Solo el comienzo.
Habían pasado meses horribles para mí. Fue como si la tormenta no quisiera marcharse, como si cada día fuera una ráfaga de viento helado contra el pecho. Finalmente, tomé una decisión: alejarme. Me fui a Londres. A otra ciudad, a otro idioma, a otra rutina. Allí terminé el primer año de carrera. No fue fácil, pero lo hice. En parte para seguir con mi vida... en parte para huir de Alexis.
Sé que le va bien, que sonríe en las fotos, que lo adoran. Sus fans siguen locas por él, lo veneran como a un dios griego, como si no pudiera equivocarse. A mí me mandaban mensajes llenos de odio, me llamaban puta, me culpaban de todo. Pero hasta ellas se han cansado. El silencio que dejaron es casi más doloroso que el ruido.
En este momento me encuentro en el avión regresando a México. Estoy sentada junto a la ventanilla, con mis gafas oscuras puestas y un vestido azul que me ajusta la cintura. Me siento diferente, aunque no sé si es por dentro o solo por fuera. Extrañaba demasiado mi casa, a mi familia... y sobre todo a Max, mi perro. No pude llevarlo conmigo, así que estuve completamente sola en Londres. Bueno, no del todo. Mi madre se fue conmigo. Me acompañó, me sostuvo, me empujó cuando quise rendirme. Nunca me dejó caer.
Pero igual me sentí sola. Porque no se trataba de estar rodeada, sino de la ausencia de él. De Alexis. De ese idiota que juró amarme y rompió todo en pedazos.
Sus ojos, su voz, su manera de abrazarme por detrás y besarme el cuello... No debería recordarlo. No quiero. Pero los recuerdos son como cicatrices: aunque sanen, siempre están allí.
Sentía el calor húmedo de México apenas crucé las puertas del aeropuerto. La voz de mi madre sonaba suave a mi lado, diciéndome que me veía más delgada, que necesitaba comer mejor. Sonreí levemente, sosteniendo mi maleta, mientras buscábamos el coche.
—¿Extrañabas esto? —me preguntó mamá, entre el bullicio de la gente.
—Muchísimo —respondí, mirándola de reojo—. Aunque no extrañaba a la prensa ni a las fans histéricas de tu yerno.
—Ex yerno —corrigió con firmeza, y me sacó una pequeña carcajada.
Pero entonces ocurrió.
Un grito agudo nos cortó el paso como una ráfaga.
—¡Ahí está! ¡La rompe hogares!
Mi cuerpo se tensó. Una chica con una camiseta con la cara de Alexis corrió hacia mí, con otras dos detrás. Una de ellas me apuntó con el dedo, descompuesta por la rabia.
—¡Eres una puta! ¡Te alejaste porque sabías que no lo merecías! ¡No vales nada!
Me quedé paralizada. Marina dio un paso delante de mí.
—¡Cuidado con lo que dices! —le gritó, en modo madre leona.
Pero la otra ya había lanzado algo. No sé si fue una botella, una taza de plástico duro o lo que fuera. Solo sé que impactó contra mi mejilla con un golpe seco. Ardió. Sentí el corte al instante.
—¡Kira! —escuché a mamá gritar, y entonces me sujetó.
La zona sangraba. Me llevé la mano a la cara, aturdida, con lágrimas de rabia y dolor punzándome los ojos. No podía creerlo. No otra vez. No así.
Los de seguridad llegaron rápido, apartaron a las chicas y crearon un círculo protector. Yo apenas podía ver con claridad.
—Soy doctora, necesito atender a mi hija ahora —exigió mamá, arrastrándome con firmeza hacia un banco.
Uno de los guardias nos acompañó mientras mamá sacaba su bolso, desinfectante, gasas, lo que tenía a mano.
—Voy a llamar a Rodrigo —dijo mientras me limpiaba el rostro—. Esto no se va a quedar así.
—No, mamá, por favor... —susurré, sujetándole la muñeca—. No lo llames.
—¡Pero te han atacado! ¡Estás sangrando!
—Estoy bien. De verdad. No quiero que se entere. Solo va a enojarse, y ya tengo suficiente con esto.
Me miró. Sus ojos estaban al borde de las lágrimas, pero asentí con firmeza. Me acarició el cabello con ternura.
—No deberían tratarte así, Kira. No lo mereces.
—Lo sé. Pero no puedo cambiar lo que la gente cree.
Me ardía el rostro, pero dolía más el corazón.
—Ya pasó. Estoy en casa, ¿no? Eso es lo que importa —dije, intentando sonreír.
Aunque en el fondo... sabía que esto solo era el comienzo.