bc

Las Reglas Del Abogado

book_age18+
6.2K
FOLLOW
77.7K
READ
forbidden
HE
playboy
blue collar
drama
bxg
kicking
brilliant
city
sassy
like
intro-logo
Blurb

Regla de tres. Ese era su lema con respecto a las mujeres. Tres veces se permitía tenerlas y luego de eso, el rotundo adiós. No estaba con cualquiera, sino con la que consideraba digna de su atención. Y en su propia regla autoimpuesta, había tres cláusulas pequeñas que debía cumplir para seguir con su vida de soltero cotizado y feliz.

No tenía sexo tres veces con la misma mujer. No amanecía en sus camas y por última, pero no menos importante, no codiciaba a la mujer de su mejor amigo.

Dante Ferretti era sin duda alguna todo lo que una mujer deseaba. Rubio, alto, apuesto, pícaro, acaudalado y uno de los mejores abogados en Italia con menos de treinta años, convirtiéndolo en un buen prospecto para el sexo opuesto. Desde su mayoría de edad, se volvió un casanova que fue ganando experiencia con el pasar de los años. Era firme en sus reglas, impasible con ellas, hasta que un viaje a Nueva York para visitar a su hermana menor, desestabilizó su perfecto mundo, poniendo en peligro su última regla.

Dos años codiciando en secreto a la novia de su mejor amigo. Dos años visitándola, saludándola y actuando como si su presencia no le afectara. Dos años mirando con otros ojos a la chica que cada fin de semana, le sirve en la mesa el café que siempre le ordena.

Dos años intentando sepultar con otras mujeres la codicia que siente por ella, el deseo de tenerla, de romper sus propias reglas, de cruzar la línea que ella ni siquiera sabe que existe. Dos años conteniéndose por su mejor amigo, pero todo cambiará, cuando una noche, simplemente se deje llevar.

chap-preview
Free preview
Deliciosa piel canela
POV Dante Ferretti Me ajusto el abrigo cuando salgo del edificio de apartamentos, es bastante temprano y todavía se siente esa temperatura que de Nueva York, me gusta y me irrita a partes iguales. Podría tomar el auto, eso sería lo más recomendable, pero esta es mi rutina, esto es lo que hago cada vez que vengo a esta ciudad. Y no voy a cambiarlo hoy. Quiero mi café. Y lo quiero ya. Es sábado. Y eso significa que tengo una cita importante. La he tenido los últimos años y me siento bien respetando eso. Puede que sea un poco descontrolado cuando de vivir mi vida se trata, pero a mi manera tengo reglas y costumbres. Visitar la cafetería, pedir el mismo café de siempre y sentarme a disfrutar de las vistas es todo lo que quiero. Nada más. Sencillo. Avanzo por la acera con las manos metidas en los bolsillos de mi abrigo y me río de mí mismo por la ironía. En algún momento del pasado, el que Siena y Mali vinieran a vivir aquí, para estudiar, fue una jodida tortura. De solo escucharlo y saber lo que tendría que hacer, me negué. O quise hacerlo. ¿Chaperón? Estaba mayorcito para eso. Sé que soy el hermano mayor y que dentro de mis responsabilidades está el cuidar y velar la seguridad de mis hermanas, pero, ¡carajo!, mi independencia es mi prioridad y tener que viajar cada fin de semana a este lado del mundo para verlas a ellas, no era lo que podría entenderse como... independencia. A regañadientes tuve que acatar la orden de mi padre y de mi tío. Asegurarme que las mujeres de mi familia estaban intactas era lo que tenía que hacer. No un deber. Una obligación. Me irritó un poco. Lo tengo que aceptar. «Mali no era el problema, lo era Siena». Con mi hermana sabía bien que la tendría fácil, aunque viendo su historia años después entiendo que quizás eso fue poner demasiada confianza en su carácter. Sin embargo, con Siena... eso fue diferente. ¿Irme de fiesta en Italia y disfrutar de mis días libres? Descartado. ¿Salir de fiesta con la salvaje de Siena, porque sabrá Dios qué tenía en la cabeza ella para pasar la noche? Apuntado, evaluado, asimilado y sufrido. Ella es un huracán de energía. No ayudaba que fuera demasiado coqueta. «Gracias al cielo y las cosas buenas, llegó Eros a ponerle un alto, si es que puede llamarse así a lo que él hace con ella». Pero, dentro de todo, y a pesar de mis obligaciones, el ser la versión masculina de mi prima actuó por su cuenta y de negarme, pasé a disfrutar cada vez más mis viajes. Después del primero, no me pareció tan mala la idea de venir cada fin de semana a Nueva York. No solo me alejaba por unos días de mi trabajo en Italia, tenía a mi disposición un montón de mujeres dispuestas a divertirse. «Eso fue un gran incentivo». Lo que creía que podía ser una tortura, se convirtió en la mejor temporada de mi vida. Salir a bailar, beber un poco, conocer neoyorquinas dispuestas a pasar noches agradables sin compromiso. En casa ya había muy pocas con las que pudiera seguir mis reglas al pie de la letra y repetir no estaba en mis planes, ni a corto ni a largo plazo. Todo eso fue, sin duda, mi recompensa para lo que tenía que hacer: andar de niñero. Cada viaje fue una nueva experiencia, pude conocer más y más y experimentar de formas diferentes. Todo estaba bien, me sentía conforme. Hasta que tomé este mismo camino y di con un lugar especial. Las razones que me trajeron por aquí son algo ridículas. Me río de eso. Huir de las preguntas de Siena y Mali era, en ese momento, mi prioridad. Puede que mis hermanas sean lo que más quiero en este mundo, pero si hay algo que me estresa demasiado es que ese par se meta en mis asuntos personales. Darles un indicio, así sea mínimo, de lo que había estado haciendo el día anterior, me hubiera regalado un interrogatorio que no estaba dispuesto a tener. Y después de una noche bien caliente con una pelirroja experimentada, necesitaba recomponer mis energías con un poco de café. No podía llegar al pent-house en esas condiciones, sabiendo que ellas me esperaban para ir al supermercado a comprar comida. Siempre será mi problema con quién follo, con quién salgo y a quién dejo en la cama, antes de salir sin dar explicaciones. No es negociable de ninguna manera ese entremetimiento. Me detengo cuando llego al punto donde siempre cruzo la calle. Levanto la mirada y el cartel en tonos pastel que me hizo acercarme desde el primer momento sigue donde mismo. «No es que vaya a moverse, idiota». Pero es un alivio saber que todo sigue aquí. Tammy's Bakery & Coffee es una cafetería muy particular. Siempre huele a pan recién hecho, porque es una de las ofertas que tiene para sus clientes. El olor del café es exquisito y yo, que he probado todo tipo de especialidades por el mundo entero, siempre termino aquí. Y lo más importante, lo acompaño de un pastel, de los que suele haber una propuesta diferente cada día. «Si no me falla la memoria, hoy es el día del Pie de zanahoria». No es mi favorito, pero cuando se trata de este lugar, me vuelvo adicto. Con las manos metidas en los bolsillos de mi abrigo todavía, me tomo un segundo para recordar todo eso que pasó hace tanto tiempo. Lo único que no puedo superar, por más que intento poner todo de mí. Pero, a quién trato de engañar. Cuando se trata de Tamara Duarte, no hay manera de que le ponga ganas al intento de dejarla atrás. ******* Cruzo la calle, sintiendo el maldito frío, calándome los huesos. «Carajo, cómo se me ocurre salir sin un puto abrigo». La noche es caliente, sí, maldición. Las mujeres que me encienden la cama son una buena prioridad en mis viajes, pero esto me pasa por terco. Y no ayuda que tenga que tomar algo para poder presentarme ante esas locas que me estresan con sus preguntas. No estoy para eso hoy. Con un humor del diablo veo la puerta de la cafetería y no presto demasiada atención a lo que ofrecen, solo necesito un vaso de café. Uno extra grande de ser posible. Y para llevar. Una campana molesta suena cuando empujo las puertas y entro al local vacío. —A ver si termino comprando un maldito café con sabor a tierra —gruño con impaciencia cuando atravieso el pequeño salón y llego al mostrador. Hay una excesiva cantidad de color rosa a mi alrededor. Un rosa pastel. «De seguro, Siena sería feliz aquí, con sus fotos aesthetic». Ruedo los ojos al pensar en eso y dejo de mirar los juegos de mesa y sillas blancas, las frases románticas en las paredes y las lámparas de estilo moderno que iluminan tenuemente el lugar, para concentrarme en el timbre encima del mostrador. Me tomo un segundo. Espero que el llamado de la puerta haya sido suficiente, pero nadie sale. —¿Buenos días? —exclamo con tono exasperado. Toco el timbre para llamar la atención de quien sea que debe aparecer y casi que vuelvo a gruñir por la demora. Estoy por retroceder un paso, con mi estómago gruñendo con la necesidad de desayuno y café, cuando la puerta frente a mí se abre y un olor a pan recién horneado me golpea. Pero no es el puto olor del pan lo que me hace quedarme con la boca seca y prácticamente jadear como un perro. Es la hermosa mujer que acaba de salir por allí. La sonrisa radiante es lo primero que veo. Lo que me deja ver, al menos, en medio del ajetreo que trae y que deja ver con demasiada facilidad. —Buenos días, disculpe la demora. Es que hoy es el primer día y estoy tan emocionada que me puse a hornear de más, pero lo curioso es que no tengo más trabajadores y todo debo hacerlo yo sola. ¿Una locura? Increíble, pero este es mi sueño y estoy tan nerviosa de que todo salga mal, la ansiedad me hace actuar así de impulsiva con todo. —Habla demasiado rápido, apenas le entiendo nada, pero no puedo despegar mis ojos de los suyos—. No se suponía que yo ofrecería todo lo que tengo en el menú, pero soy una panadera con aires de repostera y adicta al café, ¿puede existir algo mejor que eso? Se desinfla poco a poco, la voz casi le queda en un susurro con esa última pregunta, después de haberme soltado todo un reporte que no le pregunté, pero que, para ser sincero, me provoca ternura. —Bendito Dios, hablé demasiado… —Sus mejillas se sonrojan con furia y mis manos, que tengo apoyadas en el borde del mostrador, se cierran un poco. Las ganas que tengo de sostener su rostro y acariciar sus mejillas es casi imposible de detener. «¿Qué mierda me pasa?». De ella sale un largo suspiro que, me imagino, usa para calmar sus nervios, y me vuelve a sonreír con ese gesto radiante de dientes blancos y labios regordetes. —Bienvenido a Tammy’s Bakery & Coffee, eres nuestro primer cliente oficial, ¿qué puedo ofrecerte? Su tono es una octava más alto. Parece un chillido. Como si a cuentas de mantenerse serena estuviera obligándose a apretar la jodida garganta. Apoya sus brazos en el mostrador. Y ahí acaba todo. Mis ojos van a su escote. «Y qué escote». Las tetas más apetecibles que he visto en Nueva York desde que visito este lugar para vigilar a Siena y a Amalia. Unas malditas tetas que quieren salirse de una blusa que, evidentemente, ni siquiera está diseñada para tener escote. Pero ellas están ahí, atrapadas, casi que gritando por auxilio. «Y maldita sea, pero quiero ser el salvador». —¿Necesitas ver el menú? —pregunta nerviosamente y su tono intranquilo me hace levantar la mirada. «Joder. ¿Por qué se muerde el labio así?». Quiero decirle que necesito saber si ella puede estar en mi menú, pero eso sería acosador, perturbador y una maldita locura. Yo no soy un enfermo mental ni nada de eso. Control. Necesito control. —Un latte. La chica, de piel casi dorada y cabello castaño largo y ondulado, me mira con una ceja levantada. Quizás piense que es una bebida demasiado simple para un hombre a esta hora de la mañana, pero no voy a mirar el jodido menú. —Bien, anotado. ¿Tamaño? «El suficiente para que no me olvides». —Extra grande… —¿Para llevar o para beber aquí? «Para sentarme contigo en la mesa y mirarte todo el rato». —Para llevar, gracias. Ella termina de apuntar algo en su libretita, rosada también, repleta de flores y corazones, todo un dulce. Y se gira. Se gira y tengo que carraspear para bajar el nudo que se me forma en la garganta cuando veo su trasero. La mujer ante mí tiene caderas anchas, una figura de reloj de arena exquisita y es tan hermosa al completo que me tiene con la boca echa agua. Quiero ver si se le borra la sonrisa de mil voltios cuando la pueda tocar o si el gesto tomará un nivel nunca antes sentido. Verla ahora, moviéndose con soltura mientras busca el vaso y prepara el café, me hace pensar en la mujer que anoche me dio placer. Delgada, alta, poca grasa… donde Tammy, como asumo que se llama viendo el nombre de la cafetería y el pin que lleva en esa blusa que debería estar prohibida, es toda carne de primera calidad, carne para agarrar y apretar. Curvilínea, para nada delgada ni esbelta. Mucho menos mi tipo y aquí ando, comiéndomela con los ojos mientras ella hace su trabajo. «¿De dónde ha salido esta chica exótica?». —¿Eres de por aquí? —pregunta de repente, sacándome conversación, todavía de espaldas—. No es que hayas hablado demasiado, pero siento un acento diferente en ti. Como yo en ella. Esta mujer no parece la típica norteamericana, eso es evidente. Sus curvas, el color hermoso de su piel, el acento, la facilidad de palabra, todo me confirma que es, como yo, de otro lugar. —No, no lo soy. Aunque quisiera darle más detalles, por algún motivo me corto. Pero me ocupo de tener una sonrisa en los labios cuando ella se gira un poco y me mira por encima del hombro. También me aseguro de que no me vea mirándole el culo que se gasta. —Pero suelo visitar mucho Nueva York, di con este lugar por casualidad. No creo haberlo visto antes. Su sonrisa, ya de por sí amplia, se vuelve aún más intensa, si es que eso puede ser posible. —Hoy es el primer día, y a diferencia de otros negocios, solo coloqué el cartel y esperé que alguien se interesara. —Se encoge de hombros—. No hice gran cosa con el posible mercado. Por algún motivo, su sonrisa provoca la mía. Doy un rápido vistazo a todo lo de ella que me aturde y cuando deja el café listo delante de mí, tengo ganas de sacarle más conversación para saber más de ella, para no tener que despedirme. Rodeo el vaso grande con ambas manos y disfruto del calor que me transmite. Miro el menú, en un intento desesperado de pedirle algo más. Y ella parece ver lo que necesito, porque me mira de nuevo con esa sonrisa que comienza a provocarme mariposas en el estómago. —Tenemos tarta de manzana esta mañana, ¿te gustaría probar una porción? Te advierto, quedarás enamorado y no podrás comerlo más hasta el siguiente día de la manzana en este local. Eso me hace fruncir el ceño. —¿Día de la manzana? —Soy una amante de la repostería y mis recetas ya ocupan un par de libros de garabatos. Quiero que todos prueben mis creaciones, así que cada día ofertaré un postre diferente. ¿Te animas? «Eso me dará un motivo para quedarme, la respuesta es clara». —Está bien. Tammy señala una mesa, la que pega a la barra. —Puedes sentarte, si así lo deseas, ya te traigo tu porción. Asiento y espero que ella atraviese la puerta que da a la parte trasera para hacer lo que me dijo. Mis ojos están obsesionados, no puedo quitarlos de su cuerpo. Ni de su rostro. Ni de su sonrisa. «¿Qué tipo de hechicera es esta mujercita?». ******* La tarta de manzana me enamoró, sí, pero no tanto como la manera en que esa mujer risueña, de piel canela y vivaracha me cautivó. Maldigo en voz baja, todavía viendo la cafetería del otro lado de la calle. Después de todos estos años, yo sigo viniendo aquí. El café es delicioso, las tortas diarias lo son más… pero lo que me tiene enajenado de mala manera y completamente embelesado, es esa mujer de curvas perfectas, de voz animada y jocosa, de sonrisa radiante y feliz. Su sazón y la manera tan encantadora de enfrentar la vida. Es solo ella la única que me hace considerar mis reglas. La más importante, la de no codiciar a la mujer de mi amigo. Y la peor parte es que es eso lo que ella es.

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Una niñera para los hijos del mafioso

read
53.1K
bc

Mafioso despiadado Esposo tierno

read
25.5K
bc

Prisionera Entre tus brazos

read
101.8K
bc

Venganza por amor: Infiltrado

read
64.6K
bc

La embarazada sacrificada

read
3.2K
bc

Eres mío, idiota.

read
3.6K
bc

Profesor Roberts

read
1.7M

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook