COMPROMISO

2260 Words
Me tenso, mantengo la mirada al frente, las manos me tiemblan a los costados. —Buenos días—saluda. —Buenos días, Su Majestad—le devuelvo el saludo con la amabilidad más fingida que el mundo ha oído. Suelta una risita entre dientes. —Veo que no has superado lo que pasó anoche. Debido a las cámaras no puedo hacer nada cuando roza un frío dedo contra mis labios, parte de mi labial se va en su dedo cuando lo retira. —Yo tampoco, hace mucho desde que una mujer me provocó una erección con tan sólo mirarme. Mi expresión ausente desaparece cuando se mete el dedo a la boca y lo chupa, trago saliva con una rara sensación en el estómago. Por suerte me repongo en el momento justo, la Reina aparece en una esquina junto a su dama de compañía; la monarca no parece molesta al ver a su hijo hablando con quien no debe. Al contrario, me sonríe de esa forma dulce que marea a todo Pangea, es claro que el Príncipe heredó la sonrisa de su madre. —¡Señorita Kohana!—me saluda tomando el brazo de su hijo. Hago la reverencia correspondiente. —Majestad. Sus inteligentes ojos me miran a mí y luego a su hijo, este parece entre aburrido y desinteresado. —Querida, no lo hagas, eres como una hija para mí. Antes que pueda siquiera pensar que decir ante eso, ella vuelve a hablar. —¿Cariño, ya has hablado con Kohana?  El Príncipe se zafa de su madre, nos fulmina a ambas. —No, pero ayer la invité a conocer mis habitaciones, si te satisface escucharlo. Confundida los miro a los dos, esa “invitación” no fue una invitación, más bien una exigencia bajo amenazas y después un claro intento de violación.  —Bien, lo siento, querida, mi hijo hablará contigo, yo debo irme a resolver algunos asuntos—se excusa y vuelve a desaparecer. Vuelvo a mi postura, él no me presta atención, y pensativo no tarda en marcharse también. Por la tarde ha terminado mi turno, por lo que decido ir a dar un paseo por los jardines, eso hacía Emma cuando había el clima que a ella le agradaba. Me siento en la banca frente a los jardines de rosas que la Princesa sembró con sus propias manos cuando cumplió quince años; yo la vi hacerlo por televisión. Ahora sus rosales son magníficos, rosas que van desde las inocentes color blanco hasta las románticas color rojo. Durante el cumpleaños de la Princesa, este jardín se convierte en un lugar turístico y viene gente de todo Pangea sólo para verla sembrar otro puñado de sus preciosas rosas.  —Son hermosas, ¿a qué sí? Un muchacho de mi edad asoma la cara entre los rosales. —¿Jade? Disculpa, no te había visto, ¿cuándo llegaste? —tengo que sonreír, Jade es una persona especial para mí, el primer amigo que hice aquí. Se pone en pie y sonriendo se me acerca, él es el chofer personal del Rey, por lo que casi nunca está en el palacio. —Llegué hace dos días, el Rey canceló su viaje. Pongo los ojos en blanco, claro, Zafiro no tendrá visita de su Majestad esta vez, como sucede desde hace quince años. Y eso que el zafiro es la piedra predilecta del Rey, por eso la ciudad espera un trato especial por parte de la Corona. Desde siempre las casas más importantes del reino han sido representadas por una piedra preciosa, y por ende las ciudades donde se ubican adoptan el nombre de la misma; esto sirve para unificar lazos entre nobles y gente común, o al menos fingir que es así. En realidad, la representación de la aristocracia por medio de piedras preciosas es una manera de marcar aún más la línea entre las distintas clases sociales. Jade se sacude la tierra de la camisa y de los pantalones antes de sentarse en la misma banca que yo. —¿Y qué te parece?  —¿Qué cosa? Ríe suavemente. —Pues la próxima boda real, la del príncipe Gian. Asombrada lo miro con ojos como platos. Él sacude la cabeza, sonriendo. —¿No lo sabías? La Reina lo anunció hoy por la mañana, su hijo está comprometido. Sabes que dentro de poco cumplirá los veintidós y debe estar casado para ese entonces, eso sí quiere ser coronado a los veinticinco. Abro y cierro la boca varias veces, pensando en lo que pasó anoche. ¿Si estaba comprometido, como se atrevió a intentar tocarme? —Estaba en turno por la mañana—balbuceo, aún impactada por la repentina noticia—, no pude enterarme. Asiente. —Pues así pasó, no dijo el nombre de la prometida, pero la compadezco y la admiro, mira que aceptar casarse con el Príncipe. Debe ser muy valiente o muy tonta. Estoy en total acuerdo, no me imagino quién será capaz de hacer tal cosa, sé que muchas damas lo pretendían y deseaban ferviente ser las próximas Reinas; pero quienes conocemos al verdadero Gian Creel, sabemos lo horrible que será la vida de aquella joven prometida. Estamos tan enfrascados en nuestra conversación que no vemos llegar a la joven mujer, no la notamos hasta que carraspea. —Señorita Julissa—la saluda Jade poniéndose en pie. La mujer hace un gesto vago, es muy atractiva y elegante; viste ropa formal y en ella luce sexi, además es la asistente personal del Príncipe, y su consentida. Julissa pertenece a la alta sociedad, pero su casa no es representada por ninguna piedra, joya o metal precioso; esto se debe a lo poco importante que es su familia entre los nobles, y como resultado, su apellido sólo logró volverla asistente del próximo Rey, nada más. —Señorita Cianí, el Príncipe la solicita en su oficina. No ignoro la mirada que me lanza Julissa, sé que ella no desea que vea a ese Príncipe, todos sabemos que Julissa es la amante de Gian Creel desde hace cinco años. Ella es dos años mayor que él, tal vez por eso soporta a tal hombre. —Lo siento, mi turno empezará en diez minutos—miento con naturalidad. Arquea una ceja con escepticismo; la falda ajustada de piel expone mucha piel y esa blusa también, además esos zapatos altos deben ser muy incómodos.  —Es irrelevante, ahora acompáñeme. Sin esperar mi respuesta da media vuelta y comienza a alejarse, me despido de Jade con un rápido abrazo y voy tras la mujer presumida. —Veo que te has vuelto muy cercana al próximo Rey—comenta en tono casual. “Cercana” no es la palabra correcta, yo he sido el juguete favorito del Príncipe desde que volvió a vivir en el palacio, hace aproximadamente 2 años. A Gian Creel siempre le ha gustado molestarme, retarme, fastidiarme, y, sobre todo, intentar propasarse. —No, no es así—respondo tajante. La asistente personal del Príncipe se detiene frente a las puertas que dan a las oficinas del soberano. Sé que no soy del agrado de Julissa, cree que soy muy poca cosa para atraer la atención de alguien como ella. —Es mejor así—se coloca su largo cabello color zanahoria sobre un hombro y me sonríe abiertamente—. Créeme, Veena Cianí, soy mayor que tú y sé de lo que hablo. El Príncipe no es alguien con quien te gustaría relacionarte, mucho menos jugar. Los Creel poseen el mundo, y mantenerse en la cima del poder es un logro que conlleva más que simple esfuerzo. Tuerzo los labios con desagrado, así que esta mujer siempre ha sabido mi nombre real, aunque sea información que debería permanecer en secreto debido a mi trabajo como agente. Además, yo no pienso robarle a su Príncipe, no es necesario amenazarme. —¿Quién es él?  La brusquedad de su pregunta me deja pasmada, literalmente acabo de entrar y ya me está exigiendo respuestas. Julissa le hace una reverencia y sale cerrando bien la puerta, bastante sensata. No me muevo, prefiero estar lejos de él y cerca de la salida. —¿En qué me necesita?  —Responde, te hice una pregunta. Me muerdo el labio. —¿Quién es? —insiste—. Has estado hablando más de media hora con él, parecían muy amistosos. ¿Me espiaba desde su ventana? Como no, menudo pervertido. —Es el chofer del Rey, se llama Jade. Somos amigos... De sus labios brota una risita. —¿Jade? ¿Igual que la capital de ese país al oeste de Gondwana? No sé en qué momento o a que idiota se le ocurrió la magnífica idea de nombrar países con nombres como esos. Hago caso omiso de su inexplicable comentario, sólo quiero saber qué quiere de mí para poder largarme. —¿Y bien? Dígame qué necesita. Se levanta de su magnífica silla y rodea el enorme escritorio. —Aunque nadie esté a mi altura, seguro sabes que me casaré en breve.  El príncipe Gian es más que guapo, pero también un verdadero narcisista. Asiento con una amable sonrisa bien ensayada. —Felicidades, seguramente será muy feliz... Corta mi oración con una cínica risa. —¿Feliz?, no. Pero será ella mi diversión y la diversión es una rama de la felicidad, eso creo yo. Compadece a la pobre. Sus crueles palabras provocan que mi piel se erice. —La compadezco. —Kohana, ella será miserable, me odiara más de lo que ya lo hace, deseará matarme—y la curiosidad vuelve a incordiarme. ¿Quién es la prometida de Gian Creel? —. Me casaré en una semana, te invito, verás su miseria de cerca y seguramente querrás salir corriendo—asegura. Una semana es muy poco tiempo y la realeza no suele apresurar las cosas, entonces ella debe estar comprometida contra su voluntad. Y por más que me he partido la cabeza, no doy con quién podrá ser esa chica, porque, aunque el Príncipe es amable y tierno frente a las cámaras, su verdadero carácter es antipático y frío. Jamás lo he visto ver a una chica más de dos veces, no ha tenido relaciones estables o auténticos noviazgos; las pocas chicas que cruzan sus muros no tardan en salir corriendo para no volver. Nuevamente me siento mal por la suerte de la desconocida. —Estaré ahí. Tuerce los labios en una mueca burlona al tiempo que mete las manos en los bolsillos de sus pantalones. —Lo sé, ¿quieres saber por qué? —pregunta al tiempo que comienza a acercarse peligrosamente a mí. Niego retrocediendo. —Lo sé por qué si te niegas, haré una visita a tu familia, y no una agradable. Cierro la mano en el picaporte y trato de abrir la puerta, sin embargo, no se mueve. La maldita de Julissa me ha encerrado con su Príncipe, ¿era necesario? —¿Hará eso si no asisto a su boda? Excelencia, creo que está exagerando, se está tomando demasiadas molestias por alguien como yo. Se detiene a escasos centímetros de mí, su mano atrapa la mía y la aleja de la cerradura, con la otra acaricia mi brazo de arriba abajo. Da otro paso y roza mi frente con la punta de su nariz, quiero alejarme, pero sé que si lo hago no servirá de nada. —No exagero, tu presencia es muy importante, muy a mi pesar. Debes estar ahí, de otra forma podrías arrepentirte. Me estremezco y no sólo a causa de su tacto, que me resulta repulsivo. —¿Qué tan importante puedo ser yo para recibir tales amenazas? No soy más que una agente, una vil doncella de su hermana. Soy insignificante—yo misma me rebajo y lo volveré a hacer si eso me pone a salvo. Ríe, burlón. —Ingenua, pobre criada, no puedes ser más inocente, ¿verdad? —sus labios acarician la punta de mi nariz, su aliento apesta a alcohol. No me atrevo a mover un sólo músculo, aunque muero por patearlo en la ingle y salir corriendo—. Verás, Kohana, tú irás a mi boda como invitada de honor, ¿está claro? Veo que te asusta y desconcierta todo esto, ¿quieres saber porque te ordeno asistir al punto de amenazarte a ti y a tu familia si no lo haces? Turbada, asiento de inmediato. Mientras más pronto me revele el motivo de su locura, más rápido podré alejarme de este enfermo. El Príncipe suelta mis manos y da dos pasos atrás, mete las manos en los bolsillos y me mira, expectante. —Kohana, tú irás a mi boda por una simple razón, tan insignificante cómo tú misma—tuerce los labios en desprecio y resignación—. Irás porque tú serás la novia, mi esposa. Esas dos últimas palabras se quedan en mi cabeza haciendo un eco horrible, y por varios segundos pierdo la capacidad del habla, sin poder procesar lo que ha dicho. —Es…una broma espantosa—digo al fin con una voz débil y baja—. La peor que me ha hecho. Y eso ya es decir bastante, hace cerca de un año me encerró en los pisos inferiores por casi medio día, grité por horas y pateé la puerta hasta que me rompí el tobillo; permanecí ahí hasta que una cocinera bajó por productos de limpieza. El enfado de Emma fue tal que trató de golpear a su propio hermano. Pero esta broma supera la anterior con facilidad.
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