El sabio mira, teme y se aparta

2022 Words
Habiendo dicho esas palabras, la magnitud de la sorpresa dejó en segundo plano mi malestar para enfocarme en lo que estaba escuchando. El padre Elijah lo dijo con tranquilidad, como si fuera un problema menor. Su rostro, que cualquiera catalogaría como el de un hombre atractivo que ronda aproximadamente los treinta, no dejó ver ninguna emoción mientras caminaba con su porte erguido a orillas del altar, ni siquiera el Padre Luis podía dejar de mirarle, como si la actitud de este ser humano le resultara muy interesante. — Como algunos sabrán, la existencia del mal es inevitable mientras haya luz; dicotomía, le llaman, y yo me especializo en ella —pronunció con el tono sereno—. En palabras más simples, soy un exorcista; mi trabajo es restablecer el orden de las cosas e inclinar la balanza del lado ganador —detiene sus pasos de repente, volteando al frente—. El de la luz, por supuesto. Tanto el padre Luis como las hermanas sonrieron al estar de acuerdo, pero a mí la pausa antes de su último enunciado me pareció incomodamente larga. No sabía si se debía a que el motivo de tener un exorcista en el convento me parecía disasociada de la realidad, o que desde el inicio la presencia del padre Elijah no me daba la tranquilidad que prometía. — Puede que la mayoría tenga una idea muy exagerada de las posesiones pero, en realidad, son más comunes de lo que creen —explica—. Es muy problable que ni siquiera la persona poseída sea consiente de que lo está puesto que los síntomas son muy sutiles. Todos parecían deleitados con las explicaciones que daba pero yo fui una clara excepción. A mí me dió la sensación de que la escena en su cabeza seguramente era la de un perro pastor dándole indicaciones a un rebaño de tontas ovejas. Había algo en su mirada y una pizca de un "no-sé-qué" en su tono que lo hacía parecer arrogante, a mi criterio. — En estos últimos días, los casos que se asocian a posesión demoníaca han sido más frecuentes, hubo uno hace tres días en el monasterio San Leonardo —reveló—, y ahora hay un caso sospechoso en este convento. Varias personas dejaron salir sonidos de sopresa mientras que yo recordé las palabras que Lucía me había dicho hace solo unos minutos. La susodicha me miró de reojo y supe sin necesidad de las palabras que ambas pensabamos lo mismo. Rita, sin duda, era ahora la persona a la que era más lógico remitirse teniendo en cuenta que era la única que faltaba en esta reunión. No pude evitar preocuparme por ella, ¿el sueño de anoche habrá sido una especie de señal? fue tan vívido. Solté un suspiro imperceptible, sintiendo de un momento a otro que el viento que se colaba por la puerta congelaba la fina capa de sudor que había empezado a cubrir mi rostro. — Sin embargo, aún no es nada comprobado —continúa el padre Elijah, ajeno a mi dilema—. Mi trabajo aquí es determinar la veracidad del caso, por lo que está de más sacar conclusiones apresuradas —parece concluir, mostrando una sonrisa tranquilizadora—. Dicho esto, pediré la colaboración de algunas personas con una breve entrevista, las demás pueden realizar sus actividades diarias de manera cotidiana. Muchas gracias por asistir a esta reunión tan improvisada. Junta los dedos de su mano al frente de su pecho, alzando los ojos hacia el colorido vitral que ahora teñia la luz del sol que cayó en la losa, justo frente a sus zapatos oscuros de aspecto impecable. — Y que Dios nos bendiga. El padre Luis repetió su bendición con agrado y nos despidió antes de bajar a saludar a nuestro nuevo inquilino con mayor familiaridad. El rostro del hombre que había sido como un padre para mí se veía notablemente preocupado al pronunciar algunas palabras que no pude identificar, y que tampoco tuve más oportunidades de hacerlo ya que cuando miré hacia la persona con la que se encontraba hablando, este ya tenía sus ojos clavados en mí. — Charlotte. El rostro de Lucía se contrapuso a la escena frente a mí, susurrando con a penas un ligero movimiento de sus labios e indicándome que la siguiera, cosa que hice sin siquiera comprobar si aún tenía aquella mirada encima mío. Salimos de la capilla y el nerviosismo de Lucía se volvió más notable. — ¿Crees que sea Rita? —preguntó, retorciendo el rosario entre sus manos antes de mirarme— ¿La escuchaste decir sus oraciones diarias? Guardé silencio por un momento, intentando recordar alguna ocasión, pero, casualmente, en estos últimos días no hubo ninguna. — No desde que la hermana superiora pospuso sus votos —admití—. Pero no lo sé, no creo que Rita tenga algo que ver con esto, quizá son solo suposiciones. Lucía aún parece incrédula. — Hasta ayer se había estado comportando muy extraña, ha sido cruel, especialmente contigo. — Era normal que estuviera así, estaba lista para dar el último paso, al igual que nosotras —explico. — Pero ella... —empieza, pero le detengo. — Lucía —llamo, para verla a los ojos—. Rita está bien, salió durante el toque de queda, las hermanas que hacían guardia la encontraron y seguro está en un castigo ahora mismo. Me mira fijamente con un poco de vacilación, pero al final asiente. — Tienes razón, solo estoy un poco asustada. Suelto un suspiro y le doy un apretón a su mano para tranquilizarla. — Yo también lo estoy, pero todo va a estar bien. En ese preciso momento, se oyó una voz que un poco más y me hace caer al suelo del susto. — Lucía —llama con voz severa la hermana Fátima desde un costado, debajo de uno de los arcos que daba entrada al edificio principal—. Acompáñame. La mano que aún sostenía la de mi amiga pareció temblar un poco pero, ante la mirada demandante de nuesta superiora, solo pudo darme un corto vistazo más antes de avanzar hacia ella y unirse en su camino hacia el interior. Me quedé ahí de pie, viendo el lugar por el que habían desaparecido por unos minutos más antes de caminar inmersa en mis pensamientos hacia una de las bancas en el patio y tomar asiento. Al estar ahí se empezaron a reproducir imágenes de mi infancia corriendo por el campo que tenía al frente; tan amplio y verde como en mis memorias, lo que alivió mi pesado pecho. Había vivido toda mi vida en este convento. A decir verdad, lo único que sabía de mis orígenes era que mis padres biológicos no habían podido criarme por algún motivo y las hermanas me acogieron; de todas formas, el convento El Ángel también podía denominarse como un orfanato por aquellas fechas, aunque uno exclusivo para mujeres. Es decir, dentro de estas rejas, a excepción de el concerje y el padre Luis, solo recidian mujeres. Y ahora también está el padre Elijah. El recuerdo de este último borró la paz que me había dado el pensar en mis primeros años. Secretamente estaba rogando por que abandonara el convento cuánto antes, no importaba por dónde le mirara, no tenía el aspecto de ser un sacerdote. «¿Tú qué sabes de cómo deberían ser los sacerdotes?» Me regañó con la verdad una voz en mi cabeza. No solo no sabía sobre sacerdotes, tampoco sabía mucho sobre los hombres. Bueno, no lejos de las historias bíblicas y las clases, mismas donde se hace especial hincapié en mantenerse alejada de ellos. Ahora entendí el porqué de mantener distancia, las reacciones en mi cuerpo fueron una clara alerta y probablemente se debieron a que es la primera figura masculina joven que veo en años. Tomé una bocanada de aire, negándome a darle más vueltas al asunto e ir a confesión mañana mismo, pero por el momento toda mis concentración debía estar en Lucía. ¿La habrán llevado a interrogar? Y, si así fuere, ¿eso confirma que es Rita la implicada? Rita solo salió de la habitación por mi culpa, ¿debería tomar la responsabilidad? Solo puedo compartir la responsabilidad si es un castigo común y corriente pero, ¿qué pasa con la presencia del padre Elijah? — No puedo quedarme aquí más tiempo —solté para mí misma, poniéndome en pie para ir a la oficina de la madre superiora. Había tomado una decisión. Entré al sombrío edificio y no me sorprendió demasiado el encontrarlo vacío, la hora de almuerzo estaba próxima y todas tenemos tareas asignadas, era muy probable que yo fuese la única con el coraje de no cumplirlas pero, ahora mismo, tenía cosas más importantes que hacer. Subí con prisa por la escalera de caracol que conectaba las cuatro etapas de las construcción, a mi lado se habían tallado en la roca de las paredes las normas de conducta de las cuales estaba rompiendo al menos seis, pero no me detuve a comprobarlo hasta que crucé la entrada ojival del pasillo que daba a la rectoría. Estaba decidida a llegar a ella, ya podía ver la puerta de madera oscura en el fondo hasta que la mención de un nombre me hizo detenerme en seco. — Por fin se durmió —agregaron en una voz que, aunque baja, se filtró por la puerta que tenía al lado—, no podemos seguir deteniéndola. La curiosidad pudo conmigo, sobre todo cuando primero escuché en su plática el nombre de Rita. Cerciorándome de que nadie me viera y estando consiente de que lo que hacía era muy repobable, me acerqué a la puerta y pegué mi oído a la superficie. — Deberían simplemente expulsarla, los cuerpos que han sido tocados por el mal no se lavan como si se tratara de una manta. — El padre Luis confía en que sanará, con la llegada del nuevo padre no cabe duda que va a mejorar. Vamos a limitarnos a seguir órdenes —le responde otra voz. — Seguir órdenes hasta que nos termine llevando con ella —espeta—. Hay personas que simplemente no merecen ser salvadas, como ella. Mi ceño se frunció ante lo que estaba oyendo, no podía creer el tipo de pensamiento que se evidenciaba en las palabras de la mujer adentro. Mi anterior curiosidad se vio duplicada, por lo que no pude evitar el recoger un poco mi falda e inclinarme a ver por el hueco del cerrojo, llegando a distinguir un poco lo que sucedía en esa habitación, pero en ese momento la sangre abandonó mi rostro. Para mi horror, lo primero que ví fueron un par de brazos con largos y rojizos arañones que iban desde el codo hasta su muñeca, pareciendo laceraciones profundas que estaban siendo cuidadosamente lavadas. No pude distinguir su rostro y tampoco tuve mayor oportunidad ya que, por estar tan estupefacta por la violenta revelación, no pude percatarme de que una de las dos personas que ahí estaban ya caminaba a pasos de la puerta, a punto de salir. — Iré por la hermana Fátima. Con el temor de alguien que ha visto algo que no debería, retrocedí con rapidez pensando en un escondite pero, a estas alturas, cualquier solución parecía demasiado tarde. El recuerdo de los castigos me heló los huesos, pero era inevitable. O eso creí hasta que algo inesperado sucedió. Para el momento en que podía ver el pomo girarse y cuando ya mi boca clamaba a cada santo del cielo, alguien tiró de mí hacia atrás, metiéndome en la habitación que estaba a mis espaldas y salvando mi pellejo en el proceso. Escuché los pasos en el pasillo alejarse pero ya no eran mi prioridad, ahora mismo tenía una mano masculina cubriendo mi boca y par de ojos grises mirándome desde arriba con el deleite de un juez que me acababa de encontrar en plena travesura. — Justo a ti te estaba buscando —pronunció, a centímetros de mi rostro con una sonrisa cargada de una mística emoción.
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