Eran aproximadamente las once de la mañana. El sol entraba por las ventanas del pequeño departamento, filtrándose entre las cortinas de lino y tiñendo la estancia de una luz cálida y serena. María acababa de salir de bañarse. El cabello aún lo tenía húmedo, cayendo en mechones sobre sus hombros. Se había puesto ropa cómoda: una blusa blanca y unos pantalones ligeros que dejaban ver la sencillez con que se movía por la casa. El pequeño Ángel dormía profundamente en su moisés, respirando con la calma de los que no conocen el peso del mundo. María aprovechaba ese raro silencio para terminar de limpiar la cocina. Frotaba los platos, enjuagaba, secaba con un trapo, moviéndose con esa rutina casi automática que da un poco de orden al caos interior. Todo estaba en calma… hasta que sonó el timb

