Habían perdido el tiempo. Desde lo alto de una roca, Ismael observó el terreno con fastidio. —No hay nada. El maldito logró escapar —anunció con firmeza. —No estés tan seguro. Mira —respondió Junior, señalando hacia el arroyo. Todos siguieron con la mirada el dedo extendido del arquero. Bajo las aguas se distinguía un rastro evidente de patas: logos y huellas de hienas. Sin duda, los Karin habían cruzado la línea. —¿Cuál es ese camino? ¿A dónde lleva? —preguntó Scott con el ceño fruncido. No lo reconocía. Tampoco lo recordaba en ningún mapa. El grupo observó el sendero con atención, pero ninguno lo conocía. Junior extrajo una flecha, y con la destreza que lo caracterizaba, la disparó hacia el extraño acceso. Apenas tocó el camino, la flecha se convirtió en piedra y cayó al agua con un

