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1343 Words
¡ADVERTENCIA!: El siguiente capítulo contiene escenas que abordan temas de violación, abuso infantil y maltrato físico y verbal. Lea bajo su propio riesgo. Cuando dos almas inocentes nacen, deben ser protegidas para que el resto de almas corrompidas no los dañe. La función de los padres, una muy simple y entendible. Tan simple que ni siquiera toman clases para poder ser unos buenos padres, eso ya viene por defecto en el interruptor. Mis padres, a diferencia de los demás padres, no fueron del todo buenos. Nací en uno de los barrios más pobres del distrito. Mi madre se dedicaba a la prostitución, ya que ese era el único modo de obtener dinero. Ella había nacido con los encantos y dones de la vida, los que una mujer recibe cuando nace: belleza. Para los demás mi madre era la mejor prostituta de todas. Un día ella se enamoró perdidamente de un hombre mayor que ella, tal vez le llevaba cinco o seis años. Pero todo eso a ella no le importo, el amor vence cualquier cosa, o eso fue lo que escuché de de mi papá Thomas. Él le prometió todo lo que ella necesitaba, lo que para ella era inalcanzable. Cegada por el amor, ella aceptó y se unió a él en un lazo de matrimonio. Me habría agradado decir que fue un buen matrimonio, pero no fue así. Toda relación pierde su encanto una vez comienza. De la relación nacimos mi hermano Leonardo y yo. Mi madre nombró a mi hermano así porque ese nombre significaba valentía y fuerza, lo que mi hermano necesitaría para enfrentarse a la vida. Mi madre sufrió incontables abusos de parte de mi padre, violaciones, abuso físico y verbal. Él decía que se arrepentía de haberse casado con ella, que era mejor que ella estuviera muerta y él sería libre de nuevo. Aunque era una niña, podía darme cuenta de todo eso. Mi madre sufría en silencio y, en serio, sufría de una fuerte depresión. Algo que ese hombre no le tomaba importancia. Las peleas eran constantes y, en serio, ese no era el ambiente en el que dos niños de escasos cuatro años deben vivir. Pero, a pesar de todo eso, mi madre se conformaba con las miserias que ese hombre le daba y se resignaba a lo poco que recibía de él. El tiempo corrió tan veloz que un día, ella simplemente nos abandonó. El hombre la había matado. Su muerte había sido originada por los golpes extremos que él le daba. Todo se acumuló, el sida, la anemia, la depresión y los golpes, ellos se encargaron de hacer bien su trabajo y llevársela. El hombre fue llevado al reclusorio en el cual debía cumplir una sentencia de 16 años de cárcel por delitos mayores, violación, homicidio en segundo grado, venta de drogas ilegales y algunos otros delitos más. Nosotros nos quedamos solos, aunque, de hecho, siempre lo estuvimos. Fuimos enviados a un internado mientras los trámites de custodia se arreglaban. Dos meses después, nuestro nuevo tutor, el hermano mayor de mi madre, nos llevó a vivir con él. El peor infierno que pude haber vivido. De hecho, vivir con mi padre no era tan malo después de todo. —Está es su nueva casa— dijo él. —Deben portarse bien, a mi no me gustan los niños molestos— tomó su cerveza y la destapó. Después caminó hasta el sofá, encendió la televisión y buscó el canal de deportes. —Tío— mi hermano caminó hasta donde él se encontraba y se colocó frente a él —¿En donde dormiremos?— cuestionó, ya era de noche y debíamos dormir. —Yo que se— respondió él —Apártate, andando— lo tomó del hombro y lo removió del frente del televisor. Mi hermano regreso a donde yo me encontraba parada. Las lágrimas comenzaron a formarse en mis ojos, mi hermano y yo no merecíamos esa vida de mierda que habíamos recibido. Yo me dirigí a las habitaciones, en donde prácticamente era un nido de ratas. La limpieza escaseaba en esa casa, en serio parecía que jamás habían hecho aseo. Por suerte logramos alistarnos en una de las habitaciones, pero el hombre no dejó que nosotros durmiéramos juntos, para él eso era algo mal visto. A mi me entregó la habitación que estaba al lado de la suya y a mi hermano le entregó la habitación siguiente. Él nos brindó cosas que nosotros no podíamos recibir de mi padre. Comodidades y lujos que jamás imaginamos tener. Él nos daba lo que para él era necesario, comida que para él era comida, ropa que para él era ropa. No podíamos salir de casa. Él salía todos los días a trabajar y cuando regresaba solo se desquitaba el estrés conmigo, una niña. Para cuando él volvía del trabajo, mi hermano y yo ya nos encontrábamos en la cama durmiendo. Ya que siempre llegaba alrededor de las dos de la mañana. Él entraba a la habitación, sin hacer ruido. Removía las cobijas y comenzaba a tocarme. Traba de alejarme de él, era asqueroso, pero su amenaza perfecta funcionaba. —Shhh— ponía su dedo en mis labios cuando las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos —No debes hacer ningún ruido— susurraba cerca de mi oído, algo que odiaba —Recuerda que si no eres tú, será tu hermano ¿No querrás que nada malo le suceda, o si? —No— decía con miedo, con el cuerpo helado y con sus malditas manos sobre mi. Tocando y con cada rose sentía unas ganas tremendas de vomitar. Cuando se saciaba, simplemente él salía de la habitación y se marchaba. Todo eso era un bucle, pero debía soportarlo por mi hermano. No quería que nada malo le sucediera. El infierno existe y yo lo viví en carne propia. Odiaba al ser que me creo, odiaba tener que lidiar con ese enfermo, odiaba mi vida, odiaba todo. Mi único consuelo era mi hermano. Si algo le sucedía a él, si algo llegara a pasarle. Yo, yo no cumplí bien mi trabajo como hermana mayor. Dos años después del martirio que viví, el hombre nos abandonó. La policía lo buscaba por delitos críticos, él mataba, robaba y violaba. Algo que en un punto se me hizo normal. Escapó de la policía y nos dejó a la suerte en la calle. Vivíamos de lo que encontrábamos en la basura o lo que la gente amable nos daba. Pero un día todo cambio. Un hombre trató de llevarnos. Sabía que él era malo, conocía a los de su calaña y no nos quería para amarnos y cuidarnos, sino que más bien haría algo repugnante, tal vez nos haría ser sus mulas para transportar drogas a otros distritos, tal vez me venderían a un burdel y a mi hermano lo maltratarían, o tal vez nos quitarían los órganos y los venderían en el mercado n***o. El hombre disparó y la bala se impactó en mi, así sería más fácil llevarnos, pero sus planes se arruinaron ya que la gente comenzó a circular por el camino. El hombre no tuvo más remedio que dejarnos y escapar. Pese a que la gente pasaba, nadie se preocupaba por nosotros, unos simples niños huérfanos. Desesperados por obtener un hogar, por obtener cómoda y por obtener el cariño de alguien. —Hermana ¿Estas bien?— pregunto mi hermano, tomando mi rostro. —Si— susurré para no preocuparlo. —Debo conseguir ayuda— dijo poniéndose de pie. —No hace falta— susurré. Agradecía a ese hombre por haberme disparado. Mi sufrimiento terminaría pronto, pero no quería dejar solo a mi hermano. Él se soltó de mi débil agarre y se marchó. Después volvió con un hombre. El no me generó la desconfianza que los demás me generaban. Él era diferente, él era nuestro ángel. Uno que había venido a rescatarnos, uno que mi madre nos había enviado desde el cielo para que nos cuidara y protegiera.
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