(Punto de vista de Sofía)"Este domingo. Club Laguna Azul. El que está al lado de tu universidad."
Le di a enviar y exhalé profundamente, mirando la pantalla como si pudiera enviarme una señal del cielo. O del infierno, porque, seamos realistas, esta obsesión mía roza lo psicótico.
¿Los días siguientes? Tortura.
Siempre era la primera en llegar a clase, sentada en primera fila como la estudiante perfecta que pretendía ser. ¿Y qué recibía a cambio? Nada.
Christopher Vaughn me ignoraba por completo. Brutalmente. Como si fuera solo otra cara más entre los don nadies del aula. Levantaba la mano, ansiosa, desesperada, solo para que me callara. Para que me echara.
Me estaba volviendo loca.
Lo seguí hasta aquí. Dejé mi cómoda casa, me mudé a un apartamento diminuto y viví a base de fideos instantáneos... por él. ¿Y aun así? Ni siquiera me miró.
—Oye, ¿Sofía, verdad?
Salí de mi miseria autoinfligida al ver a Beth bloqueándome el paso para salir de clase, con Suzi de pie a su lado como una fiel seguidora.
—¿Sí?
—¿Quieres venir a un club esta noche? —Los labios de Beth se curvaron en una sonrisa cómplice.
Disculpa, ¿desde cuándo somos amigas?
Entrecerré los ojos. —¿Yo? ¿Por qué?
—¿Por qué no? Deberíamos pasar el rato juntas —intervino Suzi, dándome un golpecito juguetón en el brazo como si fuéramos mejores amigas.
Me quedé mirando. Sospechosa.
Beth se inclinó más cerca y susurró, conspirativa: —Personalmente, creo que tenemos el mismo gusto en cuanto a hombres.
Se me revolvió el estómago.
—¿Qué? —dije inexpresivamente.
Beth sonrió. —Oh, no te hagas la tonta. Veo cómo miras al Sr. Vaughn. Como si fuera el aire que respiras o algo así.
Suzi rió. —Es bastante lindo, la verdad. Lo pasas fatal.
Mis dedos se cerraron en puños. Esta perra...
¿Era una treta? ¿Algún juego mental retorcido y cruel para despistarme mientras intentaba conquistar a mi Christopher?
Forcé una sonrisa apretada. —Tengo trabajo. No puedo ir.
Mentira total. No podía soportar la idea de fingir ser su amiga mientras planeaba su asesinato.
En cambio, tenía planes mucho más grandes esta noche.
Porque Taylor —el personaje online que había creado con cuidadoso engaño— estaba conociendo a Christopher Vaughn por primera vez.
De vuelta en mi apartamento, los nervios me invadieron. Me paré frente al espejo, alisándome el vestido, intentando perfeccionar mi expresión. ¿Cómo se le dice a alguien que lo has estado engañando, cuando además estás obsesionada con él desde hace años?
—Hola Chris, soy yo... en realidad Taylor.
Ugh. No. Demasiado incómodo.
—Soy Taylor. Y, ¡sorpresa!, ¡soy Sofía!
Cristo. Sonaba loca.
Mi teléfono sonó.
Christopher Vaughn: Nos vemos esta noche a las 8.
Bajo. Frío. Eficiente. Igualito a él. Un escalofrío me recorrió la espalda.
Lo conocía mejor que nadie. De niña, mi padre, demasiado ocupado con sus rondas policiales, me dejaba en casa de Christopher. Pasaba noches enteras allí, jugando, comiendo, durmiendo a su lado.
Y una noche, en mi inocente mente, le dije a mi padre: Quiero casarme con Christopher cuando sea mayor.
Él se había reído. Pero yo lo decía en serio.
Parecía insaciable cuando entré al Club Laguna Azul.
Un vestido n***o ajustado que se ceñía a mis curvas como una segunda piel, hasta justo los muslos. Botas hasta la rodilla, de esas que hacían que cada paso fuera una declaración.
Cabello recogido en una media cola, liso y natural. Labios rojos mate: atrevidos, peligrosos. ¿Y la guinda del pastel? Gafas de sol negras enormes. Sí, de noche. Porque si la cosa se ponía fea, me marchaba como si no supiera ni lo que era el arrepentimiento.
El lugar estaba abarrotado, vibrante, embriagador. El aire cargado con el hedor a colonia cara, whisky y cigarrillos. Los cuerpos se movían juntos, el calor y el sudor se mezclaban, el bajo vibraba en mis huesos.
¿Pero mis ojos? No estaban allí para la multitud. Estaban buscándolo.
Todavía no había señales de él.
Saqué mi teléfono y comencé a teclear rápidamente con mis pulgares.
Yo: ¿Qué llevas puesto? ¿Dónde estás?
La respuesta llegó instantáneamente.
Chris: En el mostrador de bebidas. Camisa negra.
Levanté la mirada, escudriñé el bar y allí estaba.
De espaldas a mí. La camisa negra se le ceñía a los anchos hombros, con las mangas arremangadas, dejando al descubierto sus fuertes antebrazos. Los botones superiores estaban desabrochados —demasiados, la verdad—, lo que me permitía ver su pecho de forma injustificada. Una mano sostenía una bebida, la otra descansaba perezosamente sobre la encimera.
Parecía pecaminoso. S*xy. Irresistible.
Respiré hondo. Tenía que hacerlo. No me importaban las consecuencias. Esta noche no.
Me acerqué a él con el corazón latiéndome con fuerza, los dedos deseando tocarle el hombro. Pero antes de que pudiera...
—¿Chris?
Una voz estridente y excitada interrumpió la música.
Me quedé congelada. Una rubia apareció de la nada.
—¡Qué sorpresa! —chilló ella, lanzándose a su espacio personal como si fuera suyo.
Chris se giró, sonriendo. Sonriendo.
—¿Vanessa? —Su tono era cálido y familiar.
Di un paso atrás.
¿Qué...?
Observé cómo reían, cómo hablaban, cómo ella le tocaba el brazo, cómo se inclinaba un poco demasiado. ¿Y Chris? Él era diferente con ella. Bajaba la guardia, su lenguaje corporal se relajaba.
¿Se sentía atraído por ella?
Me ardía la garganta. Mis dedos se apretaron alrededor del teléfono.
Yo: No puedo ir. Tengo un trabajo importante.
Le di a enviar y lo vi revisar su teléfono. Y no respondió. Claro que no.
¿Por qué lo haría? Estaba ocupado. Ocupado con una vieja rubia risueña y cariñosa.
Minutos después, los vi irse. Juntos.
Apreté la mandíbula, la rabia y la humillación me atormentaban. Debería haberme ido. Debería haberme largado como si no me importara un bledo.
Pero entonces—
—¿Sofía?
La voz de Beth me hizo reaccionar bruscamente. Me giré y las vi a ella y a Suzi.
—¿Trabajas aquí ahora? —Suzi levantó una ceja, mirando alrededor del club.
—No —dije rotundamente—. Estaba de paso.
—Claro —Beth sonrió con suficiencia. No me creía.
—Tienes que venir con nosotras —dijo Suzi, agarrándome del brazo antes de que pudiera protestar.
Me giré una última vez, buscando a Chris. Se había ido.
Que le jodan.
Bien. Necesitaba un trago.
Dentro, nos encontramos con dos chicos. Uno era pelirrojo, se parecía a Suzi, probablemente su hermano. ¿Y el otro?
Chaqueta de cuero. Cadenas de plata. Anillos en cada dedo.
El tipo de hombre que rezuma confianza y temeridad.
Se saludaron. Beth corrió directamente a los brazos del pelirrojo, besándose antes de que pudiéramos siquiera decir hola.
—Consíguete una habitación —dijo Suzi, inexpresiva.
Se inclinó hacia mí. —Ese es mi hermano Evan. —Luego, señaló a Chaqueta de Cuero—. Y ese es Killian, el hijo del decano.
Mis ojos se dirigieron hacia él.
¿Suyo? Ya estaba sobre mí. Mirándome.
Parecía un f-boy de primera. Puse los ojos en blanco.
—Hola, soy Killian —dijo, esbozando una sonrisa como si fuera a caer de rodillas.
—Ella es Sofía —me presentó Suzi.
Sonreí, más que nada por cortesía.
—Yo invito —anunció Killian, estirando los brazos—. Así que beban todo lo que puedan.
—Hermano, eres el mejor —dijo Evan animándolo. Beth rió y se acercó a mí.
La miré fijamente. —Pensé que te gustaba el Sr. Vaughn.
Ella se burló. —Sí, estoy enamorada de él. ¿Y qué?
Resoplé. —Eres una chica muy juguetona.
—Tranquila, chica —se rió—. Me parece atractivo. Amo a mi novio.
—¿Entonces no estás tratando de conquistarlo?
Beth estalló en carcajadas. —Chica, está en sus... ¿cuarenta? Estoy casada y tengo hijos. ¿Por qué lo haría?
De repente hizo una pausa y me miró con los ojos entrecerrados. —Espera, ¿tú...?
—No seas estúpida —negué con la cabeza.
Apareció Suzi y nos ofreció dos vasos de chupito.
Tomé uno, mirando el líquido con recelo. —¿Qué es esto?
—Tequila.
Fruncí el ceño. —Huele a arrepentimiento.
—Qué buena chica —bromeó Killian, apareciendo detrás de mí.
Me giré. —Te demostraré que estás equivocado.
Mala decisión. Un trago se convirtió en dos. Dos se convirtieron en demasiados.
Todo se volvió borroso. Me olvidé de Chris. Reí. Bebí. Bailé.
Y luego bailé con Killian.
Sus manos encontraron mi cintura. Mi espalda se apretó contra su pecho. Debería haberlo detenido.
Pero no lo hice.
Sus labios rozaron mi oreja. —Tienes lindos movimientos.
Me retorcí contra él. Me atrajo hacia sí. Sus ojos oscuros me ardían, nuestros rostros a centímetros de distancia.
—Pareces un poco asiático —murmuró.
Él sonrió con suficiencia. —Mi madre tiene ascendencia japonesa.
Su frente presionó la mía. Cuerpos moviéndose al unísono. Manos apoyadas demasiado abajo.
—Eso es genial —me reí.
—Eres un poco linda cuando sonríes.
—Tú también eres lindo —le guiñé un ojo.
Se inclinó, su boca casi rozando la mía.
Y entonces lo sentí.
La náusea.
Lo empujé hacia atrás, corriendo hacia la esquina más cercana y vomitando mi alma. Me limpié la boca, gimiendo.
Regresé a la pista de baile tambaleándome. Todos se habían ido.
—¿Dónde... ¿Cojones...? —dije arrastrando las palabras, riéndome de nada—. Cobardes.
Necesitaba aire. Una salida.
Pero mi mundo daba vueltas. Tropecé y choqué con la gente. Todo se inclinó.
Entonces choqué con alguien.
—L-lo siento... —dije con hipo, *p*n*s capaz de mantenerme en pie.
Una mano me sostuvo.
—¿Sofía?
Miré hacia arriba. Una cara borrosa.
—¿K-Killian? —me reí—. Pensé que te habías ido.
—Estás borracha como la...
—No me digas —resoplé.
—¿Dónde vives?
Sonreí con suficiencia. —No te lo diré.
¿Y luego? Desmayo.
Cuando desperté...Estaba en una cama extraña.Desnuda.