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La mujer que yo compré

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Martina Fernández es una chica humilde que vive en una comunidad indígena en la sierra. Durante toda su vida ha sufrido por el maltrato de su padre y su hermano debido a su color de piel. Al ser blanca y de cabello castaño su padre siempre acusó a su madre de haberle sido infiel volcando su odio y rencor contra su hija.

Sin oportunidad de estudiar, desde muy pequeña Martina tuvo que trabajar en el campo, sufriendo los maltratos y humillaciones de toda la gente que la rodeaba, juzgándola duramente por el pecado de su madre.

Acostumbrada a los maltratos e incluso a los golpes de su padre y su hermano, nada parecía ponerse peor, hasta que un desafortunado día tras la muerte de su padre, su hermano decide sacar provecho utilizando la belleza de su hermana.

Martina recibe con emoción el regalo de su hermano, un vestido y unos huaraches para cubrir sus pies descalzos, sin saber que se trataba de la envoltura para entregarla al mejor postor.

Tras haber perdido su fortuna a manos de una mala mujer, Rodrigo Sánchez Navarro se refugia en la única propiedad que le queda, una hacienda casi en ruinas enclavada en mitad de la sierra. Con el corazón destrozado y lleno de amargura se refugia en el alcohol.

Acostumbrado a las diversiones de la gran ciudad, decide salir al pueblo a buscar una botella de tequila para seguir embriagándose. Al entrar a la cantina una horda de campesinos mugrosos y malolientes se disputaban la “mercancía” que un hombre les ofrecía.

Sentada sobre la mesa, llorando y tratando de cubrir su cuerpo, una hermosa chica suplicaba a su hermano para que no la vendiera.

—¡Yo compro a esa mujer! — La voz del hombre más rico del pueblo obliga a todos a guardar silencio.

Sin embargo, no es el único que puede pagar el precio, Rodrigo Sánchez Navarro también decide hacer una oferta.

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La mujer que compré
—¡Suéltame! ¡No me toques! Me da asco que me toques con tus manos sucias — Le gritó Rodrigo a Martina cuando intentó acomodar el cuello de la camisa. Ella tuvo que contener las lágrimas, le dolía la forma en la que ese hombre la trataba, no sabía por qué había cambiado tanto con ella si en un principio cuando lo conoció, era amable y educado con ella. Por la ventana lo vio montarse en el caballo y alejarse rumbo al campo. —¡Deja de llorar mugrosa! — la voz femenina detrás de ella la hizo secar sus lágrimas con el delantal e intentar huir hacia la cocina — ¿Acaso te ilusionaste? ¿Creíste que un hombre como Rodrigo se podría fijar en una mugrosa como tú? Desde que Serena llegó a la hacienda Rodrigo había cambiado completamente su actitud hacia Martina, ella quería huir de ese lugar donde una vez se sintió protegida, pero que tras la llegada de esa mujer se había vuelto un infierno. Corrió a las caballerizas y se metió detrás de las pacas de paja con las que alimentaban a los caballos, sacó una fotografía vieja y arrugada, era el único recuerdo que le quedaba de su madre. —¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo tengo que seguir sufriendo por tu pecado? — le preguntaba a la fotografía con los ojos llenos de lágrimas. Arrugó todavía más la fotografía y la apretó contra su pecho recordando su niñez. ─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───   Tenía solo siete años cuando su madre murió, víctima de la tremenda golpiza que le dio su padre una noche que llegó ebrio a la casa. En una comunidad como esa, enclavada en la sierra, no había más ley que la de la del más fuerte y desde que Martina nació Braulio Fernández aprovechaba cualquier pretexto para golpear a su mujer. Ambos de piel morena y rasgos indígenas eran la burla del pueblo al haber concebido una hija blanca y de cabellos castaños. —¡Dale gracias a dios que no te hecho a patadas de mi casa por puta! — le gritaba a su mujer después de abusarla sexualmente totalmente alcoholizado. Nadie sabía por qué Braulio no había dejado a su mujer después de que le había sido infiel con un forastero y de esa infidelidad había nacido Martina. Para la pequeña niña era normal ver a su padre golpeando a su madre y a su corta edad ella también había sentido el rigor de sus golpes. Cada noche corría a esconderse detrás del fogón tratando de evitar el castigo y en su inocencia creía que al estar cerca de las cenizas su piel se pondría morena y así su padre la querría un poquito. Desde muy temprana edad se convirtió en la sirvienta de su padre y su hermano, en esa edad en que los niños debían ir a la escuela primaria, Martina pasaba sus días lavando la ropa, haciendo la limpieza y atizando el fogón para hacer la comida. El tiempo pasó y cuando tuvo edad para alcanzar los granos de café, su padre la llevó a que la emplearan como recolectora, con los pies cortados por caminar descalza y con el cabello enredado, trabajaba en los cafetales desde que salía el sol, hasta que anochecía y al volver, exhausta por el trabajo en el campo debía hacer la cena para cuando llegaran su padre y su hermano, que solían quedarse en la cantina hasta muy tarde después del trabajo. —“La putita” — le decían las mujeres “decentes" del pueblo ya que según ellas, había heredado lo puta de su madre y porque los hombres del pueblo la miraban con lujuria. El desgarrado vestido apenas le cubría las piernas y el sol le había bronceado la blanca piel haciéndola lucir muy atractiva para el sexo opuesto. A pesar de llevar los pies llenos de lodo y las manos cuarteadas por el trabajo duro, a sus diecisiete años era una mujer hermosa. —Ta re chula la Martina — Le dijo el capataz de la hacienda a Braulio un día que la vio pasar cargando un costal de café — Si la metieras de piruja en la cantina del pueblo, seguro que tendría una fila de clientes, eso sí, primero le das un buen baño para quitarle toda la mugre que trae encima. A Braulio se le iluminaron los ojos al escuchar aquello, él ya se había dado cuenta que su hermana era una hembra capaz de calentar a cualquiera, incluso él se había masturbado en varias ocasiones mientras la miraba bañarse en el río. Esa tarde pasó por el almacén del pueblo, el único lugar donde vendían víveres, ropa y otras cosas que traían de comunidades cercanas. Eligió un vestido barato y unos huaraches para su hermana, tenía en mente seguir los consejos de don Amador. A pesar de ser solo el capataz de la hacienda “Los cafetales” Amador Salazar era considerado el hombre más rico del pueblo, él administraba la hacienda a su antojo, la mayoría de las ganancias se quedaban en sus bolsillos ya que los dueños vivían en la ciudad y nunca visitaban el pueblo. Desde que el patrón grande como le decían al dueño de la hacienda muriera, nadie había llegado a reclamar la propiedad, tal parecía que a sus descendientes no les importaba nada que tuviera que ver con el campo. —¡Martina! — gritó apenas llegó a su jacal, su hermana salió corriendo del baño para prender el fogón y preparar las tortillas para su hermano. —Siéntate Braulio, ahorita te sirvo — dijo la muchacha con actitud sumisa ante su hermano, la única familia que le quedaba y que al menos no la golpeaba tanto como su padre. —¡Deja eso! Mira, te traje un regalo — le dio un paquete envuelto con papel. —¿Un regalo para mí? — Preguntó la joven emocionada, nunca antes había recibido un regalo, ni siquiera sabía que era eso. Saca agua del pozo y ponla a calentar en el fogón, báñate y ponte ese vestido, te voy a llevar a pasear al pueblo. Martina no se acercaba al pueblo tratando de evitar los insultos y los maltratos de la gente, pero obedeció a su hermano porque no quería hacerlo enojar. Tomó un poco del jabón que usaba para lavar la ropa y se bañó, con una piedra talló sus talones para no ensuciar sus nuevos huaraches. Se vistió y a pesar de no tener un espejo para mirarse, se sintió como una princesa con su vestido nuevo. Le costaba trabajo caminar porque no estaba acostumbrada al calzado, pero pronto se acostumbró a la incomodidad. Los ojos de su hermano recorriéndola de pies a cabeza le confirmaron lo bien que se veía, Braulio hubiera querido quedársela para él, pero el capataz tenía razón, si la chica era virgen, su valor iba a ser mucho mayor. Por primera vez en su vida Martina estaba feliz, su hermano la tomó del brazo para llevarla a pasear al pueblo, toda la gente en la calle se les quedaba mirando, Martina se había convertido en una hermosa mujer. “La mugrosa” cómo todos la llamaban, era sin duda alguna, la muchacha más bonita del pueblo. La felicidad de Martina se convirtió en terror cuando entraron a la cantina del pueblo. Apenas entraron Braulio la tomó en sus brazos y la sentó sobre una mesa. —¡El que pague mejor se la lleva esta noche a su casa! — Gritó y de inmediato todos los hombres del pueblo rodearon la mesa para ver bien la mercancía. La idea de Braulio no era convertirla en prostituta, su plan era venderla y deshacerse de ella para siempre. Su padre se había encargado de hacerle pensar que ella era la que traía la mala suerte y la muerte a su casa. Decía que por su culpa se había muerto su esposa y por supuesto, Braulio en su ignorancia pensaba que también por culpa de ella se había muerto su padre. Todos los hombres allí eran campesinos y la mayoría casados, pero aun así comenzaron a disputarse a la hembra como buitres a su presa. —Mi mujer ya no me calienta y no le va caer mal una sirvienta — dijo uno tratando de levantarle el vestido— Te doy mil pesos y una gallina. Pronto todos los presentes comenzaron a tratar de superar esa primera oferta, mientras Martina le suplicaba a su hermano que no la vendiera. Sus lágrimas escurrían y sus súplicas no eran escuchadas, Braulio la sujetaba de los cabellos para que no intentara escapar y ella tenía que defenderse de quienes osaban querer meter la mano entre sus piernas. —¡Yo compro esa mujer! — La voz de Amador Salazar se escuchó fuerte desde la puerta de la cantina. Todos se quedaron callados y abrieron paso al capataz de la hacienda. Sabían que nadie podría competir contra él. Amador Salazar era considerado el hombre más rico del pueblo. Usaba la casa, las camionetas y los caballos como si fueran propios e incluso se decía que se había mudado a vivir a la casa grande puesto que los dueños de la hacienda hacía mucho que no se presentaban por ahí. —¡Don amador! No podía esperar menos de usted — Dijo Braulio emocionado, nadie iba a poder pagar un mejor precio que él. Haciendo alarde de su posición caminó hasta la mesa haciendo a un lado a quien se le atravesaba con la punta de su fuete. Se relamió los labios al recorrer el cuerpo de Martina con los ojos. A ella le dio repulsión porque pudo adivinar sus asquerosas intenciones. Amador Salazar era un hombre maduro, de unos cincuenta años, de piel blanca pero enrojecida por el sol. Su prominente vientre hacía que pareciera que los botones de su camisa podían reventar en cualquier momento y su sonrisa mostrando sus dientes de oro a Martina le parecían asquerosos. —Te voy a dar cinco mil pesos, ninguno de estos mugroso te va a dar más. —¡Pero don Amador! Cinco mil pesos es muy poco, usted sabe que si la pongo a pirujear va a ganar mucho más. —Acarició las piernas de Martina con la punta de su fuete, ella lucho para evitar que le levantara el vestido. Quería gritar pidiendo ayuda, pero en pueblo sin ley, nadie es capaz de meterse a resolver conflictos que no le corresponden, podría terminar herido o muerto.Sin embargo, sabía que su hermano se saldría con la suya, no había nadie más que estuviera dispuesto a pagar por ella, así que, en su mente, comenzó a rezar por un milagro. De pronto, cuando nadie se lo esperaba, un forastero se puso de pie. Nadie se había percatado de su presencia, estaba sentado en la barra bebiendo tequila. El único ahí que sabía quién era ese forastero, era precisamente Amador Salazar. Su rostro se desencajó y las piernas le comenzaron a temblar ¿qué demonios estaba haciendo él en ese lugar? —¡Amador! Me pregunto, ¿de dónde vas a sacar el dinero para pagar tu mercancía? ¿De tu bolsillo? o de las ganancias de mi hacienda. A Amador se le cortó la borrachera al ver de quien se trataba. Era nada más y nada menos que Rodrigo Sánchez Navarro, el único hijo del patrón grande y por supuesto, su único heredero. —Se-señor Sánchez Navarro — Balbuceó. —¡Anda dime! No te quedes callado ¿De dónde pretendes sacar el dinero para pagarla? A Martina le dio un poco de esperanza al ver que tal vez no sería vendida, al menos por esa noche, aunque le daba o pavor pensar que cualquier otro podría pagar el precio que Braulio había estipulado. Rodrigo se puso de pie, dejó un par de billetes sobre la barra para pagar lo que había bebido y la botella de tequila que lleva en las manos. Caminó hasta la mesa y le arrebató el fuete a su capataz. —Dale los cinco mil pesos — Ordenó al capataz y tomó a Martina del brazo para obligarla a ponerse de pie. Todos los presentes se quedaron anonadados, con la punta del fuete al fin, estaban solos. Casi arrastrando a Martina hacia la puerta, se abrió paso entre los campesinos, la tomó de la cintura y la montó sobre las ancas del caballo para llevarla hasta la hacienda. En cuanto entraron a la casa grande la llevó directo a la habitación, la tomó del cuello y la arrojó sobre la cama dejando caer su pesado cuerpo sobre el de la chica que no pudo moverse. Cuando abrió los ojos una tremenda resaca casi le hacía explotar la cabeza, una hermosa chica dormía junto a él y apenas recordaba lo que había pasado la noche anterior. Se levantó y caminó hasta el baño para lavarse la cara. buscó un analgésico pero no había nada. Nadie había dormido en esa casa dede hacía años. La última vez que él estuvo en esa hacienda fue durante el sepelio de su abuelo unos cinco años atrás. Saló del baño y se encontró con una chica salvaje sentada sobre su cama mirándolo fijamente. —¡Maldita sea! ¿Qué voy a hacer con la mujer que compre?- Pensó.      

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