María comenzó a temblar. No sabía si de miedo o de una emoción profunda que se le clavaba en el pecho. Porque sí lo recordaba. Lo reconocía, aunque no con claridad, aunque su mente intentara ocultarlo bajo un velo de confusión. Pero su corazón sí lo sabía. Ese hombre frente a ella… era Alejandro Barrón. Y sin embargo, no era el hombre del que le habían hablado. No era el monstruo, el agresivo, el capaz de arrancarle la vida. Lo que tenía frente a los ojos era distinto: un hombre que miraba como quien acaba de encontrar un tesoro enterrado en el fin del mundo, un diamante escondido bajo el polvo del tiempo. María lo observó en silencio, mientras él sostenía al bebé con una ternura que no encajaba con la historia que Ramiro le había contado. El niño parecía tan frágil entre sus manos,

