( 🌼 Aceptar o Morir 🌼 )

2331 Words
Pasaban los minutos y Scott comenzaba a impacientarse. Naomi no regresaba. Se levantó de su asiento, echando un vistazo alrededor. El sonido de la música retumbaba en sus oídos como una amenaza, y el calor del ambiente se volvía insoportable. Todos sus primos y los guerreros del Clan estaban en la cabaña, celebrando con euforia una de las tantas victorias obtenidas en el mundo que protegían en las sombras. Caminó entre los cuerpos sudorosos y eufóricos, pero no encontró a Naomi. El leve aroma a vainilla y sal de mar que la caracterizaba estaba desapareciendo. Sus sentidos de hombre lobo se agudizaron al instante. Inhaló profundamente y el rastro le llegó nítido, como una línea de fuego: ella se alejaba. Corrió de inmediato hacia el jardín, abriéndose paso entre los árboles y las luces colgantes de la fiesta. —¡Julio! ¡Ismael! —gritó, sin dejar de correr—. ¡Síganme! Sus primos más leales reaccionaron al instante. El primero en alcanzarlo fue Julio, sin camisa, aún con la copa en una mano y la pistola en la otra, su sonrisa ligeramente torcida por el efecto del alcohol. Y entonces Scott la vio. A lo lejos, la figura de Naomi corría por la playa como un alma desesperada. Su cabello rojo brillaba bajo la luna como fuego líquido, agitándose con la brisa. Parecía alguien huyendo del mismo demonio, de una condena inevitable. El pecho de Scott se contrajo. Sabía que no había sido correcto traerla así. Claro que lo sabía. Sus hombres la habían “recogido” del estacionamiento del hospital. Tal vez pensó que ella entendería, que al ver todo lo que él podía ofrecerle, dejaría de resistirse. Pero no esperaba esto. No esperaba verla huir… no así. —Mierda… —murmuró entre dientes, acelerando el paso. —¡Eh, Scott! ¡Mira esto! —gritó Julio desde atrás. Antes de que pudiera detenerlo, Julio alzó su arma al aire y disparó dos veces con una risa salvaje. El sonido rompió la noche como un latigazo. Naomi tropezó, se giró brevemente y gritó. El miedo en sus ojos era tan real, tan puro, que a Scott se le heló la sangre. —¡Julio! —rugió—. ¡Guarda esa maldita pistola! ¡La estás asustando! Julio bajó el arma, aún riendo, y la guardó en la parte trasera de su pantalón. —Tranquilo, primo. Solo quería añadirle emoción a la persecución. Se ve hermosa cuando corre con el vestido volando… Scott se detuvo por un instante y lo fulminó con la mirada. —No estamos cazando, Julio. No es un juego. ¡Es la mujer que va a ser mi compañera! Julio alzó las manos, aún sonriendo. —Lo sé, lo sé… Es solo que la fiesta me tiene encendido, bro. Scott lo ignoró y volvió a correr, esta vez con más determinación. A cada paso, sentía crecer la culpa. ¿Cómo podía haber sido tan imbécil? Naomi no conocía su mundo, no entendía sus reglas ni su poder. Para ella, todos ellos eran hombres armados, extraños, y él… él era su secuestrador. Naomí corrió entre palmeras bajo la oscuridad de la noche. El olor salado del mar la obligaba a detenerse una y otra vez, hasta que una de sus sandalias se enterró en la arena. No pudo regresar por ella. Un disparo rompió el silencio y la hizo seguir corriendo con desesperación. El corazón le latía en los oídos cuando alcanzó la entrada de un hotel. Atravesó la recepción sin dudar. —Señor... necesito un teléfono —dijo, agitada—. Perdí mi bolso. Creo que estoy perdida… o en peligro. ¿Puede ayudarme, por favor? El hombre tras el mostrador, con bigote espeso y expresión preocupada, la observó con detenimiento antes de asentir. —Cálmese, señorita. Pase por aquí. En esta oficina hay un teléfono. Haga su llamada y luego me cuenta lo que ocurre, ¿sí? ¿Quiere agua? —Estaré bien… solo necesito hacer una llamada. Gracias. Tartamudeó con la voz quebrada, al borde del llanto. El hombre abrió la puerta y señaló el teléfono sobre un escritorio. Le ofreció una botella de agua antes de retirarse. Naomi marcó el único número que su mente logró rescatar. Un repique, dos, tres… al cuarto ya estaba perdiendo la esperanza, hasta que escuchó la voz. —¿Aló? Naomi… ¿eres tú? Dime que eres tú, amiga. Era Jen. Su voz sonaba quebrada, aliviada. —Sí… soy yo —respondió Naomi, con un nudo en la garganta. Sabía que Jen la ayudaría. —¿Dónde estás? ¿Por qué no fuiste al trabajo? Estoy muerta de preocupación. El oficial Peñate te anda buscando... —Jen, espera. Déjame hablar. Pasó algo extraño y necesito que me escuches… Naomi Intentó explicarse, pero las palabras torpemente salían de sus labios Cuando Scott entró al pequeño hotel, el aire acondicionado lo golpeó de frente, frío como el acero. La música lejana de la fiesta aún resonaba en sus oídos, pero él ya no pensaba en celebración. Naomi lo había desconcertado. Había algo en su forma de huir que le dolía, aunque no supiera bien por qué. Apenas cruzó la puerta, el hombre de la recepción, un tipo delgado de traje gris con bigote mal recortado, levantó la vista con nerviosismo. —Jefe Widman... —dijo con voz temblorosa—. Un placer tenerlo por aquí. ¿En qué podemos servirle? Le ofreceremos la mejor habitación, el mejor servicio... esta noche será especial. Scott no respondió de inmediato. Mantenía las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro y sus ojos, helados y determinados, se clavaron en el rostro del recepcionista. Su instinto le decía que el hombre sabía perfectamente por qué estaba allí. —¿Dónde está la chica? —preguntó sin rodeos—. Cabello rojo. La vi entrar hace unos minutos. No juegues conmigo. El recepcionista tragó saliva. Tartamudeó. —Y-yo... señor... Scott se inclinó hacia él, cruzando la delgada línea entre cortesía e intimidación. El bigote del hombre pareció temblar, como si fuera a despegarse del rostro de puro miedo. —Te hice una pregunta —dijo con voz grave, apenas contenida—. ¿Dónde está la chica? ¿O quieres que la busque yo mismo? Porque te aseguro que mis primos están tan... animados esta noche que podrían terminar buscando conmigo. Y si eso pasa, quizás no quede nada en pie aquí. El hombre abrió los ojos, sudoroso. —¡No hace falta, jefe! —dijo alzando las manos—. La chica... llegó corriendo. Dijo que estaba perdida. Le ofrecí mi oficina. Está haciendo una llamada. Está ahí mismo, al fondo del pasillo. Scott no agradeció. Simplemente caminó, con pasos firmes, atravesando el pasillo angosto mientras su respiración se acompasaba. Su oído, siempre atento, ya percibía la voz de Naomi al otro lado de la puerta entreabierta. —...sí, Jen. Estoy bien, creo. No lo sé... no sé qué hacer... —decía con voz baja, entrecortada por el llanto contenido. Scott se detuvo unos segundos. No quería irrumpir como una bestia. Pero tampoco podía quedarse quieto. Abrió la puerta despacio. Allí estaba ella. De espaldas, con el teléfono pegado al oído, sin notar su presencia aún. Su vestido estaba arrugado, la piel de sus piernas cubierta de arena, el cabello rojo desordenado por el viento. Descalza, con los pies sucios de tierra, y sin embargo... para Scott era la imagen más hermosa que había visto en mucho tiempo. Sus ojos la recorrieron con un anhelo extraño. Se acercó un poco más, lo suficiente para que ella lo sintiera. Y cuando Naomi se giró, su expresión fue una mezcla de terror y alivio. —Naomi... —dijo con una voz más suave de la que pensó que tenía. Ella sostuvo el teléfono con fuerza, sus labios temblorosos, la respiración agitada. —¿Con quién hablas? —preguntó, frunciendo el ceño. En su oído, la voz de Jen estalló: —Naomi… ¿quién está ahí? ¿Qué sucede? ¡Contéstame! —Jen, calma. Llamé para decirte que estoy bien… Salí de viaje con mi… novio. Mentía, y lo sabía. Lo miró de reojo. Su expresión era fría, su postura perfecta, manos en los bolsillos, como un modelo griego de mármol tallado con furia. —¿Tú qué? ¿Qué dices? ¡Tú no tienes novio! ¿Estás drogada? Dime dónde estás. ¡Voy a buscarte! El sonido de las llaves de Jen agitándose al otro lado de la línea hizo que dos lágrimas cayeran por las mejillas de Naomi. El hombre seguía observándola en silencio. —No es necesario… estoy fuera de España. Solo quería que supieras que estoy bien. Perdí el celular. Te llamo cuando pueda. Cuídate. —¡Espera, Naomi, no cuelgues…! Naomi retrocedió un poco. El teléfono cayó de su mano. La línea quedó abierta, la voz de su amiga al otro lado llamándola con desesperación. Pero Naomi no respondió. Sus ojos estaban fijos en los de Scott, como si buscara allí una salida, una verdad, o una rendición.Cortó la llamada sin responder. El hombre no dijo más que una orden: —Sube al auto. Naomi camino sin chistar, sabiendo que estaba atrapada. Un loco se había adueñado de su vida. Al cruzar la recepción, el hombre del bigote se inclinó con una reverencia. Afuera, al menos diez hombres vestidos de n***o custodiaban el lugar, con armas de largo alcance. Subieron a la primera camioneta con las puertas traseras abiertas como trampas tendidas para una presa. —¿Qué harás conmigo? —preguntó Naomi, tratando de mantener una valentía fingida. —Shh… silencio. Estoy pensando —murmuró él, antes de apretar su cuello y morderle el labio. Parecía disfrutarlo. A ella le provocaba sensaciones que no sabía cómo explicar. Ya no hizo más preguntas. Al llegar a una enorme casa, él ordenó: —Todos fuera. Snake, a trescientos metros. —Enseguida —respondió uno de los hombres. En un instante, los vehículos desaparecieron en distintas direcciones. Naomi entró en la casa con temor, y también con ese deseo peligroso que él le provocaba. Lo siguió por las escaleras, descalza, hasta el tercer piso. La habitación parecía salida de un cuento de hadas. Una cama inmensa decorada con pétalos de rosas y margaritas, una mesa con mantel, copas de champán, frutas y queso. Luego de permitirle admirar el lugar, él tomó su mano y la condujo hasta una gran puerta corrediza que se abrió con sensor térmico. Cruzaron al área de la piscina. Sin previo aviso, se lanzaron al agua, aún vestidos. Las manos de él se aferraron a su cuello y la sumergieron. Naomi tragó agua; sus pulmones ardían. Entonces él la sacó a la superficie. Respiró con desesperación. —No vuelvas a huir de mí. Siempre te encontraré. No me hagas perder el tiempo como un perro tras un hueso. Métete en esa maldita cabeza que en unos días… serás una Widman. Antes de que pudiera reaccionar, la hundió de nuevo. Naomi luchó, enterró las uñas en su piel, pero no lograba liberarse. Justo cuando creía que moriría, él la soltó. Emergió, tosiendo, desesperada por aire. —Sal… tengo hambre —ordenó él. Ella no pudo responder. La tos se lo impedía. Lo vio alejarse, quitándose la ropa, dejando al descubierto un cuerpo marcado como una estatua viva. A pesar de su vista nublada, cada músculo era una provocación. Pero Naomi estaba llena de odio Scott estaba ahogándola. Caminó hacia él, impulsada por una mezcla de rabia y vulnerabilidad, y le cruzó el rostro con una bofetada que le dejó la mano ardiendo. Él ni se inmutó. Más unos segundos después Scott no pudo contenerse más. En un movimiento repentino, la acorraló contra la pared, sus manos firmes en sus caderas. Naomi apenas tuvo tiempo de soltar un jadeo de sorpresa cuando sus labios fueron atrapados por los de él en un beso furioso, devorador, cargado de rabia, deseo y algo más oscuro que ninguno de los dos sabía nombrar. El agua que aún empapaba el vestido de Naomi lo hacía pegarse a su cuerpo como una segunda piel, revelando cada curva, cada rincón de su silueta. Pero Scott no se detuvo a pensar. No le importó lo empapado del momento, ni el hecho de que sus propios labios también sabían a sal, a viento y a mar. La besó como si ella fuera el aire que le faltaba, como si fuera su condena y su salvación al mismo tiempo. Sus manos, calientes y grandes, se deslizaron por su cintura, subiendo por su espalda con desesperación. Naomi intentó empujarlo al principio, con sus manos temblorosas sobre su pecho, pero su cuerpo la traicionaba. Estaba temblando, entre la confusión, el miedo y esa extraña atracción que la empujaba a él. El beso fue largo. Profundo. Las bocas se buscaron una y otra vez, hasta que Scott se detuvo de golpe. Separó su frente de la de ella, respirando agitado, con los ojos clavados en los suyos. Bajó lentamente la mirada a sus labios, esperando una señal. Y aunque Naomi no dijo ni una palabra, sus dedos se aferraron un poco más fuerte a su camisa empapada. Una rendición silenciosa. Él cerró los ojos por un segundo, sintiendo que la guerra apenas comenzaba. —Me encantas, cachorrita —susurró, relamiéndose los labios—. Disfrutaré cada segundo que nade en tu cuerpo. Te lo prometo: te llenarás de sensaciones exquisitas. Rozó su piel con un dedo y dejó caer el vestido mojado. Naomi quedó frente a él, cubierta solo por una pequeña prenda. Él la devoró con la mirada. —¿Tienes miedo… o solo es frío? —preguntó, mientras acariciaba su piel y tocaba su pezón erguido como una bala. —Tengo frío —respondió ella, con voz temblorosa. No sabía qué sentía realmente. Deseo, miedo, confusión… era un torbellino de emociones. Algo dentro de ella le decía que estaba cruzando un umbral del que tal vez no habría regreso.
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