Salí de la habitación oculta, miré hacia arriba. Vi mi torre, mi prueba de vida, bien iluminada. Todos los chapiteles eran visibles desde kilómetros, y la luz había sido un faro del poder real y de su fuerza por eones. Al principio, todas las nueve torres resplandecían, cuando la línea de sangre real era fuerte. Cuando la línea de ascensión era inquebrantable. Con el tiempo, algo nos había pasado. Menos nacimientos. Guerras ¿Y ahora? Ahora solo quedaba yo. Pero mientras ese rayo que salía de la torre permaneciera encendido, nadie podría reclamar mi trono. El chapitel de la torre no mentía. Esa luz, visible desde kilómetros, no podía ser vencida a menos que yo dejara de respirar. Ninguno de mis primos vivos había sido considerado digno por la inteligencia que estaba sepultada en las parede

