando de sus ojos no dejaba de parecerle hermosa, incluso ahora, sabiendo cual era el apellido y la familia que la había visto nacer opacaba el algo lo que había sentido al tocarla. —Diría que es un placer, pero como ya sabe estaría mintiendo. Ludmila sonrió, ella no se sintió ofendida en sus palabras. —Pues permítame decirle que para mí ha sido todo lo contrario, —¿Qué? Franco no pudo contener el gesto de incredulidad, —es un placer conocerlo, es la primera vez que estoy tan cerca de un m*****o de la familia Contti. Ahora comprendo que no debo de creer en todo lo que sale de la boca de mis hermanos. —¿Por qué? —Porque han dicho que los Contti son desagradables, como ratas… Nicola quiso esconderse. —¿Ratas? —Tranquilo, no veo nada de eso en ti, tómalo como un cumplido—Franco estaba enfadado. Miró a Nicola, no quería seguir más con la conversación, a pesar de sentir que tenía atracción con ella supo que de acercarse demasiado tendría problemas. Era una mujer joven, entre veintiuno y veinticinco, aunque según su ojo crítico estaba rondando los veintidós, Franco era un hombre de treinta y uno, no tenía intenciones de involucrarse con alguien tan joven. —Olvida lo que hemos conversado, la respuesta me ha causado malestar. Hablaremos en otro momento. La expresión victoriosa de Ludmila se borró de sus ojos. —Claro señor. Con un leve asentimiento se despidió del italiano. No había sido cortés en despedirse, de hecho, no volteó a mirarla ni dos segundos como despedida, Ludmila estaba hecha una furia, no podía creer que le hubiera hecho tal desplante, aunque viniendo de un Contti eso debió haber esperado. —Señorita, me sorprende… —Ahora no, Nicola—lo interrumpió, no pensaba dejarlo marcharse así. Dejando al gerente con la palabra en la boca fue detrás del hombre, antes de que sus guardaespaldas llegaran a su lado la mujer ya le estaba sujetando el brazo. —¿Acaso no tienes educación? —Mi educación está reservada solo para alguien que según yo la merece. La italiana apretó su agarre. Franco soltó su mano. —¿No la merezco? —Respeto da respeto, no se que pensabas, ni en mil años me hubiera quedado a lado de una mujer que en media presentación insulta mi apellido. Ahora que lo pienso mi padre también habla mucho de su familia, creo que dice que son escoria—¡Jah! Al escucharlo, Ludmila sintió impotencia, pero no refutó nada porque había sido ella quien lo había ofendido primero. —Comencemos de nuevo. No creí prudente que Nicola supiera que nos llevábamos bien, creo que una pelea al conocernos es lo más esperado ¿no lo crees? Nuevamente la mujer le tendió la mano mostrándole su perfecta manicura. Franco dudó por varios segundos, no iba a tomarle la mano de nuevo. —¿Qué es lo que buscas? —Debo ser yo quien lo pregunte—replicó ella—, eras tú quien estaba buscando mi identidad, debo ser yo quien te cuestione al respecto, aunque conozco las razones quisiera que me las dijeras. La seguridad se acercó al italiano. Con un simple gesto de cabeza les indicó darle su espacio, no quería que escucharan la conversación que estaban teniendo, es más, no quería que supieran la identidad de la mujer que ahora le dedicaba un gesto retador. Ludmila se relamió levemente sus carnosos labios haciéndolo mirar hacia el frente de manera nerviosa. ¡Por dios! ¡Qué gesto tan mas sensual! —Mi encuentro contigo me ha parecido desagradable, no hablo de este hablo del primero, tenía curiosidad sobre la mujer que miró con tanta soberbia y egolatría en los ojos, no mentía cuando dije que buscaba no encontrarme de nuevo en el mismo lugar que tu—mintió de nuevo haciendo a la Italia sonreír. —No creo en lo más mínimo lo que has dicho. —Me importa poco lo que una Salerno crea o no crea de mí. Ludmila chasqueó la lengua, acercó su mano a su hombro, quitando una pequeña y diminuta pelusa imaginaria de su costoso conjunto de Brioni. Otro obsesivo como Lucían, su costosa colonia fue lo primero en llegar a sus sentidos y cuando detectó el agradable aroma no pudo evitar sonreír con satisfacción. —No nos pongamos hostiles…Franco—por primera vez lo llamaba por su nombre, aquellas sílabas habían acariciado su lengua de manera sensual. Ludmila cerró sus puños, sentía un calor poco característico en el rostro, como una leve llamarada que golpeaba sus mejillas con fuerza. ¿Qué le estaba ocurriendo? Sus ojos se pegaron directamente a los carnosos labios del italiano, lo miraba deseable, sensual, deseaba mirarle sobre ella. Franco Contti le hacía sentir cosas que había sentido en el pasado, un fuerte deseo carnal que necesitaba ser saciado y que la italiana no pensaba dejar pasar por alto. Era un espécimen tentador de hombre, uno que deseaba meter en su cama a como diera lugar. —No, no nos pondremos hostiles, —sentenció—yo me marcho, espero no toparme de nuevo contigo. Por el bien de ambos. —¿Es una amenaza? Una sonrisa socarrona apareció en sus labios al escucharla preguntarle aquello con tal descaro. —Para nada, es una advertencia. ¿Qué harían tus hermanos si supieras que ahora estamos conversando de esta manera? —preguntó. —No tengo dudas de que enloquecerían de enfado, lo mismo pasa conmigo, está prohibido que hablemos, está prohibido que coincidamos en el mismo lugar. De hecho, ahora estás sola, aquí, sin seguridad. —No ha nacido hombre que pueda amedrentarme. —Tientas demasiado a la suerte. —Me gustan las emociones fuertes, soy temeraria. —Ser temerario no está permitido en mi mundo, —le dedico lo que pensó sería una última mirada. —No ha sido un placer, espero no toparme nunca contigo de ahora en adelante. Ludmila contuvo la rabia, acababa de rechazarla, sabía que había utilizado un tono lo suficientemente provocador como para que sus palabras fueran utilizadas como un arma de doble filo, estaban hablando de un tema, pero, claramente, había una tensión superior entre ambos, una que Franco sentía, pero de la que estaba dispuesta a huir antes de que su fuerza de voluntad se doblegara a ante una mujer que embargaba el lugar de un vaho s****l con su perfume. Sin darse por vencida fue tras él, esta vez no con el objetivo de hablar. Simplemente camino a su lado al notar que se dirigía al estacionamiento, Giuseppe observaba su teléfono intentando perder el tiempo, cuando levantó la mirada sus ojos parecieron salirse de las órbitas, bajo sus manos del volante, tomó el arma que mantenía en el asiento de a lado y la colocó en su cintura. —Ahora me doy cuenta que eres la clase de mujer a la que no le gusta que le digan no. —Demasiadas conclusiones. —Digo lo que pienso—se colocó los lentes de sol. Giuseppe se mantenía tenso, había reconocido al hombre que la acompañaba, quería pensar que Ludmila Salerno desconocía su identidad y que eso la había llevado a conversar con él. Si hubieran estado con su seguridad posiblemente lo mínimo que podría haber pasado era una balacera. Esas dos familias no debían siquiera cruzar miradas. Un suspiró brotó de su boca al mirarla tan desinhibida. Por lo menos no estaba siendo secuestrada. —Si es así, di lo que piensas de mí. —Que eres la mujer más odiosa que he conocido, —confesó—soberbia, ególatra y con un temperamento poco agradable. Ni en mil años compartiría habitación contigo. Una risa burlona apareció en la boca de la mujer. —¿Has mencionado habitación? —preguntó divertida. —Pensaba que no te agradaba, ahora noto que huyes de tus deseos. Típico de los hombres, pueden parecer muy seductores, pero carecen de hombría cuando se topan a una dama con carácter. Yo también he sacado mis conclusiones ¿Quieres oírlas? El italiano se detuvo, ambos quedaron a un escaso metro de los autos, mientras la seguridad le daba su espacio. Giuseppe había sido reconocido por la seguridad de los Contti, todos estaban dominados por una tensión exorbitante. —Dímelas. Ludmila era una mujer demasiado traviesa, no apta para cualquier hombre. —Te gusta el deporte, posiblemente llegues al gimnasio, tienes una espalda fornida, —Franco rodó los ojos, eso cualquiera podría deducirlo, antes de que pudiera decir algo la mujer rompió su espacio personal colocando sus manos sobre sus hombros. —Tienes hombros anchos y yo, piernas grandes, no creo que sea casualidad, podrías sostenerlas a la perfección. ¡Por dios! Franco intentó mantenerse sereno. ¿Le estaba haciendo una propuesta tan descarada? No espero que le respondiera y se encaminó al auto, lo había dejado sin palabras y con la libido rogándole por ir tras ella y encerrarla en el baño, luego, saciarían sus bajas pasiones con salvajismo. Iba a quitarle esa mirada soberbia y le haría arrodillarse delante de él mientras le daba placer a su virilidad con esos grandes y rojos labios. Ludmila se disculpó con Giuseppe, él le abrió la puerta. Antes de entrar miró a Franco para despedirse. —Que tenga un magnífico día señor Contti, tal vez no haya sido un placer conocernos, pero no se preocupe, ambos podemos convertirlo en uno—río con suficiencia, para luego subir al auto, Giuseppe cerró con un portazo. Debían salir de allí. Los nervios del guardaespaldas estaban corriendo al mil, no, definitivamente ella sabía de quién se trataba. —¿Acaso has enloquecido? —articuló para luego meter segunda velocidad y salir con un chirrido de las llantas del estacionamiento. —Es peligroso, no debiste haber cruzado palabras con él, está prohibido, ni un hombre puede acercarte a ti y mucho menos un Contti. ¡Menos el hijo de Fabricio! —Es sexy ¿verdad? —¿Escuchaste lo que he dicho? —Lo he hecho, pero no entiendes—dijo con un tono apagado. Pero no entiendes, había escuchado varias veces esa frase, muchas veces y cuando la decía era para expresar su deseo por algún hombre con el que claramente no debía involucrarse. La mujer ahogó un grito cuando el auto frenó de golpe, se sostuvo fuertemente del asiento. —¡Enloqueciste! —Cualquier hombre Ludmila, te he ayudado para estar con cualquier hombre, menos con ese—sentenció temiendo que como la mayoría de las veces se aficionara a hacer caer a un hombre en sus redes. Sabía cómo se comportaba, le encantaba que la desearan, por eso se divertía rechazando y acostándose con hombres que se ponían difíciles con ella. Nadie podía decirle que no a una principessa como ella, es más, esa palabra estaba prohibida, incluso para Franco Contti. —No tiene diferencia, es un hombre como cualquiera. No, definitivamente no lo era. —No, Franco no es cualquier hombre porque en sus venas corre la sangre enemiga, tu hermano mayor piensa que su padre planeó la muerte de tu madre, tu familia asesinó a su hermana. Claramente no debes involucrarte con él, ni siquiera para una noche de placer. Cualquiera de tus tres hermanos enloquecería al saber que has hablado con él y de esa manera tan descarada. —Siempre he sido descarada cuando algo me gusta. —Pues que deje de gustarte en este momento. —Que me digas que no debe gustarme, eso hace que me guste más—Giuseppe golpeó el volante con fuerza, estaba nervioso, pensó que aprovecharían que estaba sola para llevársela, si eso hubiera pasado él estaría siendo desmembrado. —No ha existido hombre que yo desee y que no pueda tener. Asegúrate de investigar los lugares que concurre, no sé cómo vas a hacerlo, pero tienes que colocarme allí. Ese hombre tiene que estar en mi cama, sin importar nada. Giuseppe maldijo para sus adentros. Estaban en problemas, severos problemas que no parecían tener solución alguna. Cuando a Ludmila Salerno se le metía esa clase de cosas en la cabeza, no había poder terreno que lograra sacársela. La única manera era teniéndolo, el gusto se le pasaría más tarde, era como una niña pequeña en todo sentido. Sí Lucían se enteraba de aquello, era hombre muerto.  
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