4 Un café ,un regalo y un zoológico en el estómago .

1350 Words
Valen estaba en su escritorio, revisando informes que apenas lograba leer. No porque fueran complicados, sino porque su mente estaba en otro lugar. Más específicamente, en una oficina a pocos metros de la suya, donde Clara se encontraba escribiendo algo en su computadora. Desde que llegó a esta empresa como parte de su misión encubierta, no había anticipado que lo que realmente lo descolocaría no sería el caso, sino una mujer de sonrisa inesperada y mirada que le robaba el aliento. Entonces, sucedió algo que no esperaba. Clara apareció en su campo de visión, sosteniendo una taza de café. Su andar era seguro y, al mismo tiempo, tenía algo casual que Valen encontraba irresistible. Cuando llegó hasta su escritorio, se detuvo y le tendió la taza. —Pensé que podrías necesitar esto —dijo Clara con una sonrisa que iluminó la mañana más que cualquier rayo de sol. Valen, sorprendido, apenas logró cerrar la boca antes de aceptar el café con ambas manos, como si le hubieran entregado un trofeo. —Gracias… Esto... Esto es increíblemente amable de tu parte —balbuceó, sintiendo que su zoológico interno hacía una fiesta en su estómago. Ya no eran solo murciélagos, ahora sentía que tenía jirafas, leones y hasta un hipopótamo bailando ahí dentro. Clara soltó una pequeña risa ante su reacción. —Solo es un café, Valen. No es para tanto. —Para mí lo es —respondió él con sinceridad, aunque su tono intentó ser ligero. La observó mientras ella regresaba a su oficina, dejando tras de sí una estela de perfume sutil y la promesa de un día mejor. Valen tomó un sorbo del café y sonrió. Era perfecto, como si Clara hubiera sabido exactamente cómo le gustaba. Se permitió saborear cada trago con calma, sintiendo el calor del líquido recorrer su cuerpo, como si además de cafeína, esa taza tuviera un poco de ella, de su esencia. De alguna manera, saber que Clara había pensado en él, aunque fuera de manera mínima, hizo que su pecho se expandiera con una sensación que no esperaba. Una misión en marcha Más tarde esa mañana, Valen decidió que era el momento de recuperar la lapicera con cámara que había dejado estratégicamente en el escritorio de Adriano Núñez. El jefe aún no había llegado, lo cual hacía el momento ideal. Se levantó con calma, fingiendo buscar algo entre sus papeles, y luego se dirigió hacia la oficina de Núñez. Al entrar, notó que todo seguía tal y como lo había dejado. La lapicera seguía en su lugar, metida en un lapicero en la esquina del escritorio. Con movimientos calculados, la tomó, disimulando con la naturalidad que le había enseñado su entrenamiento policial. Pero justo cuando se disponía a salir, apareció Antonio Núñez, el sobrino del jefe, quien lo miró con desconfianza. —¿Qué haces aquí? —preguntó Antonio con una ceja levantada. Valen, sin perder la calma, le mostró la lapicera. —Oh, esto… Se me había extraviado. Es un regalo de mi madre, ¿sabes? Pensé que la había perdido, pero por suerte la encontré aquí. —Le sonrió de manera despreocupada, como si no tuviera nada que esconder. Antonio observó la lapicera por un momento y luego simplemente movió la cabeza. —Bueno, que no se te vuelva a perder algo importante. —No lo haré. Gracias por el consejo. —Valen salió de la oficina con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal, pero satisfecho de haber salido airoso. El alivio fue instantáneo, pero la tensión aún persistía en su pecho. Se apoyó en la pared por un segundo, dejando que su pulso volviera a la normalidad. De vuelta en su escritorio, guardó la lapicera en un bolsillo seguro. Sabía que la llevaría esa misma tarde para analizar su contenido. Con un poco de suerte, tendría información clave sobre Adriano Núñez y sus actividades. Un almuerzo improvisado El mediodía llegó, y Valen, después de pasar la mañana pensando en Clara y en el café que le había traído, decidió que era el momento de devolverle el gesto. Se acercó a su oficina con una sonrisa en el rostro. Tocó suavemente en el cristal de la puerta antes de abrirla. —¿Te gustaría almorzar conmigo? —preguntó, esperanzado. Clara levantó la vista de su computadora, claramente ocupada, y negó con la cabeza. —Hoy no puedo, Valen. Estoy llena de cosas pendientes y necesito avanzar con esto. Él trató de no mostrar su decepción. —Entendido. No hay problema. —Salió de la oficina, pero lejos de rendirse, tuvo una idea. Minutos después, regresó con una bolsa de comida china. Entró en la oficina de Clara sin pedir permiso, colocando la bolsa sobre su escritorio. —Si tú no puedes salir a almorzar, entonces yo traigo el almuerzo hasta aquí. Clara lo miró, sorprendida pero divertida. —¿De verdad? —Claro. ¿Crees que voy a dejarte pasar hambre? —bromeó mientras sacaba los recipientes. Había pedido arroz, rollitos primavera, y dos platos principales: filete de pescado para ella y pollo para él, porque no soportaba el pescado. Clara negó con la cabeza, sonriendo. —Eres imposible, Valen. —Y tú agradecida. Vamos, come antes de que se enfríe. Mientras almorzaban en la oficina, la atmósfera se llenó de risas y bromas. Valen, con su humor natural, no dejó pasar oportunidad para hacerla reír. Clara, aunque al principio intentó mantenerse seria, no pudo evitar relajarse y disfrutar del momento. —¿Siempre eres así de insistente? —preguntó ella, llevándose un bocado de pescado a la boca. —Solo cuando creo que vale la pena —respondió él, mirándola con una sonrisa que no intentó ocultar. Hubo un silencio breve entre ellos, uno de esos silencios cargados de algo más que palabras. Valen la observó con atención, memorizando cada uno de sus gestos, cómo sus labios se curvaban en una sonrisa involuntaria, cómo sus dedos jugaban con el borde del vaso de agua cuando pensaba en algo. Pequeños detalles que se le grababan como tinta en la piel. Clara apartó la mirada, sintiendo un calor extraño en sus mejillas. Algo en Valen la hacía bajar la guardia, algo que no entendía del todo, pero que no podía ignorar. Valen, por su parte, estaba viviendo el mejor almuerzo de su vida. El zoológico en su estómago parecía haberse calmado un poco, como si la presencia de Clara fuera el único antídoto para esa mezcla de nervios y emociones que lo invadía cada vez que estaba cerca de ella. Cuando terminaron de comer, Valen recogió los envases vacíos y le dedicó una última sonrisa antes de salir. —Gracias por la compañía, Clara. Almorzar contigo siempre es un placer. Ella lo miró desde su escritorio, sonriendo sin darse cuenta. —De nada, Valen. Esa tarde, mientras Valen se dirigía a entregar la lapicera para analizarla, no podía evitar pensar en Clara y en cómo, poco a poco, estaba comenzando a ser una parte importante de su vida. No sabía qué le depararía el futuro, pero estaba seguro de que haría todo lo posible por mantenerse cerca de ella, incluso si eso significaba enfrentar todos los desafíos que su doble vida traía consigo. Y Clara, en su oficina, se encontró mirando hacia el pasillo donde Valen acababa de desaparecer. Algo en su interior le decía que las cosas estaban a punto de cambiar, y por primera vez en mucho tiempo, no estaba segura de querer resistirse. Clara suspiró y recargó la espalda en su silla, sintiendo un cosquilleo extraño recorrerle el pecho. No entendía por qué Valen tenía ese efecto en ella. No era solo su insistencia, ni su sonrisa fácil, ni siquiera el gesto de haberle traído comida. Era algo más profundo, más desconcertante. Como si con cada palabra, con cada mirada, él estuviera cruzando un umbral que nadie más había podido alcanzar. Desde su escritorio, su mirada volvió a desviarse hacia el pasillo vacío. Algo en su interior le decía que Valen no era solo un compañero de trabajo. Y eso, por primera vez, la asustó.
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