La voz ronca resonó en el salón de fiestas, donde más de cincuenta familias consanguíneas de los Widman se habían congregado. Naomi pensó que se tomaban muy en serio la idea de vivir en clanes dispersos por diferentes partes del mundo. Ho eso le había dicho Scott pero. Cuando el anciano carraspeó, todos los presentes se pusieron de pie en absoluto silencio, prestando total atención al venerable patriarca.
_ Buenas noches, familia. Hoy me complace presentarles a mi nuera, la mujer que pronto será una Widman. Bienvenida, hija. Desde hoy, Isaac Widman se convierte en tu padre. Ven, dame un abrazo.
El hombre mayor la miró con una ternura genuina al extender sus brazos, y Naomi no pudo negarse a ese afecto inesperado que le ofrecía aquel desconocido.
Naomi sonrió y observó al padre de Scott con detenimiento, y la evidencia era innegable: el hombre mayor gozaba de una salud envidiable. Su energía al hablar y la agilidad con la que se movía, a pesar de sus aparentes sesenta y tantos años, desmentían cualquier necesidad médica urgente. En ese instante, la verdad golpeó a Naomi con la fuerza de un mazazo: Scott le había mentido. Su padre no necesitaba un médico a tiempo completo; lo que él realmente deseaba era una esposa, y por alguna retorcida razón, la había elegido a ella. De reojo, estudió a Scott. Él permanecía en silencio, escuchando atentamente las palabras de su padre, sin ofrecer ninguna corrección o contradicción. Ante esta revelación, y sintiendo la necesidad de romper el silencio incómodo, Naomi apenas y se presentó, porque era lo que se esperaba de ella en esa extraña y forzada situación.
_ Gracias, señor Widman. Es un placer pertenecer a su familia.
Los aplausos resonaron en el lugar, seguidos por murmullos de mujeres de cuerpos esculturales, cada una con una belleza particular, adornadas con joyas deslumbrantes y vestidos de alta costura. Naomi se sintió como una mosca en leche, pero disimuló la incomodidad ante las miradas de enojo de algunas otras.
_ Bueno, disfruta, bienvenida. Tu suegra no debe tardar. Imagino que el estilista terminó su trabajo o ya está muerto y empaquetado.
Isaac Widman le guiñó un ojo con una sonrisa pícara, y Naomi sintió una punzada de culpa por el aparente engaño.
_ ¿Puedo usar el tocador? –preguntó con un deseo repentino de huir de ese circo.
_ Claro, cariño. Eleonora.
_ Sígame, señorita Naomi.
Respondió la mujer refinada que parecía un perro leal a su amo, aunque con un dejo de simpatía. Sonreía ante sus chistes, pero le hablaba con cautela y precaución, y Naomi no la culpaba; apenas se conocían desde hacía unas horas.
Una vez encerrada en el baño, Naomi se enfrentó a su reflejo, susurrando con desesperación:
_ Oh, Dios, ¿qué estoy haciendo? Estoy metida en un lío rodeada de gente loca. Me reciben con una fiesta y flores, y no saben nada de mí, quién soy o de dónde demonios vengo.
No podía permitirse llorar. No serviría más que para arruinar el maquillaje, y el contrato estaba firmado: matrimonio o muerte, según la promesa de Scott.
_ Cachorra, ¿estás bien?
Unos golpes suaves en la puerta acompañados de la voz del psicópata la sobresaltaron.
_ Sí, estoy bien, cariño. Ya salgo.
Dijo al accionar el botón del inodoro que ni siquiera había usado. Abrió la puerta. El enfermo, junto a Eleonora y una mujer con aires de emperatriz, la esperaban.
_ Te presento a mi madre, Madame Anel Widman.
_ ¡Eres tan hermosa! Ahora entiendo por qué enloqueciste a mi hijo. Te prometo que serás muy feliz dentro de esta familia. Tienes mi apoyo incondicional para convertirte en toda una Widman.
Refirió la mujer, con su coleta recogida en una trenza perfecta adornada con pedrería, que realzaba sus ojos azules, sorprendentemente similares a los de su futuro esposo psicótico.
_ Gracias, Madame. Estoy muy feliz y agradecida por su recibimiento, pero no sé si Scott… le comentó que soy médico y tengo que trabajar en el hospital, pero le prometo que volveré.
Mintió con la esperanza de escapar de aquella noche tan extraña. Pero al mirar al hombre más bello y perturbado que había conocido, sus ojos brillaron con una molestia severa.
_ Entiendo. Lástima que debas irte, pero tenemos que arreglar lo de la boda. No hay mucho tiempo, tienen que tomarse el matrimonio con más seriedad.
Dijo con un tono apenas velado de autoridad.
_ Tranquila, madre. Naomi ocupará cada minuto de su tiempo en los preparativos y todo será perfecto.
Añadió Scott, lanzándole una mirada amenazante a Naomi.
_ Cariño, y el hospital… Todo es tan rápido… –agregó ella, pero su respuesta la alertó.
_ Sígueme, madre. Discúlpanos con mi padre, los nervios por la boda la tienen confundida. Descansar será lo mejor para ambos.
Apretó la cintura de Naomi frente a la sonrisa de su madre.
_ Cariño, no te estreses, todo quedará hermoso. La cabaña está lista, hijo.
_ Gracias, madre, eres un amor.
Besó la coronilla de su madre, después de que ella plantó dos besos en la mejilla de Naomi, quien sintió un escalofrío segundos después. Scott la guio hacia una puerta que conducía al patio trasero, lejos de los invitados. Un auto con el motor encendido los esperaba.
_ Sube al auto. Ya regreso.
Naomi cumplió su orden en silencio. Él regresó en instantes con Eleonora, quien llevaba en sus manos una cesta con champán y frutas que colocó en el cojín trasero. Scott subió al auto y partieron, solo él y ella, viajando por las orillas de la isla. Naomi podía ver el mar bañado por la luz de la luna. De vez en cuando observaba al hombre que la tenía a su merced, uno que tal vez la violaría en unos minutos, pero solo de imaginar su cuerpo chocando contra el suyo, como las olas del mar contra la arena, humedeció sus bragas. Conducía tarareando una canción de Adele con total serenidad, hasta que llegaron a una cabaña oscura. Al entrar en el lugar, un hombre de los muchos rostros varoniles pero hermosos que estaban bebiendo allí, al pasar por su costado, estrelló la palma de su mano contra su trasero.
_ Primo, ¿de dónde sacaste esta dulzura?
Ante su atrevimiento, sin pensarlo, Naomi bañó su rostro con el trago que estaba sobre la mesa. No supo por qué lo hizo, tal vez deseaba morir. El hombre se levantó como una fiera, apuntándola con una pistola en mano.
_ Scott: ¿Quién es esta hija de perra?
Naomi sintió que su rostro se contraería por la rabia, pero la sorpresa la invadió cuando una bofetada de Scott atravesó la cara del insolente.
_ Es mi prometida, imbécil. Te sugiero que la trates con respeto. Oh, olvidaré que estás ebrio. Discúlpate en este instante.
Por unos segundos, Naomi creyó que el hombre dispararía, pero él le sonrió y dijo al colocar el arma sobre la mesa:
_ Lo siento, prima. Tengo las manos y la boca sucia, pero no volverá a pasar, lo juro. Bienvenida a la familia.
Marcó una cruz con su dedo en su frente.
_ Eres un caballero, Julián. Estoy orgulloso.
Dos suaves golpes en su mejilla sintió Naomi al tomar su mano para seguir al interior de la cabaña. Nada de hombres armados, solo mesas llenas de alcohol y drogas, mujeres que a simple vista eran de la alta alcurnia, pero con una reputación dudosa.
_ Buenas noches, señores.
Saludó a los presentes: seis hombres que llamaban la atención hasta de un ciego, cuya belleza era como un destello que llegaba a enceguecer, de esos que obligaban a abrir el tercer ojo. Los acompañaban tres chicas, entre ellas una pelirroja cuya naturalidad Naomi dudaba, observándola con una expresión de desprecio.
Naomi recorrió con la mirada el interior de la cabaña. Las mujeres reían y bailaban con los hombres de la fiesta, todos ellos notablemente atractivos, con cuerpos definidos por el ejercicio, y algunos adornados con cicatrices y tatuajes que, lejos de restarles atractivo, les conferían un aire peligroso y sexy.
_ ¿Qué tanto miras? No lo hagas. Tus ojos solo son míos, cachorrita –dijo Scott, su voz grave interrumpiendo sus observaciones.
Naomi frunció el ceño.
_ ¿Por qué me llamas así? "Cachorrita" es ridículo. No lo hagas.
Scott sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
_ Siempre serás mi cachorra. Acostúmbrate.
Scott dejó de mirarla y se centró en una conversación animada con sus primos. Pero la verdad, en la mente de Scott, era que Naomi, con su juventud e inexperiencia, era como un cachorro indefenso frente a la longevidad y la sofisticación de todos los que danzaban en aquella cabaña. Ellos eran seres longevos, arraigados a tradiciones ancestrales, mientras que ella era una simple humana, una mujer común y corriente que, sin embargo, estaba enloqueciendo los sentidos de Scott Whitman, el león del clan de Luz.