Caerán a tu lado mil

2032 Words
— Charlotte, despierta. La sacudida que me dió una mano en mi hombro me trajo desde el reino del inconsciente con pesadumbre. Abrí los ojos con cautela y lo primero que ví fueron las vigas de madera del techo de la habitación y la luz del día entrando por la ventana. — La madre superiora nos ha convocado con urgencia a la capilla, apresúrate —indica la voz de Lucía, acabando de acomodar su túnica, de repente me observa—. ¿Qué pasa con esa expresión?, ¿está todo bien? Estaba muy confundida, no recordaba haberme ido a dormir anoche, o, al menos, no haberlo hecho de nuevo. Mis ojos cayeron en la cama vacía de Rita y mi confusión fue mayor. Recordaba haber ido en su búsqueda al ala oeste y también recordaba haber dado con ella pero, a pesar de saber en qué condiciones le encontré, las imágenes que se reproducian en mi cabeza eran muy difusas. — Debo hablar con la madre superiora sobre Rita —murmuré, apartando mis mantas e incorporándome. Lucía se giró a verme. — ¿Debe ser ahora? Aún no regresa. Asentí sin tener la valentía, o el pudor, de mirarla a la cara. — Ayer cuando salí di con ella —me limité a responder. Me calcé las sandalias y me puse en pie para empezar a vestirme pero la siguiente pregunta de Lucía me hizo determe. — ¿Saliste anoche? Volteé a mirarla. — Sí, fui al ala oeste como me indicaste. Sus ojos oscuros se llenaron con más preguntas. — ¿Por qué harías eso? —cuestionó. No supe cómo responder al intuir que algo no estaba bien, Lucía no parecía estar jugándome una broma, sus expresiones denotaban seriedad. Salí anoche, ella me vió salir, ¿verdad? Aparté la mirada hacia el borde de mi cama, analizando sobre lo sucedido y la probabilidad de veracidad en ello hasta que por fin me atreví a preguntar directamente. — Ayer, luego de mi pesadilla y que Rita saliera, ¿qué sucedió? Lucía se llevó una mano al mentón, como si intentara reconstruir los recuerdos de la noche anterior. — Luego de eso, estoy segura de que rezaste un par de oraciones y luego volviste a la cama. Ambas acordamos llevarla con la madre superior cuando volviera. La miré fijamente pero parecía segura en sus palabras. Al verse escudriñada por mis ojos, la castaña cuyos cabellos ahora estaban ocultos, soltó una ligera risa. — Este día no se puede poner más raro —pronunció, inclinándose para tomar mi mano y obligarme a ponerme en pie—. Hay un alboroto ahí afuera, la hermana Fátima vino personalmente a decirnos que debíamos estar en la capilla y tú sigues viéndome como si hubiese revelado el quinto misterio, en lugar de vestirte. Al escuchar el nombre "Hermana Fátima" supe que mi peor idea del día podía ser llegar tarde a la capilla, por lo que no me demoré más en sacar mi hábito del cajón y encaminarme tras las cortinas desplegadas en una sección de la habitación que cumplían con el propósito de ser un vestidero. Dejé las prendas caer de mi cuerpo que aún conservaba la tibieza de la cama con suavidad antes de soltar mi cabello que se desplegó como una marea de rojos bucles sobre mi pecho ahora erecto bajo el roce. Intenté distraer mi mente de las reacciones involuntarias de mi cuerpo y me fue inevitable el volver a pensar en lo ocurrido anoche, ya no como una probabilidad sino como un enigma. Había sido una pesadilla, ahora estaba segura de ello, pero era una aún más difícil de olvidar que las anteriores. Quería expulsarla de mi mente, la vergüenza de mi propia imaginación no me permitiría ni siquiera mirar a los ojos de Rita, no después de verla en esas condiciones. Parpadeé un par de veces al ser consciente de que estaba divagando de nuevo y, esta vez, había olvidado por completo que seguía desnuda y que mis dedos inconscientemente rascaban con lentitud las leves marcas de mi ropa interior dejadas en mi cadera. Me prometí recordar esto en el futuro y cumplir mi debida penitencia. Solté un suspiro, sin verme más allá de lo necesario, y me coloqué cada una de las piezas de mi hábito, el cual, similar al de las demás novicias, era completamente blanco con una toca que enmarca el rostro y un velo por encima del mismo color. Salgo de detrás de la cortina y Lucía ya me esperaba de pie en el mismo lugar. — ¿Has visto mi rosario? —pregunto, echando en cuenta su falta en mi mesa, lugar donde creí haberlo dejado. — Lo ví en la silla esta mañana. Me giro hacia la silla donde había acomodado mi vestido para dormir y justamente le encuentro ahí. Ruedo los ojos por mi descuido y estaba a punto de dejar las prendas en ese mismo lugar hasta que detecté algo extraño. Me llevo el vestido a la nariz para olfatearlo mejor y mi pulso disminuye al confirmar lo sospechado. Mi ropa olía a azucenas. — ¿Todo bien? La voz logra recordarme mi realidad y bajo rápidamente la ropa para dejarle en el mismo puesto. «Ya tienes que parar, Charlotte» me digo, atribuyéndole a la reciente frecuencia de mis pesadillas mi actual paranoia. — Sí, démonos prisa —pido, de camino a la puerta hasta que Lucía me detiene. — Aguarda. Lleva sus manos hacia el borde de mi toque y ordena un trozo de mi cabello que se había escapado, sujetándolo con lo que sentí era una horquilla; da un último ajuste para dejarla bajo la tela y me sonríe complacida. — Felicidades por un año más de vida. Sus palabras me tomaron por sorpresa, la primera sorpresa agradable de la mañana. — Lo había olvidado por completo —admití, palpando la horquilla con mis dedos hasta percibir que tenía un adorno, algo similar a una flor—. Muchas gracias, Lucía. Inclina su cabeza en respuesta y ambas salimos de la habitación; pero mi anterior sonrisa se desvaneció de golpe al ver que por el pasillo se paseaban las hermanas mostrando una expresión solemne y, a mi parecer, un poco preocupada. Cuando los ojos de la hermana Fátima, la alta y delgada mujer con signos de edad ya visibles en su serio rostro, me encontraron, bajé la mirada a mis pies y saludé de manera respetuosa antes de encaminarme a la capilla. La hermana Fátima figuraba como una de las monjas más veteranas del convento, siendo además la encargada de la disciplina. Salimos del edificio y entonces fui de inmediato rodeada de una ligera niebla húmeda producto de las constantes lloviznas que habían nutrido las plantas. La usual imagen del tupido bosque limitado por las altas rejas de hierro del convento estaba difuminada y cargada de un sentimiento indescriptible, uno que antes me había parecido hermoso pero que hoy, por alguna razón, solo lo percibí como si fuera el presagio de un mal acontecimiento. Mis ojos que perezosamente se deslizaban por los picos afilados de la reja, dieron casualmente con la entrada de la misma en donde pude distinguir la espalda de la hermana superiora en el justo momento en que un auto n***o rompía el velo nebuloso y se aparcaba al frente. — ¡Charlotte! —llama con firmeza una voz. Me giré y al ver la mirada retadora de la hermana Fátima me di cuenta que mis pasos se habían relentizado hasta detenerse. — ¿Buscas algo ahí afuera? Negué de inmediato, agachando el rostro antes de retomar mi camino hasta llegar a la capilla, una construida con roca y poseedora de pináculos altos, como si quisieran perforar el cielo. Adentro ya todas las hermanas se habían acomodado en los primeros asientos, mientras que las novicias ocupaban los siguientes. Localicé a Lucia, quien se me había adelantado en el camino, en la última fila de bancas y me apresuré a tomar asiento junto a ella, interrumpiendo la plática basada en susurros que mantenía con la chica a su lado. Su espalda se erguió al notar mi presencia. — Al parecer ya no será necesario hablar con la madre superiora —susurró, esta vez para mí. Mi ceño se frunció un poco y le miré de reojo, invitándola a continuar. Guarda silencio en el momento en que entra la hermana Fátima a tomar su asiento al frente y luego se inclina de manera casi imperceptible. — No sé los detalles, pero algo muy sospechoso está pasando e involucra a Rita; todas las hermanas se reunieron en el lado oeste antes de que el sol despuntara. La llegada al altar del padre Luis, sacerdote del convento, hizo callar cualquier otro sonido que no fueran sus suaves pasos que se veían amorriguados por el largo de su sotana. Su rostro ya arrugado por los años se alzó, exponiendo el inevitable cansancio de recorrer el largo camino de la vida. — Los planes de Dios son misteriosos —inicia, luego hace una pausa para mirar hacia el vitral con la santa trinidad antes de continuar—. Los días, estaciones y los años pasan, pero esto no pasará. Nuestra fe debe ser similar. Baja su mirada al crucifijo que llevaba en su mano y lo frota un poco antes de tomar un pesado suspiro. — Debido a los recientes acontecimientos, a esta prueba, hemos llamado y se nos ha oído. El sonido casi lúgubre de las pesadas puertas de madera de la capilla abriéndose se dejó oír pero todas nos obligamos a mantener la vista al frente, como se nos había enseñado, aunque podría jurar que la curiosidad de todas las asistentes solo incrementó cuando una serie de pasos firmes hicieron eco contra la losa de mármol. Cada golpe de la suela de los zapatos tensaba sin motivo mi cuerpo cual cuerda de arco y cuando por el rabillo de mi ojo ví la alta figura negra pasar a mi lado, trayendo consigo la escencia gélida de la mañana envuelta en su capa negra, tuve que bajar los ojos a mis manos enlazadas en mi regazo. — Dicho esto, esta mañana agradecemos la llegada al convento de un amigo desde la santa cuidad del Vaticano —agrega el padre Luis—, sea bienvenido el padre Elijah. Me había estado negando a subir la mirada, lo intenté con vehemencia hasta que, como si se tratara de una fuerza sobrenatural que se apodera de mis sentidos, mis ojos no pudieron seguir huyendo del llamativo hombre que se despojaba de su sombrero n***o en ese preciso instante. Justo ahí, mis ojos no pudieron separarse ya de él. La presencia del hombre de pie ante el altar hizo palidecer al mismísimo Gabriel que lucía gloriosamente pintado tras de sí. Tenía todas las miradas puestas sobre él, sobre su porte superior y ese par de ojos que daban la sensación de tener la capacidad de ver más allá de lo material, como si fuera algo que rompía los límites de lo mortal, algo ajeno a este mundo. Sostuvo su sombrero bajo su brazo y empezó a sacarse los guantes de cuero n***o sin prestarles atención. — Como el padre Luis mencionó, yo soy el padre Elijah —pronunció su voz grave, extendiéndose por la amplitud de la capilla con autoridad. Sin embargo, cuando aquellas palabras llegaron a mis oídos, me provocaron un escalofrío inexplicable, erizando cada poro de mi piel. Ante esto, mis manos se apretaron, intentando ocultar cualquier reacción notable en mi lenguaje corporal. No obstante, en ese preciso momento, sus ojos barrieron la habitación rápidamente desde un extremo al otro hasta fijarse en mí, haciendo ebullir mi condición actual con una incomodidad que picaba en mi abdomen y subía por mi pecho. La respuesta de mi cuerpo era tan demandante que mis labios tuvieron que separarase un poco para intentar exhalar aquello que me arremetía. Lo que fue peor, así, sin dejar de mirarme y haciéndome sentir desprotegida, el atisbo de una sonrisa se dejó ver en sus comisuras hasta entonces inmutables. — Y les informo que el mal ya ha entrado en este convento.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD