—Podéis dejar por ahí vuestros cachivaches.— Uria le guió por la casa como la perfecta anfitriona que era.
—Muchas gracias mi señora, es un honor poder compartir este techo con ustedes.— hizo una reverencia cortésmente.
A Lea se le derritieron las manos ante tanta excitación y volcó la leña que cargaba.
—Diablos.— gruñó ella mientras maldecía sobre su propia tumba.
—Permitid que os ayude.— el tacto de su áspera mano hizo a Lea soltar el tronco.
—No es necesario.— reunió todo su valor para soltar la frase de carrerilla trabándose tan solo cuatro veces. Cargó la madera y la dejó junto a la chimenea, sin embargo, no era suficiente.
Salió al jardín para recoger más, pero no estaba sola.
—Realmente no es necesario que me acompañéis .— su presencia hacía que Lea se atontara como si fuese polvo de plomo.
—No pretendo importunaros, de hecho creo que podría serviros de ayuda.— se acercó y con él, un aroma masculino casi desconocido para la joven.— Me temo que no estáis cortando la madera de la forma adecuada.
—¿Cuál es la manera correcta, pues?— Lea examinó el hacha en sus manos.
—Veréis, — colocó el tronco en vertical y Elaia se puso tras ella pegándose a su cintura para poder manejar sus brazos.— así os será mucho más sencillo.
Poco importaba lo que dijese porque su contacto había dejado a Lea hipnotizada.
Al igual que pasó la noche, escudriñando el rostro durmiente del invitado.