3. Leah

1434 Words
Estuve un par de días atolondrada por el hombre que conocí en el club nocturno, pero ya había pasado un mes y reconozco que quizá le di demasiada importancia. En realidad, estaba asustada, creí que me iba secuestrar por venganza o algo así. Quizá debía dejar de ver series de asesinatos y alegrarme por el mes que había cumplido en mi nuevo trabajo y mi primer pago de sueldo, envié todo el dinero a mis padres. Todo iba de maravilla porque había logrado hacer amistad con las demás maestras y conocer un poco más a mis alumnos. Además de que ahora podía hacer compras sin perderme en la ciudad. En la escuela los niños eran muy obedientes conmigo, se portaban bien, incluso el más intranquilo que era Noah Stewart, un pequeño rubio de ojos azules. —Maestra, ¿usted tiene novio? —me preguntó Joshua de repente, otro de mis alumnos. Él siempre hacia preguntas como esas. Se lo permití porque estaban ordenando sus puestos para ir a sus casas, así que todos se volvieron hacia mí cuando el niño hizo la pregunta. —No—contesté con una sonrisa tensa. Alguna vez tuve algo parecido a un novio, no es como si haya sido una buena experiencia a la que llamarla por el nombre oficial. Enseguida Noah levantó su mano. —No le creo, usted es muy linda—Noah sonrió con la picardía que le permitían esos ojitos azules y esas pecas. —Estoy de acuerdo con Noah—dijo Zoe, otra de las niñas más sobresalientes en mi clase. Seguro es una líder innata—, mi maestra es muy Linda. Me consideraba una mujer de físico modesto y nada despampanante. Tampoco intentaba llamar la atención de nadie por el momento y parece que mi metro sesenta y cinco les pasó desapercibido porque son todavía más pequeños que yo. —¡Oigan todos! —Joshua volvió a levantarse de su silla—. ¿Saben con quién haría buena pareja la maestra? Con Superman. —Suficiente—intervine, riéndome por la sugerencia de Joshua—. Concentrémonos en ordenar sus puestos que sus padres pronto vendrán por ustedes… Las puertas se abrieron de repente, la inusual aparición de Madison y su expresión desconcertada me interrumpieron. —Leah, ¿podrías venir un momento? Me levanté de mi silla y me acerqué hasta la puerta donde estaba ella. —¿Sucede algo? Ella se aclaró la garganta antes de contestar. —Hay alguien que te está buscando. —¿Ahora mismo? ¿No podría esperar a que los niños se vayan? Madison negó con la cabeza. —¿Quién es? —pregunté finalmente. Ella volvió a negar vehemente. —Sólo ve a la sala de profesores, yo me quedo con los niños mientras llegan sus padres. Tuve que acceder porque parecía ser serio. Me despedí de los niños y salí del salón. De camino a la sala de profesores intenté adivinar el por qué Madison no quiso decirme quién era la persona que me estaba buscando. Tal vez mis padres se habían puesto de acuerdo con Erika porque querían darme una sorpresa, pero me parecía improbable dado que Erika y mi padre no estaban en los mejores términos, ellos odiaban las grandes ciudades y mi mamá tenía prohibido levantarse de la cama. Nada me preparó para encontrarme de nuevo con esa espalda ancha, con ese cabello castaño que ahora brillaba cual rubio contra los rayos del sol que entraban por la ventana; él estaba observando por esa ventana con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón n***o de vestir. Llevaba puesto un traje n***o. Cuando se dio cuenta de mi presencia se volvió hacia mí, casi me atraganto con la saliva cuando noté que su corbata era exactamente del mismo color que mi blusa, lila. Terminé de entrar a la sala, y cerré la puerta con su mirada fija todavía sobre mí. —¿Qué hace usted aquí? —pregunté. Era ese mismo adonis que intentó ligar conmigo en el club nocturno hace más de un mes. —Directo al punto, si así están las cosas—se encogió de hombros—. Quiero comprarte. Estuve a punto de reírme, pero él no parecía tener intenciones de reírse conmigo por más descabellada que parecieran sus repentinas palabras. Lo miré un par de segundos más a espera de que me dijera que era una broma, que solo quería hacerme reír para romper el hielo entre nosotros, que tenía una muy rara forma de ligar con mujeres, pero no hizo absolutamente nada más que devolverme la mirada estoica. —¿Está hablando enserio? —Muy enserio. Sonreí con desconcierto, porque lo que él estaba diciendo no tenía sentido. Pero él seguía muy serio y concentrado en mí, no estaba bromeando. —Usted es ese hombre del club, ¿verdad? Creo que fue… hace un mes. —Qué bueno que me recuerdes después de tanto tiempo. Enarqué una ceja cuando me di cuenta de que nos estábamos desviando del tema. —No puede simplemente venir y decir que me va a comprar. Por primera vez desde que llegó lo vi sonreír, lo hizo como si estuviera orgulloso de lo que estaba haciendo ahora. —Estás equivocada Leah Spencer, por lo que siempre he sabido, puedo comprar lo que quiera. —Casi todo—le corregí mordazmente, me irritaba su petulancia, aunque también me asustó el hecho de que sabía mi nombre completo—, porque no puedes incluirme en ese paquete. Negó con la misma sonrisa petulante. —Pronto te darás cuenta de que consigo sin problemas lo que quiero, y lo que quiero ahora es—a pesar de su boca presumida, me señaló cortésmente con una mano—… a ti. Caminó un par de pasos hasta acercarse lo suficiente como para inquietarme. —No—reiteré con la debida seriedad y lo hice detenerse—. No puedo entender por qué viene de repente y me pide esto, ¿está ebrio? ¿Está medicado o algo así? No puede comprar a las personas. Cerró los ojos y se sobó el puente de la nariz, al mismo tiempo suspiró pesadamente. —Ven conmigo ahora y lo entenderás—contestó calmadamente. ¿Quería que me fuera con él ahora mismo? ¿Con un extraño que quiere comprarme quien sabe para qué? —No iré contigo a ningún lugar—declaré, eliminando el vocabulario formal. —Pocahontas. —Yo no soy Pocahontas—mascullé indignada por el apodo que me puso sin conocerme. —Lo que tú digas, Pocahontas—me guiñó un ojo. Resoplé. ¿De dónde salió el cambio pícaro en su comportamiento? Aunque no estaba de acuerdo con lo que salía de su boca, tenía curiosidad por saber la razón que tendría un hombre como él para comprarme. Es decir, es obvio que las mujeres se le lanzan encima. —¿Por qué querrías… comprarme? —Para recuperar algo que me pertenece. —Bien, yo entiendo eso, recupera lo que es tuyo si te lo quitaron, eso es bueno—levanté mis pulgares y le sonreí sarcásticamente—. Pero, ¿por qué a mí? Es decir, mírame y mírate, no parece que te falte ayuda de alguien como yo. Mis propias palabras me hicieron ver todavía más inferior de lo que me siento y ni siquiera sé quién es él, sin embargo, ese traje visiblemente caro me daba una idea, algún tipo rico o heredero de una compañía. Me puse alerta de nuevo cuando enarcó las cejas con una leve pero entretenida sonrisa, y volvió a caminar hacia mí para inclinarse cerca de mi oído. —En eso no te equivocas—susurró—. Pero justo necesito alguien… como tú para conseguir lo que quiero. —Necesito mi espacio personal—le advertí. Cuando volvió a tomar obedientemente sus distancias, continué. —Para hablar de necesitar, no te escuchas muy amable. Cuando necesitas algo de alguien sueles pedirlo de una forma diferente. Más cortés. Suplicas, si es necesario. —No intento ser amable—aclaró, rodando los ojos—, tampoco te estoy pidiendo un favor, te pagaré por esto. Sólo quiero recuperar lo que me pertenece, y no podré hacerlo si no me comprometo. Me le quedé mirando un poco estupefacta, temiendo por lo que podría significar esa última palaba. —¿A qué te refieres con comprometerte? —Tengo que estar casado—explicó tranquilamente. Volví a quedar en estado de shock. —Tú no quieres… —Exactamente—intervino—. Quiero que te cases conmigo.
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