A la mañana siguiente, Scott llegó antes del desayuno. Naomi estaba en el jardín, todavía pálida por la noche turbulenta, cuando lo vio llegar con una sonrisa cálida y un leve brillo en los ojos. Él no preguntó. Solo le tendió la mano. —Ven, te quiero mostrar algo —dijo. Sin pensarlo, Naomi entrelazó sus dedos con los suyos y lo siguió. Caminaron por los senderos antiguos que bordeaban el castillo, pasando por árboles centenarios que parecían custodiar secretos invisibles. Las tierras eran inmensas, mágicas, tan perfectas que parecía imposible que fueran reales. El sol filtraba su luz entre las ramas, y por primera vez en días, Naomi sintió que podía respirar sin dolor. Al llegar al lago, Scott la ayudó a subir a una pequeña canoa de madera oscura. El agua estaba quieta, serena. Avanzab

