Las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos mientras Samara se desplazaba a toda velocidad por las solitarias calles. Sus manos apretaban con fuerza el volante, mientras lágrimas de frustración recorrían sus mejillas. Había pensado en todo, en cada detalle, en cada posible escenario, pero al final, había fallado. Falló, de la manera más estrepitosa posible. Su plan meticulosamente orquestado se había desmoronado y ahora tenía que enfrentar las consecuencias. Con el doctor Herrera en manos de las autoridades, los movimientos de Samara se limitaban bastante, sobre todo si pretendía un acercamiento hacia Candy Weber o los suyos. El ruido del motor del coche rompía el silencio, lo había robado en un supermercado, necesitaba salir de San Francisco cuanto antes y buscar la manera de llegar a

