SAN GIOVANNI, CALABRIA. Un paso a la vez. Uno pequeño. Uno diminuto. Mis dedos tuvieron miedo de cometer un mal movimiento que, aunque imposible, se conectara con mi hombro. Todo dolía, pero no podía tolerar estar un quinto día en cama sin poder moverme y con una almohada que comencé a odiar en la segunda noche. Eran cerca de las dos de la mañana. Llevaba dos días caminando a escondidas porque cada vez que solicitaba a alguien ayuda para levantarme, todos se apegaban a las decisiones medicas y yo estaba harta. No me iba a morir por levantarme. La primera noche me maree hasta casi caer y la segunda me fue mucho mejor. Los doseles de la cama fueron de apoyo, aunque mi mano me abandonara en el proceso. Allah me tenía dentro de sus favoritas. No había dejado de llover. Durante dos días h

