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Un encuentro planeado

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Tercer libro de la serie "Encuentros"

Edmond Hudson ha mantenido siempre una distancia segura de las mujeres, convencido de que todas solo lo desean por la fortuna de su familia. Sin embargo, cuando su abuelo le da un ultimátum ineludible, Edmond se ve obligado a tomar una decisión drástica. Leah Spencer, una joven maestra que ha conseguido un empleo en Houston con la ayuda de su tía, se convierte inesperadamente en la pieza central del plan de Edmond. Obligada a casarse con él por contrato, Leah se enfrenta a un desafío que nunca imaginó. Mientras Edmond cree que puede usarla sin enamorarse, pronto descubre que el amor no es tan fácil de controlar. A medida que Leah descubre el verdadero Edmond, un hombre desconocido para el mundo, su corazón comienza a cambiar. ¿Podrán ambos superar sus propios prejuicios y miedos, y encontrar el amor verdadero en medio de un encuentro planeado?

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1. Leah
Todas mis decisiones tenían que ver con mis padres porque los amaba y quería lo mejor para ellos, y si lo mejor para ellos era irme de casa, lo haría, aunque me preocupara dejarlos solos. Vivimos en Sitka, una ciudad pequeña que está ubicada en el territorio costero de Alaska. No somos una familia económicamente estable, dependemos del trabajo pesquero de papá y las verduras que mi familia y yo sembramos en nuestro patio. Pero entonces mi madre se enfermó, Leucemia. ¿Dónde íbamos a conseguir el dinero suficiente como para obtener el trasplante de médula ósea que mi madre necesitaba en Sitka? Desde hacía un año atrás me había graduado de educación, pero cuando mi mamá se enfermó tuve que olvidar el trabajo para cuidarla. Entonces lo conversé con mi padre y decidí que debía irme de Sitka a trabajar todo lo que pudiera para intentar reunir ese dinero. Erika es la hermana menor de mi papá, ella vive en Houston, me consiguió un trabajo de maestra en la misma primaria donde ella trabaja. Aunque todo el tiempo me preocupaba el hecho de que tendría que dejar a mis padres solos, esto lo hacía por ellos y ahora iba a trabajar en una escuela primaria de Houston, lo que era para mí como un sueño hecho realidad. Así que para el siguiente viernes por la mañana me despedí de mis padres en el aeropuerto más cercano a Sitka. Horas después, el taxi que cogí en el aeropuerto de Houston me dejó en la calle de un pintoresco vecindario. Las casas eran bonitas y hogareñas, casi todas tenían jardines con muchas flores y adornos como fuentes y nomos de jardín. La casa de la tía Erika era una de las más lindas entre todas, era de color amarillo con pórtico. Toqué el timbre luego de pensarlo más de cinco minutos, estaba nerviosa, mi vida cambiaría tan pronto como entrara a esta casa. Finalmente, un hombre abrió la puerta. Durante un par de segundos luché para no quedar boquiabierta por lo guapo que era. Se revolvió el cabello rebelde cuando bostezó a continuación. Él era alto, se veía mayor que yo, pero era igualmente atractivo. No llevaba camiseta, solo pantalones de dormir y estaba descalzo. —Disculpe, ¿ésta es la casa de Erika Spencer? Se estrujó los ojos con una mano. —Sí. —Qué bien—sonreí un poco preocupada de que en realidad este hombre ni siquiera supiera su propio nombre—. Podría… —¿Leah ya llegó? —intervino una voz femenina. Él se hizo a un lado con la pereza que le precedía, por lo que pude ver a la tía Erika de pie al final del living. Me sonrió soñolienta y caminó hacia mí para abrázame. Y cuando me invitó a pasar, el hombre se fue por otro pasillo de la casa. Luego nos sentamos en la sala y me ofreció café. —¿Quién era él? —pregunté, refiriéndome al hombre que abrió la puerta. Cuando le dio un sorbo a su café la noté sonrojarse sobre la taza. —Es mi novio, lo somos desde hace tres meses. —Eso es… interesante—susurré, todavía más preocupada que cuando lo vi. Seguía preocupada, jamás había vivido con otro hombre que no fuera mi propio padre. Estaba claro que en algún momento viviría con mi futuro esposo, pero no quería pensar en eso por el momento. —No te preocupes Leah, Sean no vive aquí—me aclaró con una divertida sonrisa—. Ahora cuéntame, ¿cómo estuvo el viaje? —Todo bien—sonreí aliviada por el cambio y aclarado tema— y cómodo, aunque no sabría explicarlo porque antes no había viajado en avión. Erika se rió un poco. Esa reacción me era familiar, mis compañeros de la universidad la utilizaban mucho para dirigirse a mí. «La chica que vive en el bosque» y posiblemente todo lo demás, como que cazo mi propia comida. Bueno, eso podía ser cierto, mi padre pesca para nuestra comida, pero no lo hago yo. —Lo siento cariño, me sorprende que después de tanto tiempo graduada, todavía estés en ese pueblo. Pero no te preocupes, aquí estaré siempre para cuidarte, ya tienes trabajo que es lo más difícil de conseguir. Erika huyó de Sitka cuando cumplió la mayoría de edad. Pero aunque no volvió a visitarnos y no tuvimos mucho tiempo de convivencia juntas, ella y yo nos comunicábamos cuando aún estudiaba en la universidad y tenemos gustos parecidos, como el hecho de que a las dos nos gustaba la educación. —Gracias—sonreí de nuevo—. Por cierto, háblame de la escuela Foster. Ella rodó los ojos. —¿Qué te puedo decir? —dejó la taza sobre la mesa del centro—. Lo único importante es que la paga es buena, y aunque algunos niños son bastantes complicados, tus niños son conocidos por ser tranquilos. —¿Por qué algunos niños son complicados? —La mayoría de esos niños con padres adinerados son caprichosos y rebeldes. Estoy agradecida de que sea exclusivamente una primaria, no quisiera tener que tratar con adolescentes. De repente me sentí nerviosa, mi primer trabajo con el que tendría que resolverme sola. Nada que ver con ese empleo en la pequeña cafetería en la que trabajé cuando cumplí 18 años, no duré ni un mes después de que me cortara un dedo en la cocina. —¿Crees que me vaya bien? —Ay cariño, al principio puede ser difícil. Pero, como decía tu padre, Roma no se construyó en un día. Encontrarás tu lugar aquí muy pronto. Volví a sonreír cuando recordé el rostro de mi padre decir eso mientras cosechaba los tomates de nuestro jardín, y a mí mamá ofreciéndonos limonada mientras nos sonreía. Estaba muy acostumbrada a ellos, a sus cuidados y a su cariño, pero ahora estaba aquí para lograr que la sonrisa de mamá perdurara por mucho tiempo más. —Todavía lo dice—me reí. —Me lo imaginé, le encanta decir ese tipo de cosas que te hacen pensar demasiado. —Por lo visto a ti también. Ella se rió sonrojada. —¿No lo extrañas? —pregunté. —A veces—se encogió de hombros, y se levantó del sillón para cambiar de tema y recoger nuestras tazas—. ¿Quieres desempacar? —Claro. Ella estuvo a punto de volver a la cocina, pero se detuvo y se giró hacia mí. —Uhmm… ¿cómo está… Tanisha? Tanisha es el nombre de mi madre, Erika y mi madre no tuvieron mucho tiempo para confraternizar como familia, pero la apreciaba. —Está bien, todavía. —Espero consigas lo que viniste a buscar, Leah. Mereces eso y mucho más—me sonrió, y le devolví la sonrisa. De repente ella chasqueó su lengua y palmeó sus manos—. Por cierto, tengo algo preparado para ti el sábado y no puedes decir que no. La seguí cuando ella continuó hacia la cocina. —Sabes a qué vine. —Lo sé—resopló, sirviéndose otra taza de café, al parecer era adicta al liquido oscuro—. Pero mientras estés aquí tienes que hacer algo para distraerte y no estresarte demasiado. —Tía. —Es tu fiesta de bienvenida—me interrumpió—. Mis amigas y yo ya lo planificamos. Ellas te van a agradar. No vine aquí para hacer una vida, planeaba volver a casa con mis padres. La vida en la ciudad no me gustaba, era muy acelerada y había mucho ruido por todas partes. Me desesperaba el desorden de las personas caminar de acá para allá, sin importarles quien empujaban o hacían caer. Estaba totalmente decidida a volver y encontrar un hombre en Sitka dispuesto a vivir una vida tranquila como la que tuvieron mis padres. El lunes por la mañana fuimos a la escuela. La primaria Foster era hermosa, era un gran edificio rectangular con dos pisos de alto, todo estaba organizado y sin embargo el ambiente era fresco y pintoresco. Me emocioné cuando vi a los niños entrar a la escuela con sus enormes sonrisas, por lo menos la mayoría. La directora era una amiga muy cercana a la tía Erika; Madison Jones, una mujer alta y de cabello oscuro, de cuerpo despampanante y carácter fuerte. Madison me indicó el salón en que daría mis clases, de ahora en adelante sería maestra de tercer grado. De camino al salón los nervios incluso influyeron negativamente en mi forma de caminar. Cuando abrí la puerta parte de los niños hablaban, otros reían y algunas pocas niñas dibujaban garabatos en la pizarra. Cuando carraspeé para llamar su atención todos dejaron lo que hacían para volver a sus respectivos puestos. —Buenos días, niños—les sonreí amigablemente—. Mi nombre es Leah Spencer, soy su nueva maestra. Eran niños bastante educados, uno por uno fue presentando su nombre y diciendo su edad. No se podía esperar nada menos de una escuela privada, la mayoría de ellos provenían de una línea familiar influyente, según me advirtieron Erika y Madison. Sin embargo, los miré a todos antes de comenzar la primera clase del día y decidí que para mí eran solo niños normales, y serían tratados como tal, recibiendo atención y amor por igual de mi parte; esta iba a ser mi nueva vida hasta que reuniera el dinero suficiente para volver a mi casa.

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