Los días siguientes fueron extraños. Naomi se despertaba sobresaltada en mitad de la noche, empapada en sudor, con los ojos buscando algo en la oscuridad que solo ella parecía ver. Scott intentaba calmarla, abrazarla, decirle que todo estaba bien… pero sabía que mentía. Nada estaba bien. Ella ya no era la misma. Pasaba horas sentada junto a la ventana del ala sur, en completo silencio, mirando hacia los árboles, como si esperara que algo surgiera de entre ellos. No comía mucho. No hablaba mucho. Y cuando Scott le preguntaba, ella apenas respondía con un “Estoy bien” que no convencía a nadie. Scott la observaba con impotencia. No podía evitar pensar en las huellas. En Elias. En lo que fuera que había pasado. Y sobre todo, en lo que Naomi pudiera haber visto… o hecho. Pero la amaba. Y es

