Después de ese fin de semana, la emoción me embargó con la sensación de ser una adolescente, sin preocupaciones, responsabilidades y el deseo sexuaI a tope. Eso me hizo tener maléficas ideaciones, y sonreí ante ellas.
Al salir del consultorio a media mañana, entré a la tienda para adultos y comencé a husmear. Había cosas que no requerían mucho de mi imaginación, pero otras no tenía la menor idea para qué eran. La chica del mostrador, se acercó cuando me vio mucho tiempo con un artefacto.
-¿La puedo ayudar? -La miré un poco avergonzada, miré alrededor, para descubrir que era la única en la tienda, sólo entonces sonreí para solicitar su ayuda con información y recomendaciones.
Llegué a casa con dos bolsas rebosantes de productos, los cuales escondí en mi armario; los iría sacando conforme se fuera presentando la ocasión, o fuera creando la situación. Obviamente, no tarde en tomar la primera oportunidad a días de su cumpleaños.
-Cariño, ¿el jueves podemos salir a cenar? -Tomó mi mano con una sonrisa divertida.
-¿Vas a hacer que falte el viernes a la oficina? -Levanté las cejas e incliné sutilmente mi rostro, sin asegurar o negar nada. Sebastián abrió los ojos con sorpresa. -¿A qué hora tengo que estar aquí? -Preguntó totalmente serio.
-A las 6 - sabía que tendría que tomarse su tiempo, porque esa era la hora a la que salía.
-Aquí estaré puntual - se comprometió y besó mi mano.
Comencé a preparar todo. Posiblemente él no lo recordaba, pero ese día era su cumpleaños y pensaba organizar algo especial, una mezcla de romanticismo y seducción, algo perfecto para la ocasión.
Bajé puntual corriendo por las escaleras, Sebastián estaba sentado en la sala, leyendo el periódico.
-¡¿A dónde vas?! -Me gritó, pero eso era parte del plan, salí corriendo por la puerta principal.
Intenté controlar mi respiración, que se había agitado en el trayecto y toqué la puerta. Obviamente no tardó en abrir, me había seguido seguramente preocupado.
-¡Buenas noches! -Sonreí coquetamente y lo vi fruncir el ceño. Le entregué una tarjeta que decía: ¡Feliz Cumpleaños! Lo que lo hizo sonreír. –Vengo a dar un servicio, ¿puedo pasar? -Achicó los ojos, posiblemente no sabía qué era todo aquello, pero abrió totalmente la puerta para dejarme entrar. Caminé a la sala y me quité la gabardina, dejándolo apreciar la parte posterior del diminuto traje de mucama en blanco y n***o.
-¡Oh! ¡Por Dios! -Me giré a verlo divertida, y su expresión decía lo mucho que lo había sorprendido. Venía caminando en mi dirección, pero tenía que adelantarme a cualquiera de sus movimientos.
-Señor, ¿podría mostrarme dónde está la lavandería? –Intenté escucharme inocente, aunque todo el asunto me tenía entre nerviosa y excitada.
Sonrió. –Déjame te muestro – había entendido el objetivo. Deslizó su mano por mi cadera sugestivamente, haciendo contacto con la nalga de ese lado, y me empujó por la sala, con destino a la habitación solicitada.
-No te había visto, ¿eres nueva? –Me preguntó improvisando en el juego.
-Sí, es la primera vez que me envían a mí – dije, dejando salir el nerviosismo que en verdad me recorría.
Llegamos a la lavandería, abrió la puerta y se colocó en la entrada, donde tapaba la mitad del espacio. –Aquí es – fue mi turno de sonreír, él era mejor que yo pretendiendo. Pasé de lado por el espacio que me dejó libre, evitando a toda costa hacer contacto con él.
-Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela – me dijo desde la entrada; mientras yo me estiraba, intentando alcanzar la puerta más alta de la estantería sobre la lavadora. Debo aclarar que, teníamos una escalera de tres peldaños para eso, pero para el juego no era necesario que la sacara.
-¡Diablos! No alcanzó el jabón - no me dejó finalizar, cuando lo sentí detrás de mí, aprisionándome entre la lavadora y la dureza de su m*****o; su pecho estaba pegado a mi espalda y uno de sus brazos sobre el mío.
-Yo lo hago por ti – abrió la puerta, bajó el jabón líquido colocándolo sobre la lavadora. –¿Quieres que te ayude con algo más? –Cerré los ojos cuando sentí su aliento golpeando mi cuello, y un jadeo involuntario se escapó. Se inclinó hacia adelante, provocando que yo me inclinara con él, para que sus manos alcanzaran mis muslos, apretándolos, subiendo hacia mis caderas una vez más. –¿Necesitas algo más? –Volvió a cuestionar, pero yo no podía responder, ni siquiera sabía que decirle.
Puso su mano izquierda sobre mi nuca, forzándome a mantenerme inclinada sobre la lavadora, mientras escuchaba la cremallera de su pantalón, haciéndome saber lo que seguía. No se molestó en quitarme la poca ropa, hizo hacia un lado mis bragas para penetrarme salvajemente, y yo estaba más que lista para él.
De improviso salió, para girarme bruscamente, sentándome en la orilla de la lavadora, y se introdujo de nuevo en mi interior. –Soy casado, no puedes decir nada de esto – me dijo al oído, y por algún motivo sus palabras me excitaron.
-No señor, no diré nada – respondí entre jadeos, continuando con la fantasía.
-¡Oh, Bebé! Me estás haciendo perder el control – me jaló para terminar sosteniéndome por los glúteos, mientras mis codos se apoyaron en la lavadora, porque me penetraba impetuoso. –¡Lo siento! –Y tras decir eso, tres últimas embestidas igual de fuertes pero más pausadas, me hicieron sentir sus palpitaciones dentro de mi cavidad.
Me acomodó para que estuviera sentada otra vez, abrazándome y apoyando su cuerpo sobre mí, riéndose. –¡Eres fantástica! –Salió de mí, dejándome sentada. –Espérame –Me ordenó, sin dame oportunidad a moverme. Lo vi acomodándose la ropa y volvió para cargarme; algo que en verdad me sorprendió, tenía años sin hacerlo.
-Vamos a mi habitación – le indiqué y sonrió.
-Cómo ordenes. –