La lluvia no cesaba desde que había subido a la camioneta blindada en el aeropuerto, el clima se había vuelto más irritante desde que el nuevo chófer asignado para llevarlo al club, daba unos cuantos frenones por la falta de educación de los demás conductores, maldijo entre dientes en su idioma natal: alemán. Revisó su celular y notó que tenía varias llamadas de su hermano mayor: Heinrich.
Heinrich Müller era el mayor de los tres hijos que tenía el dueño del imperio de clubes Einsam, quién años atrás en New York, había creado el primer hotel y el club, estos habían crecido su fama como la espuma, ya que era estrictamente para gente de alta sociedad, un lugar demasiado peculiar e íntimo, así como extravagante y psicodélico. Uno tenía que esperar seis meses para ser admitido a este club, porque se hacía una extenuante investigación en profundidad de la persona, había desde jueces de alto rango, así como millonarios y jeques poderosos.
Hans miró por la ventanilla de nuevo, mientras apretó su mandíbula con fuerza, pensó si Heinrich tendría una buena excusa para hacerlo viajar, ¿Qué es lo que no quería decirse por celular o videollamada? No era la primera vez que Heinrich llamaba a su hermano, si no era por qué había problemas en el club o el hotel, era por qué se había metido en problemas de falda, en sus reglas no aplica él: «Soy casada» o el «soy prohibida» o el simple «No me gustas», y debido a esto, a veces tenía que desaparecer por culpa de sus instintos carnales o por su adicción al s*x* o al juego.
Dos horas después, lo sacaron de sus pensamientos.
—Señor Müller, hemos llegado. —Hans no se había dado cuenta entre tanto pensamiento que habían llegado al hotel a las afueras de la ciudad, era de noche y aún seguía lloviendo, ¿Se podía irritar más?
—Gracias. —el gerente del lugar, abrió su puerta. —Buenas noches…—dijo en un gruñido al bajar.
—Buenas noches, señor Müller, su hermano, lo espera en la oficina central. —Hans se sacudió su americana y de manera elegante, entró al hotel, los altos techos, las lámparas en forma de diamante en solo cristal, le hacía recordar a su madre, el diseño del hotel tenía el toque de ella, al llegar al elevador principal, sintió la mirada, cuando buscó discretamente quien lo estaba observando, se encontró con Anne, él presionó sus labios, luego regresó su mirada hacia las puertas de cristal del elevador.
— ¿Tanto así estás enojado conmigo que no me miras?—la susurrante voz de Anne, le irritó.
—Buenas noches, Anne.
—Buenas noches, Hans. —suspiró al hablar, luego se cruzó de brazos y observó su perfil. —Pensé que ya no regresarías a la ciudad.
—Negocios.
—Recuerdo que la última vez en nuestra cama dijiste que nunca más volverías a New York. —Hans se tensó. Había tenido una aventura con Anne, la segunda al mando en el hotel después de Heinrich, pero cuando ella creyó haber sentido que estaba pasando algo más que solo un affaire, Hans la terminó, esa última vez habían peleado demasiado horrible que hasta una marca dejó en su mano con el florero de cristal que arrojó contra él. Por el dolor que ella sintió, se prometió a no regresar, pero eso hace ya cinco años, así que debería Anne de superarlo… Pensó.
El timbre de la llegada del elevador, la hizo impacientar al ver que no decía nada al veneno en sus palabras, que acababa de arrojar, las puertas se abrieron y él entró, ella se puso frente a él y detuvo la puerta de cristal.
— ¿No vas a decir nada a lo que he dicho?—Hans alejó su mano sutilmente sin retirar la mirada en ella.
—Debiste de superarlo, —levantó la otra mano y se la puso enfrente de ella. —Así como yo he superado esta p*t* cicatriz, Dubois. —ella abrió mucho más sus ojos al recordar la cicatriz, las puertas se cerraron frente a ella, llevándose a un Hans frío e intimidante. Su mirada siguió hasta dónde él desapareció.
Hans llegó al piso dónde se encontraba la oficina central del hotel, caminó pensando detenidamente cada respuesta que daría por si quería persuadirlo de quedarse a manejar este hotel. Entre menos se viera a Anne y a su padre, Hans estaría tranquilo, no quería tener de nuevo sus arranques de ira que tanto había tratado por años con su psiquiatra y no necesitaba más problemas de los que ya tenía en la actualidad.
Tocó la puerta y entró, Heinrich estaba en el majestuoso escritorio de cristal, levantó la mirada hacia Hans que pareció irritado.
—Pensé que no vendrías. —luego bajó la mirada a la pantalla de su celular.
— ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué es lo que no puedes decirme por celular o videollamada? ¿Crees que no tengo trabajo como tú?—Heinrich levantó la mirada de manera intimidante, pero para Hans, ya no era nada, había aprendido a vivir con la máscara de Heinrich, así como sus propios demonios y ya lo que venía después de eso, le importaba una m**rd*.
Hans se sentó ignorando la mirada de Heinrich.
—Necesito que me cubras seis meses en el hotel y el club. —Hans cruzó una pierna sobre la otra y se recargó en el respaldo del sillón de cuero, olía el lugar a puros cubanos, a alcohol y hasta podría jurar que a s*x*. —Solo seis meses.
— ¿Por qué no se lo pides a Alfons?—el tercer hermano Müller. Heinrich torció sus labios y el enojo que estaba controlando por lo que tenía que hacer, salió a la superficie.
— ¡Alfons es un h*j* d* p*t*! ¡Él no quiere saber nada del manejo de ningún hotel ni club! Desde que pasó el último problema, él se ha deslindado de todo lo que tenga que ver con nosotros, lo sabes.
—No puedo. Esta vez no cubriré tu cagadero, Heinrich. Si es todo, saldré en un par de horas de regreso a Alemania. —Hans se levantó desenfadado y seguro de sí mismo de no seguir ayudando a Heinrich, entonces llegaron las palabras que tanto le hacían golpear a su hermano.
—Hans, soy tu hermano mayor. Tienes que ayudarme. O no me quedará de otra que decirle a nuestro padre la debacle financiero que pasó en Australia con el club que manejabas. —Hans cerró sus ojos mientras daba la espalda a su hermano mayor.
—Ese error ha sido pagado desde hace más de cinco años, Heinrich. —se volvió hacia su hermano.
—Pero nuestro padre no lo sabe. —hizo una breve pausa al ver que estaba obteniendo lo propuesto. —Es por eso que no hay que contarnos nuestros secretos, por qué somos tan sangre fría y maldita que podemos usarlos contra nuestra familia. —Hans se tensó más.
— ¿Por qué te encanta estarme jodiendo con lo mismo? ¿Le quieres decir a nuestro padre? Hazlo. Estoy hasta el límite que cada vez que no cedo a ayudarte, me amenazas con algo que ya nadie recuerda.
— ¿Y el incendio? ¿Y la persona que murió ahí? —al escucharlo decir eso, se acercó a paso veloz hacia Heinrich, quien se había levantado de su silla y estaba a medio camino de su hermano, ambos eran altos, un poco más, Heinrich. Hans lo tomó de la camisa y tiró de él con fuerza.
—No te atrevas a seguir hablando por qué te voy a reventar esa cara. —Dijo con ira contenida, —No sabes cómo sucedieron las cosas, así que ¡NO HABLES!
Heinrich sonrió.
—Saca esa agresividad que contienes cada día, Hans. Es malo contenerla.
Lo soltó y se alejó hasta llegar a la puerta.
—Me largo a Alemania, asume por primera vez las consecuencias de tus actos, Heinrich. —abrió la puerta de cristal y la azotó al salir, caminó con sus manos en forma de puño, la ira había finalmente salido a la superficie, necesitaba aplacar todo el tornado que estaba a punto de aparecer.