Andréi no parece estar bromeando, pero todos en la sala ríen, excluyéndolo a él y a mí. ¡Qué descaro! Ya no muestran respeto hacia el jefe. Es irónico cómo estas mismas personas solían comportarse impecablemente frente a él, buscando ganarse su favor. —Andréi, estás aquí. Siéntate —dice Sabrina, señalando un asiento a su lado. Sin embargo, la expresión de Andréi se oscurece con cada segundo que pasa. —Comencemos la reunión ahora que has llegado —añade Sabrina con suficiencia. —La señorita Sabrina tiene razón, jefe. Ahora que estamos aquí, deberíamos empezar —digo, dejando que mi mirada vague por la sala, escaneando cada rostro de los presentes. No puedo perder de vista a ninguno de ellos en caso de que alguien intente escapar más tarde. Tiro del asiento en el extremo opuesto de la mesa

