Lucía Fernanda Valdez, conocida en el mundo legal como “Lucifer” por su implacable naturaleza y su habilidad para ganar casos imposibles, se despierta en su lujoso penthouse en el centro de la ciudad de Caracas. La habitación está bañada por la luz tenue del amanecer, que se filtra a través de las cortinas de seda blanca, creando un juego de sombras que parece danzar sobre las paredes. El aire acondicionado zumba suavemente, pero Lucía siente un calor extraño en su pecho, como si algo no estuviera del todo bien. Es el día de su boda, y aunque todo parece perfecto, hay una tensión palpable en el aire, como si el universo mismo estuviera conteniendo la respiración.
Lucía no es una mujer que se deje llevar fácilmente por las emociones. Ha construido su carrera sobre la frialdad y la precisión, pero hoy siente una mezcla de nerviosismo y felicidad que la desconcierta. Se levanta de la cama, sintiendo la suavidad de las sábanas de algodón egipcio bajo sus pies descalzos, y se dirige al baño. El mármol frío del suelo le hace estremecer, pero la sensación la despierta, recordándole que hoy no es un día cualquiera.
Se mira en el espejo del baño, iluminado por luces LED que resaltan cada detalle de su rostro. Sus ojos ámbar, grandes y expresivos, reflejan una mezcla de determinación y duda.
*¿Estoy haciendo lo correcto?*
Se pregunta en silencio, mientras sus dedos acarician el borde del lavabo. Vittorio, su prometido, es un hombre encantador, pero últimamente ha notado cierta distancia en su mirada, como si algo lo perturbara. Lucía sacude la cabeza, intentando deshacerse de esos pensamientos.
*Son solo nervios*, se dice a sí misma.
*Es normal dudar antes de un paso tan importante.*
Se prepara meticulosamente, eligiendo cada detalle de su vestuario y maquillaje con la misma precisión que utiliza en los tribunales. El vestido de novia, un diseño exclusivo de encaje blanco con detalles bordados a mano, cuelga en el armario, esperando ser usado. Lucía lo observa por un momento, sintiendo un nudo en el estómago.
*Todo tiene que ser perfecto*, piensa, mientras se ajusta las tiras del sostén y se coloca las medias de seda.
Pero hay algo más que ha preparado para hoy, algo que solo Vittorio verá más tarde. Debajo del vestido, Lucía lleva un conjunto de lencería negra, sensual y elegante, que contrasta con la pureza del blanco de su traje nupcial. Las encajes delicados y los detalles de seda le hacen sentir poderosa, como si llevara un secreto que solo ella conoce.
*Será una sorpresa para él*, piensa con una sonrisa tímida, imaginando la expresión de Vittorio cuando la vea más tarde. Es un detalle íntimo, pero para Lucía, es una forma de reafirmar su confianza en sí misma y en la relación que está a punto de consolidar.
Mientras se viste, su teléfono suena. Es Dalila, su asistente personal. La voz de Dalila es calmada, pero hay algo en su tono que Lucía no puede identificar.
•Dalila (al teléfono):
“Todo está bajo control, Lucía. La ceremonia será impecable, como tú lo mereces.”
Lucía respira profundamente, intentando calmar los nervios que la asaltan. Dalila ha sido su mano derecha durante años, y siempre ha estado ahí para ella en los momentos más difíciles. Sin embargo, hoy hay algo en la voz de Dalila que la inquieta, una ligera vacilación que no pasa desapercibida para alguien tan perceptiva como Lucía.
•Lucía (mirándose en el espejo mientras se ajusta el vestido):
“Todo tiene que ser perfecto. No puedo permitirme ningún error hoy.”
El vestido se ajusta a su figura como un guante, resaltando cada curva con elegancia. El escote en V añade un toque de sensualidad, mientras que la cola larga le da un aire de sofisticación. Lucía se recoge el cabello en un moño bajo, dejando escapar unos cuantos mechones que enmarcan su rostro. Los pendientes de perlas que le regaló su padre brillan suavemente bajo la luz, recordándole el apoyo incondicional que siempre le ha brindado.
Sin embargo, su mejor amiga, Valentina (Vale), quien nunca estuvo de acuerdo con la boda y no confía en Vittorio ni en Dalila, irrumpe en la habitación con una expresión preocupada. Vale es una mujer de estatura media, con cabello castaño oscuro y liso, cortado a la altura de los hombros. Sus ojos verdes brillan con inteligencia y lealtad, pero hoy están nublados por la preocupación.
•Vale (entrando en la habitación con pasos rápidos):
“Lucía, todavía estás a tiempo de reconsiderar. No confío en Vittorio, y mucho menos en Dalila. Hay algo en ellos que no me cuadra, siempre los veo en actitud sospechosa.”
Lucía se gira hacia Vale, intentando mantener la compostura. Sus manos, cubiertas con los guantes de seda blanca, se aferran al borde del tocador.
•Lucía (con una sonrisa forzada):
“Vale, sé que siempre has sido sobreprotectora, pero hoy es mi día. Vittorio es el hombre que amo, y Dalila ha estado ahí para mí cuando más la necesité. No voy a dejar que tus dudas arruinen esto.”
Vale suspira, cruzando los brazos sobre su pecho. Su vestido de Dama Honor, en tono champagne, se mueve suavemente con cada respiración.
•Vale (con voz firme):
“Está bien, aunque no estoy de acuerdo siempre estaré aquí, pase lo que pase.”
Lucía asiente, pero en el fondo de su mente, las palabras de Vale resuenan como un eco persistente.
*¿Y si tiene razón?*, piensa, mientras se ajusta el velo. Pero no hay tiempo para dudas. Es hora de partir hacia la iglesia.
El viaje en la limusina es silencioso, salvo por el suave murmullo del motor. Lucía observa por la ventana el paisaje urbano que pasa rápidamente, sintiendo cómo los nervios se apoderan de ella. Las calles de Caracas están llenas de vida, pero ella se siente como si estuviera en una burbuja, aislada del mundo exterior.
*Es solo el estrés del día*, se repite una y otra vez, intentando convencerse a sí misma.
Al llegar a la iglesia, Lucía entra por una puerta lateral que conduce a la habitación privada donde esperará el momento de la ceremonia. La habitación es pequeña pero acogedora, con paredes de piedra y un espejo antiguo que refleja la luz de las velas. El aroma a flores frescas llena el aire, mezclándose con el suave olor a incienso. Lucía se sienta en un sillón de terciopelo rojo, sintiendo cómo el peso del vestido la ancla al presente.
De pronto, alguien toca la puerta. Vale, que ha estado a su lado en silencio, se levanta para abrirla. Al otro lado, se encuentra con un hombre alto y delgado, de cabello n***o corto y ojos marrones. Viste un traje n***o impecable, con una corbata gris y zapatos brillantes.
•Mensajero (con una inclinación de cabeza):
“Señorita Valdez, le ruego que lea esto antes de continuar.”
Lucía se levanta, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Toma la carta con manos temblorosas. El papel es de alta calidad, y la caligrafía es elegante pero desconocida. Al abrirla, siente un frío que se extiende desde sus dedos hasta su corazón.
•Lucía (leyendo en silencio, su rostro se oscurece):
“No puede ser…
Esto es una broma de mal gusto.”
Vale se acerca rápidamente, sus ojos verdes brillando con preocupación.
•Vale (con voz urgente):
“¿Qué pasa, Lucía?
¿Qué dice esa carta?”
Lucía siente como si el suelo se abriera bajo sus pies. El mundo que conocía se desmorona en un instante, y una sensación de vacío la invade. Sus manos tiemblan mientras sostiene la carta, pero sus ojos permanecen secos, firmes. No permitirá que las lágrimas nublen su juicio.
•Lucía (con voz fría y determinada):
“¡Es una traición, Vale!
Vittorio y Dalila…
Han estado conspirando contra mí todo este tiempo.”