Alexander se deshizo de la ropa con rapidez, quedando solo en bóxer, y se lanzó al agua. El calor de la alberca contrastaba con el frío del aire. Cuando llegó hasta ella, Camille lo rodeó con sus brazos, pegando su cuerpo al suyo. Lo besó, primero suave, luego con hambre, mordiendo sus labios. Y entonces, con un susurro en su oído, lo provocó: —Hazme tuya aquí. Alexander obedeció. La sujetó por la cintura, la pegó contra la orilla de la alberca y descendió con los labios por su cuello, su clavícula, hasta hundirse en el agua cálida. Camille cerró los ojos cuando lo sintió abrir paso entre sus muslos, acariciándola primero con lentitud, luego con más precisión. Su lengua la exploraba con devoción, arrancándole gemidos que el vapor ocultaba pero no callaba. —Dios… Alexander… —susurró, h

