Ramiro tuvo que volver a La Herradura esa misma noche. El trayecto se le hizo eterno. Con cada kilómetro que avanzaba, sentía que se alejaba no solo de María, sino también de la única oportunidad que había tenido para recuperarla. Pero no podía hacer más. La llamada de Ana María lo había devuelto a la realidad: los Barrón habían ido a buscarlo. El nombre bastó para helarle la sangre. No podía confiarse. Sabía bien de lo que eran capaces y, sobre todo, no podía permitir que supieran dónde estaba María. Si algo los delataba, si por un descuido ella quedaba expuesta, todo podría terminar en tragedia. Apenas llegó a la hacienda, el motor del jeep aún caliente, saltó del vehículo con el corazón latiéndole a mil por hora. El aire de la noche estaba espeso, con ese olor a tierra húmeda que sie

