El viaje había sido agotador, y largo, tremendamente largo, tres días con sus tres noches.
—¿En qué clase de lugar nos alojaremos?— preguntó ella mientras observaba la inmensidad del bosque, tan peligroso e infinito.
—En el único donde no seréis rechazada por ser una novia del diablo.— Aquellas palabras fueron directas al orgullo de nuestra protagonista. —Este lugar está plagado de brujas y no dudarán en acogeros.
Lea se llevó la mano al corazón para comprobar que latía como emitiendo un mensaje encriptado.
—No se preocupe Mademoiselle, conozco a alguien...— en ese momento el carro paró de moverse.— Uria.
—Uria Elizalde.—corrigió una campesina sin modales, con el pelo descuidado y la ropa holgada.
—Uria... no esperaba veros tan pronto.—siguió el cochero.
—He venido porque estaba de camino, de no haber sido así, ni os habríais dignado a saludar a vuestra hermana.—sus ojos se fijaron en Lea que aún iba tapada con la sucia capa. —¿Quién sois?
—Lea Curie.—la respuesta salió de labios ajenos.— Vengo a pediros un favor, hermana.—se apresuró a responder el cochero.
—No os debo nada, sois un mal nacido que dejó morir a madre mientras os marchábais a la ciudad.— cabizbajo, saltó a su lado.
—Os ruego, escuchad lo que pido, hermana.—ella asintió con resignación.— Por favor, Mademoiselle Lea, mostrad vuestro rostro.
Y así lo hizo, algo avergonzada.