El lazo del cazador

1421 Words
"Misericordia, Dios mío, por tu bondad" ¹ Las palabras fueron dichas con mi voz pero mis labios no se abrieron. Me ví ahí una vez más, como muchas tantas otras veces, pero esta vez estaba de pie en el borde del balcón, con el rostro pálido, desgastado y los ojos suplicantes. "Misericordia..." Me vió, le ví, y lo supe. Su cuerpo se dejó caer como si su alma, la mía, lo hubiese abandonado y huido hacia el cielo impulsada por dos alas extendidas que se alzaron en vuelo. *¡Plak!* — ¡AAAH! El grito que salió de mi garganta fue lo suficientemente alto como para sacarme de la pesadilla y hacer que mi cuerpo se incorpore bruscamente. El pecho me subía y bajaba con rapidez mientras lo único que podía oír era el fuerte golpeteo de mi corazón. — ¿Está todo bien, Charlotte? —pregunta una voz adormitada a mi lado. Lucía frotaba sus ojos somnolientos desde su cama, ubicada a algunos pasos de mía, y me apresuro a asentir confiando en que la luz lunar que se filtraba por la ventana le comunicara mi afirmación. Me mira por un momento más antes de suspirar y acomodarse nuevamente. La reciente filtración de agua del lado izquierdo del convento producto del derrumbe del techo nos obligó a las novicias a tener que compartir habitación, por lo que ahora éramos tres en aquel espacio reducido. Intenté regular mi respiración para no hacer un escándalo más grande pero el oír el crujir de la cama de Rita, nuestra tercera compañera, me hizo saber que había fracasado. — Las pesadillas solo atacan a las conciencias intranquilas —espetó al encender un cerillo para hacer arder la mecha de la vela, entonces pude ver sus ojos mirarme con dureza—. ¿Qué pecados te acongojan, Charlotte? Dicho esto, salió del cuarto. — No le prestes atención, está molesta porque la madre superiora pospuso sus votos perpetuos—susurró Lucía desde su cama. — Sé discreta —regañé. De inmediato alcancé el crucifijo en mi mesita de noche y bajé del colchón para poder iniciar con mis plegarias, ignorando el sudor que había empezado a perlar mi frente. No era la primera vez que me atacaban este tipo de sueños, eran muy constantes y siempre se trataba de mi viva imagen muriendo de formas diferentes; en cada escena parecía tener la misma edad, sufrir el mismo cansancio y, además, en cada sueño suplicaba misericordia como si mi mera existencia dependiera de ello; como si algo malo estuviera a punto de alcanzarme. No sabía cuánto tiempo había pasado para cuando mis labios cerraron las plegarias pero la luna llena ahora más abajo en el cielo me permitía ver que Rita aún no había vuelto. La preocupación se apoderó de mí, no pude evitar sentirme culpable. Si alguna de las hermanas descubría que había pasado tanto tiempo fuera de la habitación el castigo sería inevitable, no solo para ella. Levantando mis rodillas de la fría madera tomé una decisión. — Ha estado yendo al ala oeste, a las antiguas habitaciones —susurró Lucía a la luz de la vela que había prendido, con sus ojos aún cerrados. Me sorprendió un poco saber que aún seguía despierta. — El área está clausurada desde que se derrumbó el techo —señalé, con el ceño fruncido. Me pareció verla encogerse de hombros. — Su ropa siempre huele a azucenas. Lo entendí de inmediato. Las azucenas solo se cultivaban en el jardín del ala oeste, lugar donde antes nosotras tres solíamos recidir. Con un poco de vacilación, tomé un abrigo y abandoné la habitación de manera sigilosa. Lo que había dicho Lucía, aunque reprochable, era verdad. La ceremonia de los votos perpetuos estaba fijada para el día primero del séptimo mes; treinta días después de mi cumpleaños que sería en un par de días, mismo en el que entraría en reclusión absoluta para prepárame espiritualmente; sin embargo, la madre superiora pospuso los votos de Rita luego de una reunión privada. Tomé un largo suspiro de aire frío cuando me encaminaba hacia el ala oeste por el gélido puente de roca que unía ambos dormitorios, viendo de reojo las blancas azucenas abiertas al cielo nocturno. Desde ahí se podía ver el techo caído como si la mano de un gigante lo hubiese aplastado en lugar del viejo árbol que sucumbió ante un rayo hace un par de noches. Los fondos del convento son cada vez menores, las reparaciones no son una prioridad cuando está en juego el pan de cada día. El viento fuerte amenazó más de una vez la llama de mi vela así que me apresuré a entrar al edificio. El pasillo no era mucho más cálido pero si menos ventoso. "Convento El Ángel" se podía leer en el arco de la puerta. La construcción hace algunos años solía ser más reducida, siendo el ala oeste el antiguo y único edificio antes de la ampliación. Me adentré al edificio esperando encontrar algún rastro de Rita pero los únicos rostros que ví venían de las pinturas en las paredes que mostraban las victorias de los grandes arcángeles sobre el mal, grandes escenas llenas de gloria y otras cuyo único propósito es recordar que provocar la ira de los cielos es fatal. Ninguna pintura lo reflejaba mejor que la que se encontraba bajo la cúpula rota y ocupaba toda la pared circular detrás del altar en donde rendíamos las plegarias antes. Los rastros del pincel dibujaron la gran caída de los angeles entre truenos y relampagos, con expresiones de terror en sus rostros y sus manos aún extendidas hacia el creador, como si suplicaran por.... Un ruido me saca de mis pensamientos y hace que gire de inmediato hacia la entrada de uno de los tres pasillos que tenían como destino el salón en que estaba parada. Ningún ruido a parte del viento penetrando por el techo roto se dejaba oír, lo que permitió elegir el pasillo correcto. — Rita —llamé con firmeza, empezando a abrir las puertas de una en una—. Tienes dos opciones: regresa ahora conmigo o voy a reportarte. El pasillo se acortaba cada vez más y el número de puertas era menor tras cada paso, hasta que al fin solo quedó la última, que coincidentemente solía ser la que yo ocupaba antes de la tormenta. Me detuve un poco experimentando de repente una sensación de malestar en el abdomen, como si se tratara de una fuerza que me advirtiera de una mala desicion, pero el sonido de la madera contra la pared con un golpe seco dejó mi mente en blanco. Aguardé en silencio, inmóvil, hasta que pronto se escuchó otra vez, y otra vez, hasta que fue casi contínuo. — ¿Rita? —susurré mientras mis tensos dedos empujaban la puerta que, con un largo chillido de las bisagras, se abrió lo suficiente como para que pudiera ver lo que estaba pasando adentro. La luz amarillenta de la vela iluminó su cuerpo y la sangre abandonó el mío. Sus ojos estaban girados hacia arriba mientras su rostro estaba pegado a la mesa a la que se aferraba con fuerza de sus bordes para no deslizarse. Su pecho estaba desnudo, con el vestido desgarrado y sus senos redondos y firmes aplastados contra la misma superficie que se sacudía por los bruscos empujones que le propinaban desde atrás. Una mano de aspecto fuerte, cuyo dueño estaba en tinieblas, se enrrolla en sus cabellos rulosos y la obliga a levantar la cara desatando una serie de desesperados gemidos que escapaban entre sus sonrientes labios. No lo podía procesar, la figura de aquella mujer retorciéndose de placer con las faldas de su vestido arrugadas sobre su espalda mientras era embestida distaba mucho de la imagen serena de la Rita que conocía. — ¡AAGH! ¡Sí! —le escuché exclamar. Mi mano se sacudió ante la estupefacción y la vela cayó al suelo llevándose la claridad de la imagen frente a mí. Pero, justo cuando ni siquiera había logrado llevarme la mano a los labios, los golpes del mueble pararon de inmediato. Fue ahí que tanto la sombra de Rita a contraluz como la alta figura tras de ella giraron su rostro en mi dirección. Retrocedí asustada, con la intención de huir, pero mi cuerpo se ablandó no pudiendo soportar más. Y todo fue tragado por la oscuridad. ~~~~•~~~~•~~~~~ Notas: ¹ Salmo 51:1. También conocido como "Miserere", escrito por el rey David.
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