1 Rumbo a Zugarramurdi
—Corred, Mademoiselle, huid.— gritó su criada mientras empujaba y colocaba objetos contra la puerta.
Detrás de esa entrada de madera de roble se encontraba una muchedumbre enfervorecida, que la perseguía por el simple hecho de ser distinta.
Diferente en algo difícil de ocultar: sus ojos. A los que su madre llamaba bellos rubíes, otros los calificaban de marca del diablo.
Las cosas estaban cambiando, la Santa Inquisición tenía más poder que nunca y todos aquellos que no encajaban con su ideal estaban siendo perseguidos como ratas.
—Corred, madamoiselle.— la sirvienta chilló con más fuerza y Lea comenzó a correr a la máxima velocidad que sus pies le permitían.
Se puso la capa que le dio la criada para tapar su rostro con la capucha... lástima no recordar su nombre, sabiendo que murió pisoteada para defender a Lea de sus perseguidores.
Antes de dirigirse al vehículo, echó un último vistazo a su hogar, estaba a punto de abandonar Labourd para siempre.
—¿Mademoiselle Lea Curie?— preguntó el cochero al no ser capaz de reconocer a su ama.
—¡Sacadme de aquí!—gritó a punto de subir al carro.
—¿Dónde os llevo?— los caballos se estaban agitando entre tanto griterío.
—A un lugar donde no sea perseguida.¡Rápido!— cerró la ventana y acomodó su vestido.
El cochero solo pudo pensar que si a la consideraban una bruja, debía ir con las de su especie.
—Rumbo a Zugarramurdi, pues.