Cap 4. No está sola.

1449 Words
ESBEN "Nada me preparó para esto". Para mirar a una niña quebrarse frente a mí. Para ver cómo se le apaga el brillo de golpe, como si alguien hubiera soplado la única vela que tenía para no quedarse a oscuras. Soy un soldado. Aprendí a aguantar balas, gritos, sangre, órdenes irracionales. Pero no aprendí a ver a una niña perder a su madre sin poder hacer nada más que sostenerla. Desde ese día, Asia caminaba como si pisara vidrio. Respira apenas. Se movía en silencio. No pedia nada. No quería nada. Y yo… yo estoy atrapado entre el deber y algo que no sé nombrar. Algo que aparece cada vez que ella tiembla. Cada vez que me mira con esos ojos enormes, verdes oscuros y llenos de miedo, pero sin una sola lágrima porque ya las gastó todas. Renzo cree que ordenándola, formándola y endureciéndola la está salvando. No ve que la está rompiendo. O quizá sí lo ve… y no sabe hacerlo de otra manera. Yo sí lo veo. Lo veo cada noche. En su forma de encogerse. En la manera en que mira la puerta antes de dormir, como si todo pudiese romperse otra vez. Y no sé cómo ayudarla. No sé cómo se salva a una niña de un mundo que nació para destruirla. No sé hacer más que quedarme. Estar. Respirar cerca de ella cuando el mundo la asfixia. Sostener los pedazos cuando se caen. Y esta noche… esta noche es peor. “Su prueba”. La que Renzo decidió que era necesaria. La veo llorar sin hacer ruido. La veo morderse los labios hasta hacerse daño. La veo temblar como si el frío le saliera desde el alma. Y cuando por fin entro a su habitación, ya no era Asia. Era una sombra de sí misma. La abrazo fuerte. La tomo en brazos. Es liviana. Demasiado. Como si cualquier cosa pudiera arrastrarla. Su respiración es un hilo. Sus manos están heladas. Tiene los ojos perdidos. Entiendo que se siente culpable. Entiendo que se siente sola. Entiendo que se siente pequeña en un mundo lleno de monstruos. Entiendo… que lo único que tengo para darle soy yo. — Yo… yo no quería —Intenta explicar.—. No quería hacerlo… Papá… —Lo sé —le contesto, no nesecita hacerlo, presencié todo. —. Isy, lo sé. Pero ella aún así se derrumba. —Fue mi culpa. Yo… yo lo maté… —Tú no elegiste. Te obligaron. Tú solo sobreviviste… como siempre lo haces. Le aseguro. Pero como era de esperarse Freja. Vrrr… Vrrr… Saco el teléfono y veo su nombre. Respiro. Ya debería de estar en casa, Pero simplemente no puedo irme y dejarla así. El teléfono sigue vibrando. —Contesta… —susurra. —. Está bien… —No. Ahora no te dejo sola. El celular vibra, Freja está impaciente. —Contesta —ella insiste y yo lo hago..—. De verdad… estoy bien. Lo hago y tal y como imaginé Freja. — No piensas venir a tu casa, Esben, prácticamente nunca estás, lo prometiste. —Amor, más tarde. Estoy ocupado. Contesto, Pero Freja no está de humor y explota, como siempre. — Nunca estás, Esben, todo es más importante que yo. Y ese maldito trabajo Lo es más.. —Te dije que luego — le contesto firme, ella respira furiosa, y cuelga. —Lo siento… — yo niego, la pequeña Isy no es la causante de mis problemas... —Nunca serás un problema, Isy —le afirmo.—. Nunca. La levanto del piso con cuidado, como si tuviera miedo de romperla más, y la siento en la cama. Su mirada está perdida, pero sigue aferrada a mi camisa como si fuera el borde de un acantilado. Le quito las botas despacio. Le acomodo las piernas bajo la manta. La arropo, asegurándome de que no quede ni un borde frío sobre ella. Luego aparto un mechón de su cabello, ese que siempre cae sobre su mejilla cuando está triste. Lo dejo detrás de su oreja para poder verle la cara. Me quedo sentado a su lado, vigilando la puerta. No sé si quiero evitar que alguien entre o evitar que algo dentro de ella salga y la dañe más. Soy un guardián. Siempre lo he sido. Pero con ella… con ella lo soy de otra manera. —No te vayas… —susurra medio dormida, como una niña pequeña, como la niña que todavía es. La voz se me traba en la garganta. —No pienso irme —le aseguro, más bajito de lo normal. Más verdadero. Y cumplo. Me quedo toda la noche. Sin moverme. Sin cerrar los ojos. Solo escuchando su respiración quebrada, esperando que se haga más suave. Ella intenta dormir. Yo intento que el mundo no se atreva a tocarla otra vez. Y mientras la observo, mientras el silencio nos envuelve, solo puedo pensar en una cosa: Ese disparo… ese disparo no la marcó a ella. Me marcó a mí. Porque ahora sé, sin dudarlo, que no permitiré que vuelva a romperse. No mientras yo esté aquí. .... Amanece y, justo antes de que Asia despierte, me voy. Le dejo instrucciones a las chicas de la casa, marco el número de Renzo para informarle que saldré… y entonces conduzco hacia mi casa, aunque no quiero ni imaginarme la discusión que me espera con Freja. Y apenas cruzo la puerta… —¡Maldición!… Otra vez esta gritando. —¿Por qué demonios te importa tanto esa niña? —ruge Freja, plantándose frente a la entrada como si pudiera detener un camión. Sus ojos grises están húmedos, pero no distingo si es rabia o algo peor: orgullo herido. Acabo de explicarle que Asia tuvo una crisis. Que lloró hasta quedarse sin voz. Que no podía dejarla sola. Pero Freja solo oye lo que quiere. Me paso una mano por el cabello, rubio y despeinado, más largo de lo necesario. Respiro hondo para no perder el control. A veces olvido lo que mido en comparación con ella: casi un metro noventa, hombros anchos, músculos de años al servicio de Renzo… y esos ojos que todos llaman “fríos”, pero que ahora me arden. —No voy a discutir esto otra vez —gruño—. Renzo pidió que vigilara a Asia. Punto. Freja suelta una risa corta, filosa. Una que me perfora peor que una bala mal puesta. —No es Renzo —escupe—. Eres tú. Te afecta. Esa niña te afecta. Y ahí está el maldito dardo en el centro del pecho. Me quedo quieto. No voy a admitirlo en voz alta, pero sí… me afecta. Asia tiene esa forma rara de quedarse en la mente de uno. —Freja, no entiendes. Ella… —¡Tiene catorce años, Esben! —me interrumpe—. Y tú te comportas como si fueras su guardián celestial. Me acerco despacio. No para intimidarla. Para evitar romper lo poco que queda. —La niña ha visto más muerte que tú y yo juntos —digo, bajando la voz—. Renzo la entrena como si fuera un soldado, la presiona, la hunde… y aun así se levanta todos los días. Yo… joder, yo admiro eso. ¿Está mal? Freja baja la mirada. La verdad siempre la corta. —Te estás alejando de mí —susurra—. De nosotros. La culpa me muerde, sí. Pero no hay forma de mentirle con la cara limpia. A veces siento que Asia me necesita más que ella. Y eso jode. Muchísimo. —No me estoy alejando —respondo—. Solo estoy intentando mantener viva a alguien que ya perdió demasiado. Freja se aparta, lenta, dolida. Y lanza su sentencia como quien deja caer una piedra a un abismo: —Haz lo que quieras, Esben. Siempre lo haces. La escucho caminar por el pasillo. La puerta de nuestra habitación se cierra como un disparo seco. Me quedo solo en la cocina, respirando entre dientes. La ventana me devuelve mi propio reflejo: veintinueve años, rubio, ojos azules que nunca supieron mentir, mandíbula tensa, manos marcadas por el trabajo sucio. Soy el mejor hombre de Renzo. Su sombra. Su fuerza. Pero con Asia… soy otra cosa. Ella me mira como si yo fuera el único pedazo de mundo que todavía no quiere devorarla. Como si, mientras yo esté allí, nada pudiera terminar de romperla. Agarro la chaqueta. Camino hacia la puerta sin mirar atrás. Renzo la va a poner a prueba otra vez hoy. No puedo salvarla. No puedo interponerme. Pero sí puedo estar allí. Aunque sea para que, cuando el mundo la aplaste… …ella sepa que no está sola. ─────────────────
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