La hija del Narco

Anastasia Romanov El sonido de los tacones resonaba en el largo y frío pasillo del internado, rompiendo el silencio monótono de la tarde. Ese sonido siempre había sido un presagio de autoridad, una advertencia que hacía a todas las alumnas enderezarse. Yo, sin embargo, seguí sentada en mi escritorio, revisando los apuntes para el examen final de Filosofía. No esperaba visitas ni novedades ese día, y mucho menos una que cambiaría el rumbo de mi vida. La directora apareció en el umbral de la puerta, con su porte imponente y el rostro serio que pocas veces abandonaba. —Señorita Romanov, tiene correspondencia de su padre. —Extendió un sobre lacrado hacia mí. Reconocí de inmediato el sello dorado con la inicial "R". Mi familia era sinónimo de lujo, pero también de ausencia. Mi padre rara vez se comunicaba conmigo, y su repentina carta despertó una mezcla de emoción y recelo. —Gracias, directora. —Tomé el sobre con cuidado, esperando a que cerrara la puerta antes de abrirlo. Dentro había una carta breve, escrita con su caligrafía impecable. "Anastasia, ha llegado el momento de regresar a casa. Quiero que vengas a México. Hay asuntos importantes que debemos discutir. Un avión estará listo para ti el viernes." La frialdad y autoridad de esas palabras no me sorprendieron. Papá siempre había sido más un espectro que un verdadero padre. Sin embargo, sentí que esta era mi oportunidad de entenderlo, de saber quién era en realidad. El viernes por la mañana, abordé el avión privado que me llevó de Suiza a México. Durante el vuelo, mi mente no dejaba de repasar las posibles razones detrás de la repentina invitación. ¿Por qué ahora? ¿Por qué después de veinte años de mantenerme alejada? Al aterrizar, me recibió un chofer uniformado, quien no dijo mucho más que un cortés "Bienvenida, señorita Romanov", antes de conducirme a una hacienda imponente. Era una construcción colonial, con jardines perfectamente cuidados y altos muros que parecían hechos para mantener al mundo exterior a raya. El aire olía a jazmines, pero el ambiente era opresivo, como si algo invisible y oscuro se ocultara tras cada rincón. Bajé del auto, y una figura elegante salió a mi encuentro. —¡Ana, querida! —La voz cálida de mi tía Isabel fue un bálsamo inesperado. La hermana de mi madre siempre había sido la figura maternal que me faltó tras su muerte. Me abrazó con fuerza, y por un momento, todo el peso de mi ansiedad se desvaneció. —Es bueno verte, tía. —Intenté sonreír, aunque mi corazón latía con fuerza. —Ven, entremos. —Su sonrisa era tranquilizadora, pero noté una sombra de preocupación en sus ojos. La empleada me condujo hasta un despacho decorado con muebles de caoba, paredes llenas de cuadros de cacería y un aire de autoridad que parecía impregnarse en la piel. Allí estaba él. Demetrio Romanov, el hombre al que apenas conocía. Era alto, con el cabello entrecano y unos ojos oscuros que parecían verlo todo. —Anastasia, bienvenida a casa. —Se levantó y me abrazó torpemente, como si el gesto fuera ajeno a él. —Gracias, papá. —Mi voz salió más débil de lo que esperaba. Comenzamos hablando de trivialidades, pero la conversación dio un giro inesperado. —Ana, hay algo que debes saber. Nuestra familia no es lo que tú piensas. Mi negocio no es sólo ser un empresario. Soy el líder del Cártel del Fénix. Las palabras golpearon como un puñetazo. —¿Cártel? ¿De qué estás hablando? —Quiero que lo entiendas, hija. Este mundo es peligroso, y necesito que estés preparada. Eres mi única heredera, y tarde o temprano tendrás que tomar decisiones importantes. El aire parecía haberse vuelto irrespirable. —¡No! —me levanté, con el cuerpo temblando—. No quiero nada de esto. No pienso matar a nadie ni involucrarme en algo tan horrible. Sus ojos se endurecieron. —¡No seas ingenua! —Su voz retumbó en el despacho—. Este es tu destino, Anastasia. Tarde o temprano tendrás que aceptarlo. Lo miré con lágrimas en los ojos, incapaz de reconocer al hombre que tenía enfrente. Sin decir una palabra más, salí corriendo del despacho y me encerré en mi habitación. Me dejé caer en la cama, abrazando el pequeño amuleto que mi madre me dejó antes de morir. La tristeza y la confusión me aplastaban, y por primera vez en años, deseé no haber venido. ¿Cómo podría sobrevivir en un mundo tan oscuro? ¿Cómo podría soportar el peso de un apellido que ahora parecía una sentencia?