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Sometida (Interludio)

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¿Qué pasa por la cabeza de una mujer obligada a traicionar a su amado?

Es esto lo que ocurre en la cabeza de Emily Reyes, quien debe afirmar sus pies sobre la tierra mientras su alma se consume en el dolor más insano y podrido, al tiempo que se encuentra obligada a ser feliz por al fin tener de vuelta a su hermano con ella.

Sonreír cuando se está destruido por dentro es la cosa más terriblemente dolorosa que puede sufrir una persona y Emi no es la excepción.

Cinco capítulos para avanzar con ella, capítulos que solo prolongan el sufrimiento, pero que harán más fácil la espera de esa nueva vida que Emi está a punto de iniciar.

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Un pueblo lleno de recuerdos
Un pueblo lleno de recuerdos La carretea se hizo bastante más amena después de que David cambió su humor. El pobre había estado expuesto a situaciones de estrés, emocional y psicológico, de tal envergadura que ya había perdido casi por completo sus habilidades sociales y empáticas. Fue necesario pasar a comprarle ropa nueva para verle de repente un poco más animado, aunque en la tienda experimentase un par de episodios bochornosos con las personas que trataban de tener algún gesto de cordialidad por mera educación, David simplemente no reaccionaba de manera adecuada. En todo ese proceso solo había tenido formación para convertirse en un admirador recalcitrante del Jefe y por más que intenté hacerle entrar en razón, él seguía atendiendo a lo que eran las secuelas de un proceso de adoctrinamiento atroz. Los retos se contaban por miles en esa nueva etapa, pero lo único que me importaba era que mi hermano estuviese a mi lado para superar el dolor profundamente insondable que me había dejado la perdida de ese amor. Separarme del señor Cavill iba más allá de mi cordura racional  Con ropa nueva dejó de hablarme de lo bueno que había sido el jefe con él. Yo quería preguntarle sobre aquel incidente con la droga y el supuesto incidente con la niña, pero de solo pensar en ello, mis intestinos sintieron feo, por lo que preferí dejar el asunto para después. David se veía mucho mejor ahora que estaba limpio y con ropa nueva y eso se mostraba en su ánimo y en su seguridad. ―Tengo hambre ―se atrevió a decirme―, ¿Podemos comer? David nunca había sido un chico muy elocuente; sin embargo, me miró y sonrió señalando el gigantesco cartel que teníamos en frente, donde se anunciaban hamburguesas y papas fritas: El almuerzo favorito de David cuando apenas era un niño. La vía hacia el pueblo aún nos deparaba un par de horas de ruta, por lo que no era una mala idea aprovechar para reponer fuerzas con un almuerzo, aunque fuese uno que tirase por el suelo todo el empeño del señor Cavill de someterme a una alimentación sana y saludable para velar por mi salud. Aquello era como un símbolo de ruptura definitiva para decirle a mi mente que era necesario olvidarme de él, que las ensaladas y los platos exquisitos preparados en casa sencillamente habían quedado en el pasado, en el olvido, junto con aquella hermosa sonrisa y su perfume embriagador. Estuve a punto de soltar una lágrima cuando estos pensamientos hicieron mella en mi ánimo, pero me contuve, pues lo que menos quería era mostrar un mínimo de tristeza ante David, a quien, en cambio, quería mostrarle un rostro sonriente para decirle de esa forma que todo estaba bien, que mi vida estaba completa ahora que lo tenía a él a mi lado, aunque esto fuese una mentira. ―Emi ―­me llamó mi hermano con ese tono de voz apagado y dulce con el que se dirigía a mí cuando quería preguntar algo que posiblemente yo no quería responder.…. Eso que me dijiste la última vez que nos vimos… de ese ofrecimiento que te hicieron, ¿Lo lograste? ¿Así fue que obtuviste este coche? ¿Así lograste sacarme de ahí? La pregunta de mi hermano me tomó por sorpresa y me encontró desprevenida. Yo recordaba que le había comentado algo cuando aún no estaba decidida ni segura de nada de lo que el señor Cavill me había propuesto, lo que no sabía era que él pudiera seguir recordando eso y que además se preocupase tanto por mí como para preguntármelo en ese momento. El coche ya estaba estacionado y el motor se apagó. Mi sonrisa disimuló mi silencio mientras que mi cerebro le pedía a mi alma una respuesta coherente y convincente para poder decirle a David que todo estaba bien. ―No fue lo que esperaba, pero lo logré ―le mentí con una enorme sonrisa fingida adornando mi rostro de manera descarada cuando mi alma en realidad quería llorar sin consuelo. De hecho, lo que más necesitaba en ese momento era llorar. ― ¿Fue difícil Emi? «Como ir descalza al infierno» quería decirle para expresar mi dolor, pero callé y, en cambio, negué con un movimiento de la cabeza y un gesto de mis labios. ―Nada que las ganas que tenía de verte a ti no me permitiese sobrellevar duendecillo. David frunció su entrecejo con un gesto que e hizo sonreír ligeramente ahora si de manera genuina. ―Emi ya no soy un duendecillo… estoy casi de tu misma altura. ―Lo siento duendecillo… si hice todo esto para traerte de vuelta conmigo fue precisamente para poder volver a llamarte duendecillo ―le dije en un tono jocoso para tratar de alejar el pesar que de repente había amenazado con inundarme, pero mi hermano aún no estaba satisfecho, él quería dejar las cosas en claro y sin reproches. Se notaba que su madurez había sido forzada y era mucha para ser apenas un preadolescente de doce años. ―Gracias Emi… y lo acepto, acepto que me llames duendecillo porque no tengo ni la menor idea de los sacrificios que debiste hacer para sacarme de ese lugar… no sé cuánto sufriste o si aún sigues sufriendo―en ese punto David me miró a los ojos con verdadero pesar―…. Y no sabes cuán agradecido estoy porque tú hayas hecho todos esos sacrificios por mí. Si tan solo existiera una forma de pagarte te juro que no lo pensaría dos veces hermanita. El peso de felicidad desbordó mi corazón de manera instantánea. Esas palabras suyas me colmaron de una felicidad inaudita que logró de cierta manera aplacar el incontenible abismo de agonía que me atrofiaba el alma desde esa mañana dolorosa y trágica, pero que a la vez me había dado esa alegría de tenerlo a él de vuelta conmigo. ―No tienes que pagarme nada duendecillo, tu presencia a mi lado es más que suficiente David sonrió y abrió la puerta del coche con intenciones de salir para encaminarse al establecimiento de comida chatarra, pero antes de salir me planteó una pregunta más. ― ¿De verdad es tan necesario que volvamos al pueblo? Si me preguntas no me cae mal la idea de quedarnos a vivir en la ciudad. Yo sonreí con agrado, pero meneé mi cabeza para dejarle en claro que aquella era una decisión irrefutable. ―Lo siento David, mientras más distancia pongamos entre nosotros y esta vida dolorosa será lo más sano, y que mejor que volver al pueblo donde fuimos felices alguna vez.

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