Cap 3. La verdadera prueba

1713 Words
ASIA Leo. Traducciones en inglés, "aunque no lo hago bien aun". Italiano… gracias a Esben, porque él es el único que se sienta conmigo cuando no entiendo algo. Papá asiente, satisfecho. Giovanni observa. —¿Quieres probarla? —pregunta papá. Y de pronto todo se congela. —¿Qué? —susurro. Giovanni ríe, sorprendido. —No, Renzo. No vine a apostar con tu hija. —No es una apuesta. Es una lección —dice papá, y chasquea los dedos. Un guardia arroja una pistola sobre la mesa. —Enséñales por qué eres mi sangre. La habitación queda en silencio. Los hombres nos observan como buitres esperando el primer corte. Esben se mueve, apenas un paso hacia mí. Papá lo detiene con una mirada. Yo trago saliva. Tomó la pistola. Pesa más de lo que recuerdo. Renzo señala un objeto al fondo de la sala: un jarrón de cerámica carísimo. —Dispara. Aprieto la mandíbula. No respiro. Miro el jarrón. Aprieto el gatillo. BAM. El jarrón explota en pedazos. Un hombre silba. Otro se endereza en su silla. Giovanni me analiza con una mezcla de sorpresa y… diversión. —Interesante —dice—. La niña tiene pulso. —La niña es mi sucesora —corrige papá. Esben detrás de mí murmura algo en danés… algo que suena a “mejor que no te tiemble la mano nunca”. Yo respiro hondo. Y por primera vez, siento algo distinto a miedo. Poder. Renzo continúa hablando con los demás. Estrategias, territorios, acuerdos. Los hombres pelean verbalmente, se amenazan sin decirlo, negocian con veneno disfrazado de “amistad”. Y yo escucho. Memorizo. Aprendo. Giovanni me mira una vez más. —Una advertencia, pequeña Asia. Aquí todos sonríen… pero nadie es amigo. Le sostengo la mirada. —Lo sé —respondo—. Mi papá dejó de sonreír hace cuatro años. Giovanni ríe con fuerza. Papá no. Pero creo… que por un segundo sus ojos brillan con algo parecido a orgullo. La reunión termina. Salimos a la noche húmeda. Esben me cubre con su chaqueta. Yo la acepto sin decir nada. —Lo hiciste bien —murmura. —No quiero este mundo —confieso. Él me mira, serio, triste. —No importa lo que quieras, Asia… ya estás dentro. Y tiene razón. Pero mientras él siga aquí… Quizá no me hunda. Quizá crezca. No hemos avanzado ni diez pasos hacia el auto cuando papá se detiene. Se queda quieto. Demasiado quieto. Yo no lo alcanzo a ver la cara, pero Esben sí. Lo noto por cómo tensa el cuerpo, como un lobo listo para atacar. —Señor… —dice Esben en voz baja, alerta—. Algo no está bien. Renzo suelta aire, despacio. Se quita las gafas. Y cuando se gira hacia mí, sé que algo cambió. —Asia —dice—. Ven. Me acerco. Mi corazón se acelera sin permiso. Papá chasquea los dedos. Dos de sus hombres arrastran a alguien desde un auto n***o. Lo tiran contra el pavimento como si fuera basura. Un hombre amarrado. Boca sangrante. Ropa desgarrada. Ojos llenos de terror. Yo doy un paso atrás sin querer. —Papá… ¿qué es esto? —Tu verdadera prueba —dice él, sin una pizca de emoción—. Este hombre nos traicionó. Vendió información a un rival. Por su culpa casi mueres hace meses. ¿Lo recuerdas? Mi respiración se corta. Sí lo recuerdo. El tiroteo inesperado. Las balas contra el auto. El vidrio rompiéndose. Y las manos de Esben empujándome al suelo. —Quiero que termines el trabajo —dice Renzo—. Aquí. Ahora. Frente a mí. —¿Qué? —susurro. Esben da un paso adelante. —Renzo… es una niña. —Cállate —ruge mi padre sin siquiera mirarlo—. No serás tú quien la forme. Soy yo. El hombre en el suelo solloza. —No, por favor… no, por favor… ella es solo una niña… —Exacto —dice papá con una sonrisa rota—. Y una niña que liderará mi imperio no puede ser débil. Me entrega una pistola. La misma de antes. Aún caliente. Mis manos tiemblan. —Papá… yo… no estoy lista… —Tú no decides eso —dice él con la voz dura como un golpe—. En esta vida, o matas… o te matan. Y yo NO voy a enterrar a otra persona que amo. Mis ojos arden. Mis piernas tiemblan. Esben aprieta los puños. Da un paso más. —Renzo, te lo advierto— —¡Te callas! —grita papá—. Asia, mírame. Lo miro. Y veo el dolor. Su locura. Su miedo constante. Su furia contra el mundo. —Te estoy enseñando a sobrevivir —dice él—. A no confiar. A no temblar. A no caer. Me coloca la pistola en la mano. —Hazlo. Mis dedos se entumecen. Mi garganta se cierra. El hombre llora. Esben aprieta los dientes. Yo no respiro. Papá se inclina hacia mí. —Asia… si no lo haces tú… lo hará alguien que no te quiere. Y entonces tú solo serás parte del trauma… no la dueña de tu destino. Mis ojos se llenan de lágrimas. Estoy atrapada. Y entonces escucho una palabra. Su palabra. —Isy —susurra Esben, apenas audible, solo para mí—. Respira. El mundo se frena. Papá lo nota. Me mira. Me está probando. Me está rompiendo. El hombre grita algo. Yo no lo escucho. Subo el arma. Tiemblo. Mi dedo está rígido. —Papá… no quiero… Él no parpadea. —Hazlo. Y cuando termines… habrás nacido de verdad en este mundo. Mi corazón se quiebra. Yo… Aprieto los dientes. Aprieto el gatillo. BAM. El eco retumba en mis huesos. El hombre cae en silencio. Esben cierra los ojos. Papá asiente, satisfecho. Orgulloso, incluso. Yo no siento nada. O siento demasiado. Papá se acerca y me pasa la mano por el cabello, como si ese gesto borrara lo que acabo de hacer. —Eres mi sangre —susurra—. Y mi sangre jamás se arrodilla. Yo me quedo ahí, petrificada. Esben me mira con dolor. Con rabia. Con algo que no sé cómo nombrar. Se quita su chaqueta y me envuelve. Yo finalmente respiro. Y tiemblo. —Vámonos —dice papá—. Mañana empiezas otro entrenamiento. Esben me toma del hombro cuando papá se aleja y me susurra: —Esto no te define, Asia. No ahora. No aún. Pero yo sé algo: Hoy dejé de ser niña. Y Renzo lo sabe. Porque él mismo me mató… para que yo aprendiera a matar. La casa está oscura cuando volvemos. Silenciosa. Fría. Como si supiera lo que acabo de hacer. Papá no dice nada durante el camino. Ni una palabra. Ni una mirada. Cuando llegamos, solo ordena: —Que nadie la moleste. Ni tú, Esben. Y se encierra en su oficina, como siempre. Yo subo a mi habitación. No prendo la luz. No quiero ver nada. Me siento en el piso, con la espalda contra la cama. Y ahí… todo vuelve. El disparo. El grito. La sangre. La voz de papá. Mi dedo apretando el gatillo. Mi respiración se corta. Me abrazo las rodillas. Y lloro. Lloro como si nunca hubiera llorado antes. Como si me fuera a romper desde dentro. No sé cuánto tiempo pasa. Solo sé que, de pronto, escucho pasos. Pasos que reconozco. Pasos que siempre buscan cuidarme. La puerta se abre despacio. —Asia… —susurra Esben, como si mi nombre fuera un cristal que temiera quebrar. Yo no levanto la mirada. No puedo. Él se acercá y se arrodilla frente a mí. No dice nada. No me toca de inmediato, como si esperara que yo lo dejara entrar en mi dolor. Yo inhalo temblando. Huele a pólvora. O tal vez soy yo. Y entonces él me rodea con los brazos. Su pecho contra mi mejilla. Sus manos en mi espalda. Me sostienen. Y yo exploto. —Yo… yo no quería —sollozo—. No quería hacerlo… Papá… me obligó… yo no… —Lo sé —susurra Esben contra mi cabello—. Isy, lo sé. Agarro su camisa con fuerza. Como una niña ahogándose. Porque eso soy ahora mismo: una niña ahogándose en lo que hizo. —Fue mi culpa —lloro—. Yo… yo lo maté… —Tú no elegiste —me corrige, firme, dolido—. Te obligaron. Tú solo sobreviviste… como siempre lo haces. Quiero creerle. Pero no puedo. Mis manos están heladas. Mis piernas tiemblan. Mi garganta está rota. Y entonces suena su celular. Vrrr… Vrrr… Él cierra los ojos, como si el sonido fuera un cuchillo. No me suelta, pero saca el celular lo justo para ver el nombre en pantalla. “Freja ❤️ ” Su esposa. Él respira profundo, tenso. El teléfono sigue vibrando. —Contesta… —susurro con voz rota—. Está bien… —No. —Esben me abraza más fuerte—. Ahora no te dejo sola. El celular vibra otra vez. Insistente. Implacable. Esben aprieta la mandíbula. La pantalla ilumina su rostro y noto el conflicto en sus ojos. Yo lo conozco. Es incapaz de dividirse en dos. O cuida… o se culpa. Y hoy soy yo quien está en pedazos. —Contesta —repito, más bajito—. De verdad… estoy bien. Esben me mira. Su expresión se ablanda, pero no porque me crea. Sino porque entiende que estoy diciendo eso solo para no estorbarle. Suspira y finalmente desliza para responder. —Amor, más tarde —dice con voz baja pero firme—. Estoy ocupado. Pausa. Silencio. La voz de ella se escucha tenue desde el auricular, molesta, exigiendo algo. —Te dije que luego —repite él, más duro. Y corta. Sin explicaciones. Sin disculpas. Sin calma. Deja el celular a un lado y vuelve a mí, como si nada más existiera. —Lo siento… —susurro, sintiéndome aún más pequeña—. No quiero causarte problemas… Esben me toma el rostro entre sus manos. Sus ojos azul-gris me perforan, intensos, dolidos. —Nunca serás un problema, Isy —promete—. Nunca. Y por primera vez desde que disparé… Vuelvo a respirar. ─────────────────
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD