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Entre Tragos y Secretos

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Blurb

Allison Mason es una mujer independiente y poco creyente en el amor. Trabaja en un bar para poder alcanzar su sueño de tener su propio negocio; es un buen empleo, pero pasa sus días tratando de aparentar que no tiene acaloradas fantasías con su jefe.

Franz Bauer es exitoso, inteligente, carismático y extremadamente apuesto... Es el hombre perfecto a los ojos del mundo, pero a puertas cerradas lucha con las consecuencias de un terrible error del pasado que lo atormenta noche tras noche, r0bánd0le la vida de a poco.

Cuando ambos deciden dejar de fingir que no saltan chispas cada que se miran... Caerán en el más ardiente y sincero de los romances, pero...

¿Qué doloroso secreto guarda Franz? ¿Podrá ese nuevo amor curar su alma atormentada?

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~* Prefacio *~
Me encontraba de pie en medio de aquel estacionamiento desolado, el frío de la noche se colaba hasta mis huesos pese a llevar aquella pesada chaqueta, pero sabía que no se debía al clima. Claro que no, todo era producto del miedo. No era la primera vez que estaba ahí, y como cada vez, mis latidos se aceleraban segundo a segundo, mis oídos comenzaban a zumbar y ya estaba empezando a sentirme mareado. Conocía la ubicación exacta de aquel estacionamiento, el de mis tormentos, pero sabía que este era solo una burda réplica de él, en medio de la nada… En medio de un limbo n***o e inhóspito. Ante mí había una extensa superficie pavimentada con líneas de pintura blanca que delimitaban las plazas, un aparcadero como cualquier otro, quizás, con la única diferencia de que no había ni un solo vehículo estacionado en el lugar. No se escuchaba el ruido del tráfico, no había nada en la lejanía; ese sitio parecía abandonado por los dioses, un punto olvidado por el mundo, algo creado para mi destrucción. La única luz que me permitía detallar el sitio provenía de un poste de alumbrado ubicado en el centro del estacionamiento, justo a mi lado; iluminando intensamente una figura circular a mi alrededor, pero dejando en la absoluta negrura el resto del lugar. Los hilos de luz, en conjunto con la neblina nocturna, le daban un aire gélido y tenebroso al ambiente… Mi miedo seguía en aumento. Como era costumbre, estaba desconcertado; nunca sabía cómo había llegado; no había recuerdos previos, tampoco sabía cómo irme. Empecé a sentirme desamparado; mi mente no dejaba de repetir una y otra vez, que no había salida, que estaba ahí y ahí me quedaría lo que durara la noche, y bien sabía que sería interminable. Me acomodé un poco más la chaqueta, mientras la resignación se iba abriendo espacio en mi interior. Sabía que no había ningún peligro alrededor, al menos no para mí; nunca sufría ningún daño estando en ese lugar, al menos no uno físico. Me apoyé contra el poste, cruzando los brazos sobre mi pecho para mantener un poco del calor que lentamente me iba abandonando, y así como hacía siempre… Me negué a inspeccionar. No buscaría ayuda, no gritaría esperando alguna respuesta; sabía que cualquier esfuerzo sería en vano. Sin embargo, mientras los minutos pasaban, me iba llenando de incertidumbre. Ni la certeza de encontrarme a solas, ni la confianza que les tenía a mis conocimientos de defensa personal hacían menos incómoda la situación. Volví a preguntarme por qué seguía pasando esto, por qué había sido forzado a permanecer ahí. A veces me decía que yo me estaba haciendo esto a mí mismo, pero era difícil de aceptar, porque… ¿Cuál sería mi razón de querer estar así? ¿Por qué querría revivir esta escena? ¿Quién accedería, por gusto, a quedarse varado en medio de la nada? Eso no podía ser mi voluntad realmente. Lo que sí era mi decisión era quedarme anclado a aquel poste. Me negaba a moverme, hacía mucho que visitaba ese sitio y había aprendido que mis pies no debían tocar el suelo que no estuviese iluminado por esa luz. ¿Por qué caminaría por aquel desértico y lúgubre paraje en solitario? El tiempo seguía transcurriendo. Miré mi reloj y vi que faltaban cinco minutos para las dos de la madrugada. Estaba a punto de suceder. Siempre me dejaban ahí durante dos horas, presa de la incertidumbre, el miedo y la culpa… En el fondo, una parte de mí sí sabía por qué estaba ahí, aunque me esforzaba en convencerme de que no. Escuché el ruido de los neumáticos chirriar contra el pavimento justo cuando me lo esperaba, pero no por eso el sonido dejó de helarme la sangre… Siempre era igual. El chirrido rompió el silencio que hasta ese momento había reinado en el estacionamiento, y yo empecé a hiperventilar. Las grandes bocanadas de aire que tomaba y soltaba se podían escuchar a kilómetros, y mis oídos zumbaron una vez más cuando me giré hacia la fuente de aquel ruido tan tormentoso. A varios metros de distancia de donde me encontraba, en medio de la oscuridad, pude ver las luces traseras de un vehículo, y aunque los focos me cegaban y en realidad no podía verlo con mis propios ojos, sabía que era una camioneta azul. No podía especificar el tono; mucho menos podía saber el modelo. Esa información nunca llegó a mis oídos, pero sabía que era una camioneta azul, sabía que tenía la defensa torcida y el foco derecho roto... Había tenido años para memorizar esos detalles. La luz se iba haciendo cada vez más tenue, indicándome que la camioneta se alejaba con rapidez por la carretera. En pocos segundos estaría fuera de mi alcance y nunca más volvería a verla. Fue entonces cuando llegaron los otros sentimientos. Impotencia, furia, culpa y, sobre todo, dolor; un dolor tan desgarrador que sentía que me iba a partir en dos. Pero eso no pasaría, lo había comprendido hace años; no moriría de dolor. Estaba condenado a seguir viviendo, a existir, cargando esa pena en mi alma. Sentí un escalofrío recorrer mi nuca y me giré en un rápido movimiento… Y nuevamente me quedé congelado. Era ella, estaba ahí, justo frente a mí, a tan solo unos pasos. Eso era nuevo. Su cabello color miel caía en suaves y desordenadas ondas, rozando sus hombros. Llevaba puesto un vestido blanco que cubría sus pies. Su rostro seguía siendo angelical y delicado, muestra de la perfección que la caracterizó siempre. El estómago se me contrajo. Tenía años sin ver aquel hermoso rostro, y al mirarlo el sufrimiento se hizo más agudo. —Franz —dijo casi en un susurro, retrocediendo cuando intenté acercarme—, me olvidaste —siseó, esta vez con gesto contrariado. —No. Jamás te olvidaría… Nunca podría hacerlo. —Le aseguré al instante. Quise decir su nombre, pero no pude; mi garganta se trabó al intentarlo—. Yo… hice todo lo que pude, tienes que creerme. Un sollozo escapó de mi garganta al hablar. Decía la verdad; di todo de mí, pero eso no había sido suficiente y, en respuesta, ella sonrió con amargura. —¿Todo lo que pudiste? —Preguntó frunciendo el ceño con ironía—. Ni siquiera estabas ahí… Me abandonaste. —Sus palabras fueron como un puñal clavado directo en mi corazón. ¿Cómo podía ella pensar que la había abandonado? Cuando cada segundo de mi vida era un constante recordatorio de su ausencia. —¡No! Yo no… —Sacudí mi cabeza, desconcertado. —¡No estabas ahí! ¡¡Me olvidaste!! —Empezó a gritar, interrumpiendo mis palabras, replicando a mis pensamientos… Abalanzándose sobre mí. Cerré los ojos, alcé los brazos para protegerme, y me contraje esperando el impacto de su cuerpo contra el mío, pero este nunca llegó, en cambio, abrí los ojos y me senté sobresaltado. Con la respiración agitada y gotas de sudor frío deslizándose por mi rostro, miré de un lado a otro. La oscuridad se mantenía, pero ya no estaba en aquel estacionamiento. Me encontraba en mi habitación. Me sacudí de un tirón las sábanas y deslicé las piernas fuera de la cama, hasta que mis pies tocaron el suelo. Me incliné y coloqué la cabeza entre las piernas mientras contaba mis respiraciones; eso siempre me calmaba. Cuarenta respiraciones… Los oídos aún me punzaban. Sesenta respiraciones… Mis manos seguían temblando. Ochenta respiraciones… Mis pulsaciones empezaron a disminuir. Para cuando llegué a las cien, mi cuerpo se había calmado un poco, y ya no sentía que me iba a desmayar. Estiré la mano y encendí la lámpara de mesa junto a la cama. El despertador marcaba las cuatro de la mañana, solo había dormido dos horas, y así me quedaría, sabía perfectamente que ya no podría volver a dormir… Nunca podía hacerlo. Cerré y abrí mi mano una y otra vez para vencer la rigidez, y la llevé hasta mi pecho, pasando mis dedos suavemente por mi pectoral, acariciando la tinta cicatrizada bajo mi piel. Estaba equivocada, jamás la olvidaría, llevaba su nombre tatuado en mi corazón. Soltando un suspiro de resignación, me levanté de la cama y me dirigí al baño, abrí el grifo y me quedé contemplando mi reflejo por un buen rato, dejando que el sonido del agua terminara de calmar mis nervios, y mientras me apoyaba sobre el lavado no dejaba de pensar en por qué había cambiado la pesadilla. Ya estaba acostumbrado a ella, me había familiarizado con cada detalle, aunque eso no disminuyera mi incomodidad. Seguía sintiendo temor, pérdida y, sobre todo, mucha impotencia. Cada vez que veía cómo la camioneta se alejaba sin poder hacer nada, me sentía inútil y frustrado, y ese sentimiento se mantenía aún después de despertar; no me abandonaba en horas, a veces días. Pero nunca antes la había visto ahí, no tenía sentido; en realidad, toda la pesadilla era absurda si ella estaba a mi lado otra vez. Ese giro inesperado en mi tempestuosa rutina nocturna me dejó intrigado, para variar… ahora sumaría eso a mi lista de martirios. Mientras cerraba el grifo, no pude evitar pensar que quizás sí necesitaba ir a un terapeuta. Benn en más de una oportunidad me lo había planteado, me decía que eso quizás me ayudaría, que podría ayudarme a darle significado a mi sueño, pero siempre me negué… Yo ya sabía qué significaba, había sido mi culpa y nada de lo que hiciera cambiaría el resultado. Pero esta vez ella había regresado. Había hablado conmigo. Había estado tan cerca que me arrepentí de no haberme esforzado más para tocarla. Quizás su presencia ahí significaba algo. Quizás era una señal de que las cosas habían cambiado, que la situación había cambiado. —No, Cass ya me hubiese llamado si fuese así. —Concluí de inmediato, frenando el absurdo vuelo que querían tomar mis esperanzas; no necesitaba ilusionarme otra vez. Había tomado la decisión de mantenerme al margen; se me había explicado la situación y tenía que aceptarlo. Las cosas debían seguir su curso... mi vida debía seguir su curso. Salí del baño y fui hasta la cocina, abrí el refrigerador y saqué una bebida energizante. Me acerqué hasta el gran ventanal del apartamento y tiré de las cortinas hacia un lado. Aún no amanecía, pero lo haría pronto, y ya que no volvería a dormir, decidí ejercitarme un poco hasta que eso sucediera. Me subí a la caminadora, me coloqué mis audífonos, encendí la música al tope para no poder oír mis pensamientos, y empecé a correr para huir de mi tormento.

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